Amancio González, un dios creativo en León

Por Gregorio Fernández Castañón

22/02/2024
 Actualizado a 22/02/2024
El escultor Amancio González supervisando la descarga de una de sus obras. | G. F. C.
El escultor Amancio González supervisando la descarga de una de sus obras. | G. F. C.

Amancio González (Villahibiera de Rueda, León, 1965) tuvo la suerte de que los reyes más majos del Universo le dejaran, al alcance de sus dedos, varios juguetes naturales, como aquella «vieja negrilla»: grueso tronco de un árbol, carcomido y hueco, pero que para él y sus amigos era nada menos que la torre de un castillo medieval, la cueva de Alí Babá, un pozo sin fondo, o el último cohete con destino a la Luna. Juguetes sencillos que funcionaban a golpe creativo y con la fuerza de la imaginación.

Y desde el lejano ayer, de pantalones cortos y arañazos en las rodillas, llegó un mañana en el que Amancio González dispuso de una gran reserva de ingenio que decidió canalizar. Primero a través de la pintura, guiado por las sabias lecciones de Alejandro Vargas, y después con la escultura. Una escultura hecha con carne de madera en los cuerpos y metáforas para representar el alma. Así surgieron sus primeras tallas: rostros, torsos y cuerpos masculinos tan exageradamente expresivos que, en vez de arrugas, en ellos se podía leer el mapa del tiempo, con todas sus variaciones. Y así, dentro del ámbito de la figuración, Amancio González encontró un estilo tan personal como humano que, todavía hoy, en cierta medida, conserva. Las pequeñas tallas dieron paso a sus «gigantones» y fue, entonces, cuando decidió hacer de la serrería de Barrio de Nuestra Señora su cuartel general. 

Amancio González es un «todo terreno». De esos tan grandes que no ponen reparo alguno en «operar» un tronco de árbol, un trozo de metal tras otro o un bloque de piedra (hasta de 15 toneladas), con el fin de encontrar en ellos los sentimientos más dispares, dignos de ser trasformados en una pieza única que… «habla». Escucha: «para hacer una escultura –me dice susurrando– hay que tener el oído mejor que la vista. Por eso yo escucho lo que el tronco me dicta, con el fin de conseguir acercarme a lo que de él está queriendo salir». 

Es posible que de ese «saber escuchar» Amancio González consiga obras tan dignas de subirse a los altares (un Cristo suyo, por ejemplo, se procesiona en la Semana Santa leonesa) o de permanecer en zonas públicas con una apabullante personalidad: desde el silencio más respetuoso, hablan con la voz –a veces poética, a veces despiadada, y siempre clara– que impone la naturaleza o la vida del hombre en sus aciertos o devaneos. ‘La vieja negrilla’, ‘El recolector de estrellas’ (conjunto escultórico homenaje a Paz Fernández Peña) o, entre otras, ‘Figura sentada con pájaro muerto’, en León; ‘Don Quijote’, en los jardines del museo Evaristo Valle, en Gijón; ‘El fantasma de Kai Lykkes’, en Dinamarca, o ‘La fuente de la Explanada’, en Fuerteventura, son claros ejemplos de esa viva voz, como lo es también ‘La ventana’, en el cementerio de Algadefe-León. Respecto a la última escultura de este hombre/artista/amigo, tuve el privilegio de ser testigo de su peculiar montaje.

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La mano del artista ‘acariciando’ la mano de su obra. | G.F.C.

Amancio tiene obra pública repartida por casi todo el mundo. Y no exagero. Ha participado en colecciones particulares, colectivas y en simposios; ha recibido diversos premios y becas; ha ilustrado libros y colaborado en decenas de actos culturales (como ilustrador, conferenciante o maestro en cursillos diversos). Jamás, eso tampoco, le ha importado trabajar en otras esculturas ajenas (haciendo grandes copias). En fin, para no alargar en exceso su «vida laboral», diré que el buen artista me envía un currículo de… ¡once páginas! Y sin embargo en un acto de sinceridad, que le honra, me dice: «Tengo obras repartidas por unos cuantos países y ciudades. No lo voy a negar, pero tienes que creerme: ahora lo que me apetece y me importa es llevar obras a los pueblos, casi despoblados, del tipo de aquella que instalé no hace mucho, y tú fuiste testigo de ello, en el cementerio de Algadefe».

¡Uf…! 

–¿Te acuerdas –le pregunto– de aquella aventura artística/literaria que tú y yo hicimos para la revista CamparredOnda? Los dos partíamos de la nada, aunque con una ligera diferencia... de peso: tú te enfrentabas a un pedrusco de diez toneladas, mientras que mi folio en blanco apenas alcanzaba los tres gramos. ¿Te acuerdas?

–Cómo olvidarlo. Los dos éramos más jóvenes y teníamos ganas de comernos el mundo. Fue bonita aquella experiencia para llevar a la sección que tú, entonces, mantenías en tu revista. Por cierto: ¿cómo la llamabas? De eso no me acuerdo.

–Ya. Era un título un poco largo, pero muy explícito: ‘Arte y literatura: de la nada al todo’ y, por si había alguna duda, llevaba también una somera aclaración debajo: «Un folio en blanco (una idea). Un simple boceto (un sueño). Un acorde… Único fin: una obra artística/literaria». 

–Qué bueno…

Aquel trabajo de Amancio duró varios meses. Y yo, claro, tenía la potestad (y la obligación) de acudir, sin previo aviso, a su taller (en Lorenzana) para ver la evolución y así poder contarlo. Un nuevo privilegio, a mi favor, ver surgir de la nada un todo; ver la gestación y el bautizo de su ‘Hito de la memoria’, homenaje a las 56 «paseados» durante la guerra civil en la zona cercana donde se asienta: km 28 de la carretera León - Caboalles. Un homenaje que no todo el mundo entendió y que muchas personas continúan sin hacerlo. Bien. Se respetan los gustos y los pensamientos políticos de cada cual, pero, al contrario, ¿por qué no existe la misma correspondencia? ¿Los actos vandálicos de esa incomprensión los ha de sufrir tan magna obra?

Qué desgracia, cobardía y falta de respeto al arte, en primer lugar, y a las ideas del contrario después y sobre todo. En fin, que, para no pisar campos minados todavía con el odio y la venganza, me quiero despedir con algo de mi propia cosecha: un microrrelato inspirado, precisamente, en esta obra de Amancio. Lo titulé ‘A conciencia’, y estas son las palabras que, en su momento, me salieron del alma al ver las primeros «disparos» de pintura roja, de sangre, en la piel del ‘Hito de la memoria’:

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'Hito de la memoria'. | G.F.C.

«Si eres tan valiente como dices, mírame a los ojos y dispara, después, sobre mi cuerpo desnudo. Mírame y siente el aleteo de mi corazón en mi pecho... abierto para recibir el aire y el sol en libertad. Dispara tu odio sobre mí, pero deja que sigan vivos mi pueblo y mi sangre. Dispara tu veneno en mi piel, pero ni se te ocurra anular el calor de mis dedos y las vibraciones de mis cuerdas vocales. Déjalos que, con el tiempo, sean ellos los que escriban las memorias y reciten las lecciones y los poemas de mis sabios maestros. Si quieres –porque sé que te gusta–, me pongo de rodillas para suplicarte que me dejes las manos libres (siempre) y no selles (nunca) mis labios con tus muchos errores. Te lo ruego, déjamelos así, vacíos, completamente desnudos, y... Después, si quieres, dispara sobre mí tu furia y tu venganza. 

¿No te atreves? ¿Quieres que me dé la vuelta? ¿Que mi cuerpo te dé la espalda? ¿Te reirás de mí al ver mi cuerpo desnudo, sin reconocer que el tuyo desnudo está? ¿Quién eres? O mejor, ¿quién te crees que eres? ¿Te crees Dios repartiendo justicia a través del frío metal y con el beso explosivo de unos granos de pólvora? Dime: si te doy la espalda, ¿dispararás, entonces, ‘hombre valiente’? 

Ay... Hombre que naciste desnudo, como yo, y que desnudo, igual que yo, viajarás por la tierra y otros valles más efímeros, mira por encima de tu sombra. Bucea en tu interior. Si disparas al aire tus muchos deslices, ¿con qué te encontrarás? ¿Eh? No lo dudes, pistolero ‘de tres al cuarto’: si disparas a la vida, hallarás la muerte a tus pies y sobre tu propia conciencia. ¡Mírate en un espejo de agua cristalina! ¿Qué ves? ¿No es la muerte la que a ti también te espera? Muerte después de la vida. ¿Por qué has de manchar la propia con sangre ajena? ¿Por qué has de soportar el peso de tu conciencia agujereada por el paso de una bala o de miles de palabras, traiciones o venganzas asesinas? ¿Por qué? Tu vida, mi vida, la vida de los demás, ¿a quién les corresponde sino a cada cual la suya? ¿No es así? ¿No estás de acuerdo conmigo? Si no lo estás, ante tus ojos me desnudo; te doy la espalda, ato a ella mis manos, y me dispongo a morir... como un mártir. Dispara». 

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