Donde las calvas también florecen

Cada planta, una historia: por Marina Díez

16/07/2025
 Actualizado a 16/07/2025
| MAIKA GARCÍA Y NOELIA GARCÍA
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Incluso lo que pincha. Incluso lo que parece que no puede volver a crecer. Allí, donde el viento es más terco que las promesas y el campo se tiñe de oro al final del verano, vive una especie poco comprendida pero muy necesaria:
el tojo.
Una planta humilde, espinosa y fiel.
Como algunas mujeres.
Como ciertas verdades.
Como Madame Alonso, la curandera más peculiar que pisó Celadilla, según cuentan por aquí.
Yo supe de ella gracias a Gary Ferguson, medio juglar, medio escritor, medio cabra montesa de buen corazón.
Me lo contó una noche, entre risas y luna llena, mientras la gente bailaba disfrazada en una boda antrueja que fue más fiesta que liturgia.
Me dijo:
– Mi madre hablaba mucho con ella. Era diminuta, coja, y no muy agraciada, si te soy sincero. Tenía un marido calvo… y a los calvos que venían al consultorio les prometía que les iba a salir pelo.
– ¿Y su marido no lo era?
– ¡Lo era! Pero cuando le preguntaban por qué no le hacía efecto a él, ella contestaba: «es que a mí me gustan los calvos».
Yo, que ya me había casado (antruejamente) en Celadilla con un ramo de tomillo y confeti de alegría, supe entonces que ese pueblo era mi pueblo de adopción. Porque hay lugares donde una se siente forastera toda la vida… y otros donde basta con reírse al segundo brindis para que te den casa, historia y escudo.
Según cuentan las memorias no escritas del Páramo, Madame Alonso no era una charlatana cualquiera.
Llegó con recetas raras, acentos confusos y un gato que no maullaba, sino que resoplaba como si supiera secretos.
Lo que no sabía aún era que en Celadilla la gente no se cura sola.
Aquí se cura en compañía.
Y fue Nélida, la mujer del panadero, la que se encargó de enseñarle lo que de verdad sana en el pueblo.
– Aquí no hace falta tanta flor de oriente ni brebaje marinado en luna alguna –le dijo un día Neli, mientras amasaba pan con los codos, como debe ser–.
Aquí tenemos toiso.
Del bueno. Del que aguanta las heladas y los hombres cabezones.
Madame Alonso, que era lista y tenía buen oído, la escuchó.
– ¿Y qué cura el toiso, señora?
– El toiso no cura. El tojo acompaña. Protege. Da fuerza. Es espino, pero también flor. Como las mujeres que no piden perdón por ser como son.
Desde entonces, las dos formaron un tándem extraño:
una con pócimas, la otra con refranes.
Una con misterios, la otra con pan.
Entre las dos curaban las penas que no salen en los libros:
el insomnio de los viudos, la nostalgia de los hijos que ya no vienen, la caída del pelo por disgustos,
y esa tristeza sorda que se pega a los huesos los días sin sol.
Dicen que Gary heredó de Nélida la teatralidad, las manos que cuentan, las pausas que hipnotizan.
Pero también esa manera de mirar a las personas como si fueran personajes mágicos, aunque estén tomando un vino de cartón.
Y yo, cada vez que vuelvo a Celadilla, pienso que si alguna vez tengo que volver a empezar desde cero, quiero hacerlo allí.
Entre pan y tojos.
Entre mujeres que saben más de lo que dicen y hombres que aún creen en los milagros, aunque sea con risas y sorna.

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Susurros del tojo (Ulex europaeus)

También llamado aliaga o árgoma, el tojo es una planta fuerte, espinosa y resistente.
Crece donde otras no se atreven, florece incluso entre heladas, y protege la tierra con su maraña de ramas.
En la tradición popular:
– Se colocaban tojos secos en los marcos de las puertas para proteger el hogar.
– Se usaba como lecho para animales por su calor.
– Y dicen que si te pinchas con él, espabila la sangre dormida.
No se recoge: se respeta.
No se bebe: se honra.
Porque es recordatorio vivo de que lo duro también florece,
y que la espina no quita valor a la flor.


Receta emocional: Infusión para cuando te pincha el mundo

Nota: el tojo no se usa en infusiones, pero Nélida tiene su propia versión del remedio para el alma espinada.
– un puñado de manzanilla
– dos hojas de salvia
– la risa de una buena amiga que sepa contar cuentos
– y un panecillo caliente, si puede ser del horno de Celadilla
Hierve el agua con las hierbas.
Sírvela mientras charláis sin reloj.
Y si ves que se te cae el pelo del susto o del cansancio…
recuerda lo que decía Madame Alonso:
«A mí me gustan los calvos».

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