Donde la ortiga pica, pero enseña

Cada planta, una historia: por Marina Díez

Marina Díez
03/09/2025
 Actualizado a 03/09/2025
| MAIKA GARCÍA Y NOELIA GARCÍA
| MAIKA GARCÍA Y NOELIA GARCÍA

Fue en San Pedro de Olleros, o tal vez en Fontoria, no lo recuerdo bien. Solo sé que era un pueblo del Bierzo, de esos que parecen abrazarte con las casas de piedra y el olor a humo de leña aunque no te conozcan de nada.
Había salido a pasear por un camino que subía entre castaños, distraída, como suelo ir cuando tengo monte y pensamientos.
El aire era tibio, el cielo limpio, las piernas contentas…
Hasta que tropecé con una raíz traicionera y fui a parar, de lleno, contra un zarzal.
Pero no fue el zarzal lo que me dejó huella.
Fue la ortiga.
Un reguero de escozor se me extendió por las manos y los tobillos como si llevara fuegos artificiales bajo la piel.
Me quedé quieta, frotándome inútilmente, mientras soltaba maldiciones mezcladas con risas nerviosas.
Y entonces apareció ella.
Una mujer mayor, con moño y delantal, que venía con una bolsa de tela llena de algo verde.
– ¿Te picaron las ortigas? –me preguntó, sin alarmarse.
– Un poco –dije, queriendo parecer digna mientras me rascaba como un gato.
– Eso es porque no las conoces. Son bravas, pero no malas.
Se acercó, cogió unas hojas de malva que había al borde del camino, y me enseñó a machacarlas un poco entre las manos.
– Frota con esto. Es mano de santa.
– ¿Y cómo sabía que había malva aquí?
– Porque siempre crece cerca. Son como hermanas que se cuidan.
Nos sentamos juntas en una piedra.
Yo con mis manos rojas, ella con su calma de quien ha visto pasar muchas primaveras.
– La ortiga pica si no pides permiso. Pero es una planta buena. De las que curan de verdad.
Me contó que ella las recogía con guantes, que las secaba para infusión y las cocía para puré.
– Tienen hierro, limpian la sangre, y dan fuerza. Lo que pasa es que ahora la gente solo se acuerda de ellas cuando se pinchan.
Me habló de sopas de ortiga con patata, de caldos verdes que hacían sudar el frío, de infusiones para cuando el cuerpo andaba flojo y la piel pedía limpieza desde dentro.
– Mi abuela las cocía con leche para aliviar la tos. Y con vinagre las ponía en cataplasmas para el reuma.
– ¿Y no pican cuando se cocinan?
– No. El calor las doma. Como pasa con muchas cosas en la vida.
Desde entonces, cada vez que veo ortigas no pienso en el picor.
Pienso en ella.
En su bolsa de tela.
En la forma en que decía «no son malas».
Y en lo fácil que es juzgar a quien apenas conoces por cómo te hizo sentir la primera vez.

MAIKA GARCÍA Y NOELIA GARCÍA 2
| MAIKA GARCÍA Y NOELIA GARCÍA


Susurros de ortiga (Urtica dioica)

La ortiga es una planta poderosa que suele crecer en lugares donde hubo vida: bordes de caminos, antiguas huertas, ruinas cubiertas de verde.
Su picor no es veneno, sino defensa.
Y su valor está en lo que da cuando la sabes tratar.
Tradicionalmente se ha usado para:
– remineralizar el cuerpo, gracias a su alto contenido en hierro y calcio
– aliviar alergias, anemia y cansancio
– cocinar sopas, purés y tortillas
– hacer cataplasmas para dolores articulares
– fortalecer el cabello en enjuagues
Dicen que si una ortiga te pica, es porque has ido demasiado deprisa.
Y que si aprendes a recogerla sin miedo, ya no se te olvida nunca.
 Nota: Siempre usar guantes para su recolección y cocerla bien antes de consumirla. Evitar zonas contaminadas o tratadas con productos químicos.


Receta emocional: Puré verde para curar el susto (y el cuerpo)

Un puñado de hojas jóvenes de ortiga
1 patata mediana
1 diente de ajo
1 chorrito de aceite
sal al gusto
la voz de alguien que te hable sin apuro¡.
Lava las ortigas con guantes, quítales los tallos duros.
Hierve la patata en agua con sal, añade las ortigas y el ajo al final.
Deja cocer cinco minutos más.
Tritura con un chorrito de aceite.
Sírvelo caliente.
Huele.
Agradece a la planta, aunque te picara antes.
Y recuerda: lo áspero también puede alimentar.

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