La caracola y las tijeras

Por José Javier Carrasco

25/11/2023
 Actualizado a 25/11/2023
Jesús Díez Fernández.
Jesús Díez Fernández.

Abrir al azar el diccionario y detener la mirada en una palabra cualquiera: «molusco». Leer la definición: «Invertebrado de cuerpo blando, protegido casi siempre por una concha más o menos dura como los caracoles, almejas, ostras...». Cerrar el diccionario mientras se evoca la imagen de una concha vacía, en la orilla del mar, acariciada y sacudida imperceptiblemente por una ola, medio oculta bajo la arena. Abrir por otra página. Buscar una nueva palabra: «tijera». De nuevo leer la definición: «Instrumento cortante, compuesto de dos hojas de acero que giran alrededor de un eje». Visualizar el objeto suspendido sobre nuestra cabeza, describiendo un círculo. Intentar establecer alguna clase de nexo entre ambas palabras o entre las imágenes con las que nos las hemos representado. Por ejemplo: una tijera asomando en una concha y por la que se deslizan  dos gotas verdes de savia sobre una de sus hojas de acero.


Posar la mirada en la pared de nuestro cuarto e imaginar que allí se dibuja un hueco que da a una calle desierta con una ventana iluminada al fondo, tras la que se adivina una figura de mujer asomada a ella, que hace un gesto de reconocimiento en nuestra dirección. Cruzar el hueco. Caminar hasta donde se encuentra la ventana. Confirmar que se nos espera y subir. Traspasar la puerta entreabierta, donde  aguarda,  en una habitación, la desconocida. Avanzar por el pasillo iluminado con tulipas modernistas sin detenerse. Sentarse en la silla que nos ofrecen y quedar de espaldas. Sentir cómo una mano delicada coge un mechón de nuestro pelo y lo corta con una tijera. Descubrir más tarde, en  el suelo, una concha en la que apuntan las hojas de la tijera, y ver dos gotas de savia caer acompasadas de nuestro cabello a una de las hojas. Escuchar a la mujer susurrar  un nombre en el momento que nos invade un profundo sueño: Sansón.


Despertar atado medio desnudo a las columnas de un templo antiguo  en el que se concentra una multitud reunida para verte de cerca y  admirar tu figura de león encadenado, en apariencia vencido. Dirigir una mirada indiferente alrededor anticipando lo que va a suceder. El horror dibujado en los rostros de los reunidos cuando el templo se derrumbe sobre ellos y la representación aborrecible de sus dioses, sepultándolos.  El amasijo de cuerpos aplastados bajo los escombros y la jauría de perros  que se acercan precavidos, después de esperar, ocultos en los sótanos de la ciudad, durante mucho tiempo, aquel momento. Imaginarlos perderse en dirección a sus refugios, al llegar la noche,  con los hocicos ensangrentados, saciados ... Abrir al azar el diccionario y detener la mirada, una vez más, en una palabra cualquiera.
 

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