Donde el tomillo guarda la historia

Cada planta, una historia: por Marina Díez

13/08/2025
 Actualizado a 13/08/2025
| MAIKA GARCÍA Y NOELIA GARCÍA
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Era verano y el aire olía a piedra caliente, a campo seco, y a esa mezcla de polvo y vida que solo se respira bien cuando te dejas llevar.
Puente Almuhey nos esperaba al final de un viaje hecho de curvas suaves, silencio entre montañas y alguna que otra carcajada con mi amiga Conchi, que siempre sabe poner luz donde va.
Ese día íbamos con una intención clara: hacer una ruta de iglesias guiadas por Araceli, su amiga historiadora.
Una de esas mujeres que parecen saberlo todo, pero te lo cuentan como si lo estuvieran descubriendo contigo por primera vez.
Recorrimos templos humildes y portadas románicas que aún conservaban cicatrices de siglos.
Pasamos por la iglesia de San Vicente Mártir, que se alza discreta pero firme en el corazón de Puente Almuhey, y subimos hasta la ermita de San Roque, rodeada de hierba seca y memoria.
En cada parada, Araceli nos contaba una historia: un milagro, una leyenda, una piedra marcada por siglos de dedos rezando.
Capillas que olían a cera, a humedad, a fe antigua.
Muros que habían visto pasar guerras, oraciones y besos prohibidos en los bancos de atrás.
Y entonces, entre una iglesia y la siguiente, al borde de un camino donde el sol pegaba fuerte y el tiempo parecía quedarse a descansar, lo noté.
Ese olor.
Fresco. Terroso. Fuerte.
Tomillo.
Estaba en flor.
Pequeño, morado, valiente.
Asomaba entre las piedras como si nada, como si todo.
Me agaché a tocarlo y el aroma me golpeó de golpe, como un recuerdo que no era mío pero me pertenecía.
Araceli se giró y sonrió, como si ya supiera lo que iba a preguntarle.
– Tomillo salsero, me dijo.
– ¿Y este qué hace aquí?
– Aquí siempre ha habido tomillo. En verano se huele sin querer. Se usaba para los resfriados, para los dolores de barriga, para las comidas… pero también se ponía en los templos, ¿sabes? Para perfumar el ambiente. Para que los rezos no olieran a encierro, sino a campo.
Conchi recogió una ramita y la frotó entre los dedos.
– Esto huele a infancia.
– Y a cura –añadió Araceli–. En la Edad Media lo usaban para purificar espacios y para dar fuerza a los cuerpos debilitados. Se quemaba como incienso rústico. Se cocía en agua. Se llevaba encima, en saquitos, como amuleto.
Yo no dije nada.
Solo arranqué un poquito.
Lo guardé en el bolsillo como quien guarda un secreto.
Al volver a casa, abrí el papel donde lo había envuelto.
El olor seguía intacto.
Lo eché en un guiso de patatas y verduras, y mientras se cocinaba pensé en la ruta, en las iglesias, en el tomillo,
y en cómo lo que parece pequeño, es muchas veces lo que sostiene el alma.
Porque no era solo una hierba.
Era historia.
Era camino.
Era cuidado.
Y también era el perfume de un día de verano que aún me acompaña.
Sí, yo guiso en verano para cenar,
porque al fresco de la noche en la montaña
se agradece un caldín hasta en verano.

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Susurros del tomillo silvestre (Thymus zygis)

El tomillo es una planta fuerte y aromática que crece en suelos pobres, soleados, y en lugares donde la vida se abre paso con discreción.
Florece de mayo a agosto, y cuando lo hace, el aire cambia.
Parece más limpio. Más sabio.
Propiedades tradicionales:
– expectorante, antibacteriano y digestivo
– se usaba en infusión para los resfriados, la tos y los retortijones
– también se empleaba para purificar espacios, como sahumerio natural
En los pueblos, se decía que donde crece el tomillo, la tierra guarda memoria buena.


Receta emocional: Guiso con historia (y tomillo)

– 1 patata hermosa
– 1 puñado de verduras de temporada
– un diente de ajo
– una pizca de sal
– una ramita de tomillo silvestre recogido en buen paseo y con buena compañía

Sofríe el ajo, añade las verduras, cubre con agua y añade el tomillo al final, justo antes de apagar el fuego.
Sirve caliente.
Huele antes de probar.
Recuerda una iglesia, una guía, una risa compartida.
Y come sabiendo que acabas de cocinar con un pedazo de historia.

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