En Sopeña, al lado de casa, había una huerta. No era grande ni estaba en terrazas como en los pueblos del sur. Era una huerta de pueblo leonés: pegada al muro, cerca del camino, al alcance del cubo y del silencio.
Allí, entre lechugas, cebollas y berzas con orgullo, crecía la hortelana.
Mi abuela Magdalena la llamaba así, con ese nombre redondo que la hacía sonar a mujer del valle.
No menta.
No hierbabuena.
Hortelana.
Como si llevara un pañuelo en la cabeza y supiera cuándo llover antes que el cielo.
Como si supiera calmar, refrescar, endulzar los días.
De pequeña yo la buscaba con los dedos, antes que con los ojos.
Frotaba una hoja entre las manos y me la acercaba a la nariz como si fuera un conjuro.
Y lo era.
Olía a verano.
A azucarillo y manguera.
A tardes de sudor y meriendas de pan con chorizo o mateca y azúcar
A la voz de mi abuela diciéndome que con eso se quitaban los nervios y las malas digestiones. Y las penas también, pero de eso no se hablaba.
A veces la encontraba masticando una hojita en la cocina, mientras esperaba que hirviera el agua para el puchero.
O la veía cortando ramitos pequeños y colgándolos con una pinza a la viga del corral, donde la sombra era buena.
Nunca me dijo que estaba triste. Pero yo lo supe.
La hortelana no es solo para el estómago.
Es para cuando te cuesta tragar el mundo.
Para cuando hace falta que algo fresco te despierte la boca y la memoria.
Después de que se fuera el abuelo, segamos la huerta.
No plantamos más.
La tierra se quedó como en pausa.
Pero este año, sin pedir permiso, ha vuelto a salir la hortelana.
En el mismo rincón.
Como si supiera que el amor no se arranca.
Se ha hecho un hueco entre los hierbajos y ha florecido pequeña, discreta, como mi abuela.
Como si dijera: «sigo aquí, por si me necesitas».
Susurros de hortelana
(mentha spicata)
Le dicen hierbabuena, menta verde o hortelana.
Pero aquí, en la montaña, tiene su propio nombre.
Crece donde hay agua cerca, le gusta el frescor de la mañana y se extiende sola, como los recuerdos que no se quieren ir.
Las abuelas la usaban para:
– los cólicos del alma
– los sustos del estómago
– las bocas tristes y las respiraciones cortas
Dicen que atrae lo bueno, que espanta lo denso, que aclara la cabeza.
Si la cultivas, no la encierres en macetas pequeñas: la hortelana necesita espacio para recordar.

Receta emocional
Infusión para volver a empezar
– 5 hojas de hortelana fresca
– una taza de agua
– una promesa suave para ti
Hierve el agua y, cuando burbujee, apágala.
Añade las hojas y tapa la taza.
Espera cinco minutos.
Mientras tanto, si puedes, cierra los ojos.
Piensa en alguien que te cuidó sin que te dieras cuenta.
Y bebe.