La infidelidad

Por José Javier Carrasco

04/11/2023
 Actualizado a 04/11/2023
El dramaturgo y escritor Lope de Vega. | MUSEO LÁZARO GALDIANO DE MADRID
El dramaturgo y escritor Lope de Vega. | MUSEO LÁZARO GALDIANO DE MADRID

Solo tendría que hacer un pequeño esfuerzo para escapar del cuadro como otras veces y salir a la calle donde nadie me ve. Regresar. Traspasar los cuerpos que salen a mi paso, como la luz un cristal. Deambular a la espera de una mujer que me guste, y entonces seguirla. Caminaban en silencio. Él miraba a la gente con la que se cruzaban, ella se dejaba llevar, mientras sostenía su mano levemente cogida al brazo de él, envuelta por un silencio perfumado, un silencio que me hizo creer que  la ciudad se había quedado vacía, un silencio de pensamientos confusos que yo conocía bien. 


Qué daría por poder escribir. Escribir para evocar la sensación placentera de la hierba húmeda,  la mano de la madre que mece la cuna con la incertidumbre de no saber lo que espera al niño que se adormece. Escribir como el insomne que, empujado por la falta de aire, salta a la calle en medio de la noche y se acerca a una fuente a escuchar el sonido evocador del agua. Escribir para recordar a los amigos que fueron, que en este instante vagan por la ciudad como yo, sin podernos ver, patéticos fantasmas de otro tiempo. Escribir para describir sus pupilas deslumbradas y ser como el espejo que la refleja al entrar en casa, y en el que solo yo puedo reconocer mi figura y donde ella solo ve la suya y la de su pareja que la besa en los labios con el ardor de un moribundo que confiesa su último pecado. 


Mientras hacen el amor les siento como pequeños héroes anónimos que logran enmendar con su ardiente entrega la pequeña falta de la infidelidad. Dan vueltas ante mí, desnudos, gimiendo, en una excitación que crece y culmina en el orgasmo. La mirada desafiante que  dirigió  a la puerta donde yo aguardaba mientras  se vestía, me hizo creer por un momento que ella sabía que yo esta allí, como uno de esos espectadores ávidos de sangre del Circo romano. Imaginé la huella que dejarían sus pasos en la arena, bajo el sol radiante, la figura frágil derribada por el zarpazo de un león  a la que acompaña la certeza de estar tocada por una gracia especial, a punto de cruzar el umbral  que la trasladará al otro lado, donde ya no habrá más amenazas de fieras que rugen  y se abalanzan  azuzadas  por los gritos de los asistentes al espectáculo. Desando de madrugada mi camino por calles desiertas. Acaricio con una mirada triste, apagada, el   marco del cuadro y me instalo dentro de él con la familiar pesadumbre de veces anteriores,  la de quien ya solo puede recordar.
 

Archivado en
Lo más leído