Juan Villoria y su mundo ancestral

Por Gregorio Fernández Castañón

18/04/2024
 Actualizado a 18/04/2024
El autor explica que ‘Torío ancestral’ parece un toro, pero no lo es. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
El autor explica que ‘Torío ancestral’ parece un toro, pero no lo es. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Juan Villoria García nació en el año 1957, pero añora –pienso yo– el aroma de siglos atrás. Tanto que le hubiera gustado salir de noche con una pandilla de íberos o de celtas para descubrir, con voz propia, el tintineo de las estrellas o el murmullo de las nereidas al jugar con las salpicaduras del agua. Reconozco que exagero un poco, sí, pero… Hasta aquellos históricos pueblos, anteriores a Cristo y sin salir de León, me quiso acercar Juan Villoria y me convenció. Al hacerlo utilizaba palabras como «ancestral», «sustratos primigenios», «mensaje místico» o «evocación de mitos». 


Día gris el 28 de noviembre de 2023, doce menos diez de la mañana.


Nos encontramos justo al lado de ese ruedo donde el viento mueve las muletas rojas y el toro bravo se retuerce de dolor al sentir el corte del acero. En la arena hay salpicaduras de sangre y a nuestros pies las hojas muertas pintan de amarillo la hierba por los jardines verdes. Estábamos a un paso y medio del lugar por donde el río Bernesga, cuesta abajo, lleva prisa por fundirse con su homólogo el Torío en un acto de amor. Amor eterno. Y afilamos la punta del lapicero rodeando el ‘Torío ancestral’ –su escultura del año 2005–, punto donde le cité para, con mis argucias, poder abrir, de par en par, la puerta grande con sonoras palabras nada violentas. Lo iba a intentar.


Juan Villoria sabe latín y se mueve utilizando distintas facetas artísticas para salir a la calle. La fotografía, la pintura o la escultura son para él pan cotidiano que moja en sus silencios para otorgarles después el don y la voz apropiados. Y de las tres modalidades, como es obvio, me veo obligado a poner en sus manos el mazo y el cincel, las hojas de sierra de diamante o de metal, las cizallas, las soldadoras y las lijas específicas de piedra y de metal. Y con los útiles adecuados nos vamos al monte. Al Monte San Isidro, en concreto, donde una de sus obras, por su gran volumen y peso, ha echado raíces para fundirse con el paisaje por donde respiran los robles.

Una escultura de muchas lecturas. Dos ‘jotas’... Una de ellas hace el pino. | G.F.C.
Una escultura de muchas lecturas. Dos ‘jotas’... Una de ellas hace el pino. | G.F.C.


Estoy hablando de la escultura ‘Trinitas Aequalis’, o lo que es lo mismo ‘Una Trinidad Igual’. Y si hay «trinidad» hay tres ¿personas distintas? No. Hay allí tres enormes volúmenes longitudinales donde las palomas detienen, eso sí, el vuelo para posarse en ellos. Tres enormes piezas de cinco toneladas cada una, con la piel lisa en el exterior y con pequeñas olas, casi imperceptibles, en sus interiores. Interiores que el artista aprovecha para reflejar en ellos determinadas leyendas relativas a la Santísima Trinidad. «Estos escritos –me dice Villoria– permiten que los tres módulos de la escultura se conviertan en una especie de gran libro en piedra; son tres enormes hojas que esconden en su interior un mensaje místico». Y yo le creo, cómo no. Y tampoco dudo de sus palabras cuando me explica que las ventanas en estas moles «están conectadas visualmente entre sí y sirven de elemento de comunicación entre los tres bloques». Tres. Santísimo y enorme milagro que se convierte en una pieza artística, única, hecha con granito procedente de la sierra de Guadarrama.


Y a imagen y semejanza de todo lo expuesto con anterioridad nos vamos, metafóricamente, hasta La Virgen del Camino para ver, tocar y admirar otra de las obras voluminosas de este artista. Juan Villoria, allí, dejó su impronta bautizándola como ‘Regina Sanctorum Omnium’. Y la ‘Reina de todos los santos’ –en castellano–, allí, se manifiesta con el color gris perla. Dos voluminosas piezas, de cinco toneladas cada una, en las que el artista ha dejado grabado el emblema de la adoración nocturna y los siguientes textos: «Adorado sea el Santísimo Sacramento» y «Regina Sanctorum Omnium», junto a la letanía del Rosario en latín. ‘Ora pro nobis’.


Y entre pasodobles toreros, que nadie tocaba y que yo no escuchaba, volví al ruedo del que nunca nos fuimos del todo. Juan Villoria y yo continuamos haciendo sombra al ‘Torío ancestral’. Sombra que no se manifestaba porque el sol no iluminaba, pero «sombra», en definitiva, porque era la hora del ángelus en los relojes metálicos. «Din y don». «Din» para pedir a «don» (Juan Villoria) que me hablara de su toro bravo, que no lo es; aunque tampoco es lo que parece. Un lío que se cuelga en la telaraña de un techo y se balancea al menor soplo del aire.

Juan Villoria García es un escultor multifuncional. | G.F.C.
Juan Villoria García es un escultor multifuncional. | G.F.C.


 

‘Torío ancestral ‘«rinde homenaje al río (Torío), pero a la vez es una de esas figuras primitivas celtas que representan la figura de este animal en la antigüedad». Y el animal –según su autor– también se llama… Torío. Es, para que yo me entienda, lo que cada cual quiera, viéndolo, y se imagine, representándolo. Vía libre, entonces, a mi imaginación literaria. Comienzo. Y lo hago revisando una larga letanía del autor –varias veces premiado–, que se inicia en Hecatombo y sigue, después, con los nombres de ‘Lug’, ‘Laberinto’, ‘Ídolo Ibérico’, ‘Espiral’, ‘La Ruta de las Estrellas’ y ‘Cruceiro’ para terminar en las patas y cuernos de su ‘Torío ancestral’. Un toro que, como ya he dicho, no lo es, aunque se vea, y un río que se manifiesta representado por la cabeza, y tal vez por el cuerpo también, de… un toro, en el que, por ser ancestral, su cuerpo es una «o» o, si se prefiere, un… cero o, lo que es lo mismo, un círculo en cuyo interior la madre naturaleza ha sembrado la vida para que se manifieste. Mirad a su través. ¿Veis? En cualquier caso, si se me permite, prescindiendo de la cabeza cornuda, yo lo que veo en esta obra son dos letras «jotas» sin puntito, porque no lo necesitan. Una «jota» hace el pino. Y con las dos se cierra el círculo y se prolongan hasta donde el rabo (que no existe) espanta a las moscas. Me explico con palabras de Jesús (Mateo 5:18-20): «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que, si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos». Mensaje o memoria ancestral para poner al sol la ropa que necesita airearse con los tendales del arte. Otra persona, sin duda, leerá en el ‘Torío ancestral’, de Juan Villoria García, otro poema, otra visión. No importa las múltiples interpretaciones de un mismo toro o río. La cuestión es respetar siempre la obra de un artista. Y esta, en concreto, ha sido dañada con la pintura de un analfabeto integral, al salir, sin gafas (por no decir «sin luces») a conquistar el mundo de los bárbaros… ancestrales. Y perdió. 

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