Resurgir del fuego y el olvido como el Ave Fénix

Y tras treinta años de abandono y destrucción hay pueblos que renacen fruto del amor de quienes de ellos se enamoran, como Matavenero

Mercedes G. Rojo
05/08/2025
 Actualizado a 05/08/2025
Pueblos que se esconden en medio del paisaje jugando a camuflarse. Matavenero. | OLGA ORALLO
Pueblos que se esconden en medio del paisaje jugando a camuflarse. Matavenero. | OLGA ORALLO

Hoy, nuestros pasos, que siguen buscando esos lugares en ruinas que nos muestran los reportajes fotográficos de Olga Orallo, se encaminan a la otra vertiente del  Camino de Santiago que parte en dos Maragatería y Bierzo, y teniendo como punto de unión esa Cruz de Ferro que es hito tan importante en este Camino Francés. Y si el pasado martes nos íbamos hacia esos pueblos que se encuentran en el margen izquierdo según nos adentramos desde tierras maragatas (cada una se inclina hacia donde desde siempre ha dirigido sus pasos) hoy nos vamos al flanco derecho, el que se encuentra entre la vieja carretera a Galicia siguiendo el trazado más peregrino y la nacional VI (hoy prácticamente sustituida en su trayectoria por la autovía que también busca las tierras bercianas a través del puerto Manzanal). Nuestros puntos de destino están escondidos en el corazón de los Montes de León, en pleno Bierzo, unidos por sendas casi invisibles a las vecinas tierras maragatas. 

Y ese recorrido ha escogido detenerse en dos pueblecitos a los que merece la pena acercarse a través de estos bellos paisajes que siempre nos regala la vecina comarca del Bierzo; da igual la estación por la que estemos atravesando aunque, lógicamente, en el invierno nos aceche en sus caminos la amenaza de las nieblas y las nieves. Las localidades en las que en esta ocasión vamos a centrarnos, como ya lo hizo la cámara de nuestra fotógrafa de cabecera en estas lides, no son otras que Castrillo del Monte y Matavenero, pueblos ambos a los que unen similares circunstancias, además de un camino que los une en una más que agradable ruta para realizar a pie, pero que con el paso del tiempo han evolucionado de forma muy diferente, con presentes que los alejan al uno del otro, pues mientras el primero permanece prácticamente abandonado no sucede lo mismo con el segundo de ellos. 

Pertenece Castrillo del Monte al municipio de Molinaseca. Muy próximo a la localidad de Paradasolana, con la que compartiría no pocas circunstancias a lo largo de la historia, al noroeste del mismo se encuentran las hoy en día aldeas ecológicas de Matavenero y Poibueno, y a su suroeste la localidad de Foncebadón. Situado a unos 1000 m. de altitud, parece que su existencia podría remontarse hacia finales del siglo XVI y estaría dividido en dos barrios, el de Arriba y el de Abajo, en el que se encontraría la iglesia que fue de San Roque, huy en ruinas.

Calles y rincones en los que sigue latiendo el silencio del abandono. OLGA ORALLO
Calles y rincones en los que sigue latiendo el silencio del abandono. Castrillo del Monte. | OLGA ORALLO

Según nos cuenta el catastro del Marqués de Ensenada, que data de mediados  del siglo XVIII, en tal época el pueblo pertenecería a la jurisdicción de la «Tierra de Bembibre», que rendiría sus pagos al Conde de Benavente, del estado de Alba de Aliste (y ya por aquel entonces,  Señor de Bembibre y sus tierras). La extensión del término del pueblo, prácticamente de forma  redonda, con unos 10 km. de circunferencia, albergaría 4 molinos harineros de una muela, 29 pies de colmenas y 37 casas habitables, 11 pajares, 4 establos, 5 corrales y algunas casas en ruina, además de una taberna servida por vecindad,  y una serie de terrenos comunales, entre los que se encontraban hasta cuatro mil cuartales de terreno inculto, un par de dehesas de encinas para pastoreo y rozo, y «las Heras, que sirven para componer las mieses». El catastro de vecinos oscilaba entre los 18 y los 22, con un total de personas entre los 80 y 90, seguramente con bastante gente joven. 

Más adelante, a mitad del siglo XIX el Diccionario de Pascual Madoz, nos actualiza los datos relativos al mismo a la existencia de unos 30 vecinos (o 100 habitantes) divididos entre los dos barrios; una escuela de primeras letras a la que asistían 12 niños y la misma iglesia dedicada a S. Roque y matriz de la de Paradasolana. Entre los productos del lugar siguen estando el centeno, las patatas, frutas y algunas hortalizas, contando con  ganado lanar, cabrío y vacuno. También se cita la caza de jabalíes, corzos, perdices y liebres.

Ya en el siglo XX, de los 120 habitantes con los que llegó a contar el pueblo en 1950, estos se habrían reducido a 65 en 1960, para perderlos todos y quedar deshabitado en los diez siguientes años, aunque en 1990 volvió a haber dos casas habitadas por un tiempo.

Un intento de volver a la vida desde el abandono. OLGA ORALLO
Un intento de volver a la vida desde el abandono. Castrillo del Monte. | OLGA ORALLO

Pueblo de abundante agua, con tres arroyos en cruz, cuenta también con un gran manantial en el barrio de Arriba del que  parte el camino a Matavenero, el otro pueblo que hoy nos ocupa, siendo el resto de pueblos colindantes Paradasolana (poniente), Folgoso del Monte (mediodía) y S. Pedro Castañero (norte). La fisonomía que hoy nos regala es la de algunas casas que aún se mantienen en pie, junto a señales de reconstrucción en alguna otra, aunque la mayoría de ellas, están derrumbadas. Como la de las localidades que nos ocuparon en la pasada entrega, las casas son de piedra de la zona y están cubiertas de losa, algunas de ellas con doble planta, puertas carretales en su planta baja y corredores exteriores en la planta superior. Pasear por sus calles hoy es dejarse acompañar por el silencio solo interrumpido por los sonidos de una naturaleza olvidada, que se muestra exuberante y también abandonada a nuestros ojos, mientras los restos que un día estuvieron tan llenos de vida, se dejan engullir por una vegetación cada vez más asilvestrada y a la que de momento no hay intervención humana que pueda ponerle freno.  En el barrio de abajo, la iglesia, aún en alto pero sin techo, conserva la portada y una robusta torre que ofrece a los ojos de quienes se pierden entre sus calles sin asfaltar. 

En el caso de Matavenero, pertenece esta población al municipio de Torre del Bierzo, aunque antiguamente lo hizo al de Albares de la Ribera, tal como nos lo cuenta el diccionario Madoz de mediados del siglo XIX, dependiendo por aquel entonces de la vecina localidad de Poibueno,  de la que se consideraba un barrio. Sería en esta segunda donde estaría situada la iglesia, así como la escuela de primeras letras, a pesar de contar con 70 casas, 20 menos de las que se la adjudican ya entonces a Matavenero que, como hoy, ya era más grande que esta otra. Se dice que Poibueno ya era nombrado por Ptolomeo, en tiempos de los romanos, cuando este nos hablaba del itinerario romano de Petavonium. No sabemos si la localidad que nos ocupa dataría también de la misma época o si su desarrollo sería posterior a esta. El caso es que, a pesar de la circunstancia de una mayor extensión reconocida por el Madoz a mediados del s. XIX, este acabó quedó despoblado (como también lo haría Poibueno)  hacia finales de los años 60, como consecuencia de los continuos problemas de abastecimiento de agua, los duros inviernos y la falta de estructuras de comunicación.  Y así permaneció hasta que, en 1989 fue ocupada  por varias personas de distintas nacionalidades que intentaron crear lo que han dado en llamar una aldea ecológica o ecoaldea, organizada en junta vecinal, para convertirse en otro de esos pueblos que han resurgido de sus cenizas, como el ave fénix. Y en este caso nunca mejor dicho porque entre el momento de su total despoblación, allá a finales de los 60,  y el momento en que los nuevos pobladores llegaron al mismo,  hasta tres incendios habían sacudido a este lugar, lo que facilitó el asentamiento de los nuevos vecinos al no haber nadie que reclamara dichas casas. A su llegada, la zona estaba casi salvaje, llena de maleza, con las casas en el suelo... Y poco apoco comenzaron a trabajar en ella trayendo el agua de fuentes lejanas, viviendo al principio en tiendas y tipis, hasta que construyeron un teleférico que les permitió llevar a la zona, más fácilmente, materiales de construcción –en especial madera- para mejorar las viviendas. 

Reconstruyendo un pueblo sobre las huellas del pasado. OLGA ORALLO
Reconstruyendo un pueblo sobre las huellas del pasado. Matavenero. | OLGA ORALLO

Hoy Matavenero es una localidad llena de vida, eso sí con criterios diferentes a los del resto de localidades, un lugar donde predomina la vida en común de sus habitantes, existe una escuela libre para los niños que viven en el mismo, y el trabajo del campo, la realización de tareas de mejora, limpieza de caminos, construcción de puentes, energía eólica y solar, horno de leña, agricultura biológica, apicultura, artesanía, aprovechamiento de los recursos naturales... se autogestionan a través de un sistema de  consenso asambleario. 

En sus calles, que siguen sin asfaltar, se ven las huellas que poco a poco van dejando las gentes que hoy lo habitan, con una misión por objetivo: «restaurar un pueblo y devolverle la vida, creando de nuevo tanto espacios colectivos como viviendas familiares», y hacerlo «de forma ecológica, construyendo con sistemas innovadores de tecnología apropiada y de bajo impacto». Y aquellas construcciones eventuales del comienzo han dado paso a esas otras que aprovechan como base las viejas construcciones de piedra, gracias a la cesión de las mismas por parte de los antiguos moradores. Para llenar de vida las calles que un día habían sido silenciadas por el abandono y el olvido. Está claro que Matavenero no es un lugar para vivir cualquiera. Hay que tener muy claras las opciones de vida por las que uno quiere inclinarse, pero sin duda ha dado futuro y esperanza a quienes creen en otro estilo de vida. Allí no vas a encontrarte establecimientos turísticos al uso, pero serás bienvenido si quieres acercarte a conocerlos.  Eso sí, no cuentes con llegar hasta allí  cómodamente sentado en tu vehículo de motor, aunque sí que hay dos  rutas por las que se puede acceder al mismo sin excesivo esfuerzo. La primera de ellas llega desde la vecina Maragatería, exactamente a la altura de Foncebadón, a cuya salida hacia Ponferrada, justo en la primera curva tras superar el pueblo una desviación a la derecha nos lleva a una pista por la que –transcurridos unos siete kilómetros - accederemos a Matavenero. Se trata como decimos de una pista con fácil acceso a pie, no tanto así con vehículo, aunque hay quienes se arriesgan hasta el aparcamiento que hay habilitado al pie de la ya mencionada  tirolina que han instalado los actuales habitantes del pueblo. A partir de aquí  nos encontramos con un sendero, de aproximadamente un kilómetro, que baja muy directamente al pueblo.

Nuevas formas de aprovechamiento.
Nuevas formas de aprovechamiento. Matavenero. | OLGA ORALLO

La otra ruta de acceso comienza en la localidad berciana de San Facundo  y nos puede llevar, en un recorrido circular, a recorrer las localidades de Matavenero, Poibueno y espacios naturales como el Pozo de las Hoyas,  antes de volver al punto que nos sirvió de partida. Un recorrido que podemos encontrar bien señalado en algunas de las paredes  de las casas de San Facundo, tras haber dejado nuestro vehículo en el aparcamiento de la entrada.

Corrientes de agua que se deslizan en pequeños arroyuelos, árboles y arbustos de todo tipo, algunos que están desapareciendo incluso en según qué lugares, nos conducirán hasta nuestros puntos de destino sin hacernos ni siquiera sospechar lo que se encuentra tras los senderos que atraviesan estos montes y bosques. ¿Quién dice que los pueblos no pueden renacer también de sus cenizas al igual que lo hace la vegetación de que estos se rodean?

Créanme si les digo que la visita a estos dos lugares de los que hoy les hablo, bien merece una visita reposada que les permita traer un poco de reposo a sus, en ocasiones, demasiado aceleradas vidas. Y si quieren prolongar su estancia durante un tiempo, en Matavenero estarán encantados de recibirles. Eso sí, al igual que de las dificultades que podemos encontrarnos en el camino que hasta allí ha de llevarnos, infórmense también de las condiciones que allí les esperan.

Hasta nuestro próximo recorrido. 

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