El pasado martes, mientras nos adentrábamos en paisajes y caminos que nos llevan a algunos de esos pueblos bien abandonados bien que, gracias a diversos proyectos, comienzan poco a poco a resurgir de sus cenizas y abandono, nos adentrábamos en las hermosas tierras que hoy forman parte del municipio de Torre del Bierzo. Y si en ellas podemos toparnos con esos restos pétreos que poco a poco se van de nuevo mimetizando con la misma naturaleza que, allí donde no son recuperados, vuelve a hacerlos suyos, podemos encontrarnos con otros restos, aún bastante recientes, que forman parte de una etapa floreciente económicamente para la comarca, aunque no tanto para su paisaje, marcada por el ejercicio de la minería, una etapa que nos ha dejado algunos esqueletos de su paso por estas tierras que tal vez algún día nos hablen con un lenguaje diferente al que por ahora lo hacen y que aún duele en la memoria de mucha gente. Y es que la minería ha dejado prosperidad por un lado, pero también dolor y muerte en no pocos casos. Hoy vamos a escoger como protagonista de este artículo el esqueleto de la mina de carbón Hnos. Viloria, de Torre del Bierzo. Y espero que me disculpen si lo hago en un tono un tanto diferente al utilizado en otras ocasiones, porque la situación actual en la que en estos días nos encontramos es un tanto inusual y, ya saben, los sentimientos y la respuesta que a los mismos puede dar la pluma de quien escribe, es a veces un tanto veleidosa.
Inicio este relato marcada por dos acontecimientos concatenados entre sí estos últimos días. Por un lado, mi retina, aún llena de los increíbles paisajes en los que el pasado sábado me sumergía camino de la «piedra de los poetas», iniciativa surgida del alma poética de una buena amiga y gran poeta como es Carmen Busmayor, me devuelve una y otra vez esa imagen de frondosidad que nos llevaba entre estrechas y sinuosas carreteras hacia ese mágico hayedo de Busmayor que nos esperaba para llenarse de versos, mientras las elevadas temperaturas del día, hacían que, inevitablemente, me asaltara la inquietante idea de qué sería de estos magníficos bosques si una cerilla, una colilla mal apagada o cualquier otra circunstancia provocada por mano del hombre o por efecto de la naturaleza prendieran fuego a estos lugares. Poco después me llegaba la información de que no tan lejos del lugar en el que nosotros nos encontrábamos, otro espacio natural sí estaba siendo pasto de las llamas. También en el Bierzo, un buen número de pueblos estaban siendo evacuados ante el avance de un fuego devastador que amenazaba sus espacios y avanzaba inexorable hacia ese monumento natural que comenzó a construirse hace siglos de la mano del hombre y una de sus más antiguas actividades económicas: la minería. Así es, ya hace más de dos milenios los romanos llegaban a estas tierras con afán colonizador y «explotador». En una parte de esta comarca a la que hoy llamamos Bierzo, descubrieron la presencia de oro, y comenzaron su explotación por el sistema de «ruina montium», transformando los montes que fueron horadando por la fuerza del agua que hicieron correr por sus entrañas, hasta convertir estos parajes en lo que hoy conocemos como «Médulas», la mayor explotación aurífera conocida en todo el Imperio romano. El espectacular paisaje (ahora en gran parte quemado por la acción del fuego de este pasado fin de semana), transformado por la mano del hombre, ha tardado más de dos mil años en convertirse en un entrono natural declarado: bien de interés cultural en 1996 (en atención a su interés arqueológico), patrimonio de la humanidad en 1997 (por la UNESCO) y monumento natural en 2002, un monumento en el que predominan robles y castaños, algunos de ellos muy antiguos.

Observando esta realidad, que volverá a tardar años en recuperarse tras la incendiaria devastación a la que se ha visto sometido este singular paisaje, volvemos la vista a otra transformación minera mucho más actual, en la que la explotación del oro fue sustituida por otro mineral, mucho menos exclusivo pero muy necesario para el avance económico de la sociedad desde la llamada revolución industrial, como ha sido el carbón. Y digo «ha sido» porque ya sabemos que nada llega para quedarse y que la explotación de la naturaleza, sea cual sea lo que queramos extraer de ella, también tiene sus límites, ya sea por intereses económicos que desvían su atención hacia otro lado, ya sea porque sus recursos se agotan. Nuestra provincia, especialmente en toda esa franja norte que nos separa de las regiones que aún están por encima de la nuestra, ha sido especialmente rica en este mineral y su explotación ha sido fundamental para su economía sobre todo en el pasado siglo XX, aunque la minería del carbón es ya algo que nos remite al pasado.
Hoy, las fotografías de mi compañera Olga Orallo nos devuelven la mirada a la mina de carbón de los Hermanos Viloria, en el término de Torre del Bierzo. Entre una vegetación que crece exuberante día a día, víctima del abandono de la zona, se elevan los restos de este complejo minero, abandonado a su suerte como tantos otros a lo largo y ancho de nuestra geografía leonesa. Las dimensiones de los edificios que aún se elevan en la zona, con múltiples pisos que abren sus desvencijadas ventanas como miradas perdidas sobre unas tierras en las que ya solo se percibe el silencio, nos hablan de la importancia de esta mina ligada al grupo Viloria Hnos. que, en 1984, contaba con treinta y tres de las llamadas «concesiones vivas», tenía en 1988 una plantilla de 200 personas y en 1993 se había convertido ya en el grupo empresarial Lamelas/Viloria con el que llegarían a controlar la minería del Alto Bierzo.

Pero les había anunciado que hoy quería darle un giro a este artículo nuevamente dedicado a la huella que la minería ha dejado en los caminos de esta tierra nuestra. Y para ello permítanme que me remita a un aspecto más humano, a esa ruina vital que esta actividad económica ha ido dejando en tanta gente cuyo devenir ha estado unido al ejercicio de la misma. Y ese aspecto queda recogido, como un auténtico recordatorio, en un poema que Manuela López García, esa poeta a la que tan a menudo me he referido a lo largo de estos meses, como faro indispensable, le dedicó a un muchacho de apenas dieciocho años, que había decidido trabajar durante una temporada en la mina para conseguir fondos con los que costearse una carrera. El joven se llamaba Ángel Rivera Torre, era de La Ribera de Folgoso, y falleció en accidente de trabajo el mismo día que comenzó a realizarlo. Manuela le dedicó el poema que tituló ‘Muchacho del desgarro’ y del que he extraído estos versos: «Muchacho del desgarro: / Pregunto por ti al instante que marcó/ tus dieciocho años,/ cuando probabas tus fuerzas/ de escalar las altas cumbres,/ irguiéndote en el tramo del sudor/ que te haría encallecer manos y alma/ para luego emprender vuelo de alondra/ bajo un cielo concreto./ Todo se ha vuelto niebla en torno tuyo:/ niebla densa ese mar que te navega/ apuñando dolor de lejanías/ que apagó tus clamores de esperanza,/ que derribó el acento masculino/ de tus dorados sueños.../ La noticia llegó desnuda y fría,/ cortante como daga./ Tú eras uno más que la noche despeña/ para borrar la faz de la ilusión/ dejándonos un poco más de trigo,/ una ración de pena en las entrañas/ con que nutrir el alma de silencios (...)».
Y es que la mina siempre ha sido «una amante exigente y caprichosa», que algún otro poeta escribió algún día. Sirvan estos versos de Manuela López, recordando la desgracia de este joven minero muerto, para destacar la relación de este grupo minero, al que hoy nos estamos refiriendo, con la conocida como Brigada de Salvamento Minero del Bierzo Alto, que en 2019 recibiría el premio Negrilla de Oro de La Nueva Crónica, con intención de recordar los servicios prestados por esta a la seguridad minera de la zona. Esta organización se constituyó definitivamente en 1986, con el objetivo de «salvaguardar las vidas y propiedades mineras comprometidas por accidentes, tales como hundimientos, inundaciones, explosiones o fuego. Crear y mantener un auténtico espíritu de prevención y seguridad». A la cabeza de las 46 empresas firmantes de tal brigada figuró como presidente, de principio a fin, el empresario minero Manuel Lamelas Viloria, aunque Viloria Hnos. no estaría solamente así representada en dicha brigada pues entre los primeros 19 brigadistas que comenzarían a prestar sus servicios para « proteger y dar cobertura a casi 3000 mineros», estarían también: Raúl Suárez López, ingeniero técnico; César Ferrero, barrenista; Julio Rodríguez Álvarez, vigilante y todos ellos trabajadores de Viloria Hnos.

Pero la implicación de este grupo en la cultura minera de la zona no desapareció con el cierre de las minas y su finalización como impulso económico de la zona. Y así, poco después, surge la Fundación Cultura Minera, asociación sin ánimo de lucro que tiene como objetivo «recuperar y salvaguardar la historia de la Minería en el Bierzo». Una vez más lo hará de la mano del empresario y promotor de las actividades, Manuel Lamelas Viloria, con una idea inicial de, –centrándose en Torre del Bierzo donde está la sede de la Fundación–, dar cobertura e ir incorporando al resto de ayuntamientos del Bierzo Alto, vinculados con la Minería del Carbón. Hoy en día, la asociación aúna a la práctica totalidad de las empresas mineras que en su momento tuvieron actividad en la cuenca, junto a APEMA (Asociación Provincial Empresas Minería de Antracita), CARBUNIÓN (Patronal Nacional del Carbón), así como a otros ayuntamientos bercianos más allá de la propia cuenca.
De momento, que estas ruinas que salpican nuestro territorio sigan siendo un hilo memorístico que nos mantenga unidos a ese pasado del que, queramos o no, son herederos los hijos de esta tierra. Y para terminar lo hago con otros versos de Manuela López Gª, que vienen a recordarnos esa reciente tragedia acaecida en una mina asturiana pero en la que perdieron la vida mineros de nuestra tierra, hace apenas unos meses, mineros de Villablino y Laciana cuya memoria aún tenemos demasiado viva: «Todavía escucho el eco/ de aquel grito en carne viva./ Cientos de gritos en uno/ que la brisa me traía./ ¡Catorce vidas segadas/ en el fondo de la mina!/ (¡Cuántos sueños amputados!,/ ¡Cuánta pasión hecha arcilla!...)/ Toros de niebla furiosos/ con que la noche embestía,/ remataron la faena/ con puñalada asesina,/ ¡Qué pobres cuerpos tendidos/ en trágica teoría!.../ ¡Se puso en cuarto menguante,/ ay, la luna estremecida!/ Catorce esposas en luto/ con terror en las pupilas,/ rotas en suspiros hondos/ cuelgan de una cruz sus vidas. (...)». (‘Héroes de sangre erguida’. Romance dedicado a los 14 mineros que fallecieron en Mieres del Camino víctimas del grisú. Manuela López García).
Ella hacía alusión a la tragedia ocurrida, también en tierras asturianas, en 1995. Dejo este fragmento para que no se nos olvide que la minería siempre ha sido presente y futuro para mucha gente, pero presente no siempre exento de tragedias...