Agustín Barquero navegando por un mar de ensueño

Por Gregorio Fernández Castañón

04/04/2024
 Actualizado a 04/04/2024
Las piezas de este artista, en madera, están talladas con un sinfín de detalles. | G.F.C.
Las piezas de este artista, en madera, están talladas con un sinfín de detalles. | G.F.C.

Agustín le queda lejos el mar Cantábrico, muy lejos, y el paso del río Órbigo muy cerca, la verdad, tampoco lo tiene. Sin embargo, aunque habita en tierra seca, lleva «Barquero» de apellido y en sus ojos descubro un amplio oleaje de altas sensaciones artísticas: perteneció, en su momento, a un foro de arte gallego; forma parte del conjunto musico/vocal Red Diesel (con canciones propias y versiones de rock y de blues), se formó en el mundo del cómic –«una escuela extraordinaria»–, hizo un curso especial de tatuajes y, además y sobre todo, es un excelente escultor/tallista de madera y de piedra.

Agustín Barquero me recibió en su casa de Veguellina de Órbigo en una mañana coronada por una fría niebla que avanzaba de sur a norte, mientras se iba deshilachando por momentos. Todo se aclaró en cuanto sus dos chihuahuas, oscuros como el carbón, acercaron sus broncos ladridos a la altura de mis tobillos y tan cerca de mi pantalón vaquero que… realmente me hacían sentir un cierto respeto. 

–No les tengas miedo –me dijo Agustín–. Bienvenido a mi casa.

Sería bienvenido, sí, no lo dudo, pero los pequeños «roedores» perrunos continuaban recitando a dúo broncos poemas o cantando melodías inspiradas en las más tenebrosas tormentas; el de la voz «tenor», que era el más inquieto, iba y venía, como si fuera una de esas abejas que acaba de descubrir un gran campo de polen por encima de sus alas y no sabe en qué flor posarse. 

–¿Sabes? –le comenté a Agustín– El único perro que se atrevió a dejar sus huellas en mi piel fue una criatura tan pequeña como estos que tú tienes, por eso…

–Na. Estos, insisto, son capaces de asustarse con el canto de un grillo. 

Pudiera ser, pero aun así… La bronca que me brindaban desde sus profundas gargantas me acompañó a lo largo y ancho del espacio artístico que me brindó Agustín, primero frente a su escultura pétrea y después con sus tallas minuciosas, cargadas de mucha maestría y paciencia, hechas con las hebras y el corazón de un árbol tras otro.

A Agustín Barquero le sugerí que se pusiera al lado de su escultura de piedra para inmortalizarle con ella. 

–La hice hace mucho, mucho tiempo –me comentó– y, la verdad, es que debería retomar el trabajo para acabarla de una vez por todas. ¿Ves? Este brazo, el izquierdo…

Y todo, en ella –según el artista– eran malformaciones que yo no veía, y todo eran defectos que la escultura, por supuesto, no tenía. 

–Detente, Agustín, empecemos de nuevo: ¿a mí me ves capaz de levantar un monumento como este? No, ¿verdad? Pues, entonces, todo lo que me digas lo destacaré como una muestra de humildad que acabo de rescatar al vuelo. 

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Agustín Barquero frente a una de sus obras en piedra. | G.F.C.

Agustín se reía y no se cortaba a pesar de que nos acabábamos de conocer: «Vale, pues entonces, te invitaré a un café. ¿Prefieres un refresco antes de continuar? ¿Te apetece algo más sólido…?».

Y ante mi negativa, me preguntó:

–Por cierto: ¿quién te habló de mi existencia?

–Fue (…) un colega tuyo, un artista como tú. Y porque fueron buenas sus alabanzas, no dudé en desplazarme hasta aquí para descubrirte y compartir mi espacio periodístico con tu obra. Dime…

Agustín, entonces, cambió de semblante; se puso muy serio y, con excesiva modestia, dudó:

–No sé… No sé yo si no te decepcionaré. No sé yo...

Y no, no me decepcionó. Agustín comenzó enseñándome una pieza espectacular, hecha con madera de cerezo, ‘Adán y Eva’, en un paraíso especial en que, de abajo arriba o viceversa, no falta detalle o, mejor, posee tantos que tuve que ir despacio para no perderme ninguno. Allí, por supuesto, está Eva, tan sensual como es de esperar, tanto que con su desnudo integral (y ‘roto’, a la altura de la cadera) causa un cierto erotismo y movimiento que tienta a la gruesa serpiente que sujeta, con fuerza, Satanás (un «fauno» –me corrige Agustín). Y allí está Adán (desintegrándose) en la tierra, en un intento de salir de la órbita del pecado, mientras eleva su cuerpo en tensión, dejando marcados todos sus músculos, venas, tendones y huesos. Las manos…

–Eso es –me aseguró Agustín–: procuro destacar cada una de las partes del cuerpo, porque, como ya te dije, mi mundo creativo se inició disfrutando de cientos de cómics. Una escuela extraordinaria, donde todo, en general, pero las manos en particular, adquiere una gran importancia para suplir la escasez de texto. 

La cuestión es que en su ‘Adán y Eva’ la tierra es un vergel y el cielo, allí, es la puerta de salida del paraíso terrenal hacia otra dimensión, menos florida, por supuesto, aunque marcada con la esperanza que lleva consigo desintegrarse en el aire libre, de color azul, antes de volar. 

El estilo… Con todos mis respetos al mundo del cómic, en el que dice haberse inspirado Agustín Barquero, yo, aquí, lo acercaría tal vez más al de la eboraria, esas viejas y minuciosas piezas de marfil chino que llevan consigo un detalle tras otro en un mundo que todo encaja. Tantos detalles que se necesitaría detener el tiempo en su realización para que no corra en exceso. «¿Cuánto tiempo, Agustín?».

–¡Oh! No sabría decirte. Meses… 

–Ya. Me imagino. Y si tuvieras que valorarla, ¿cuánto?

–Pues…, a 10 € la hora, el resultado sería de «susto». Ponle, por ejemplo, entre 8.000 y 10.000 €. Una barbaridad.

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El artista no niega que, a veces, se inspira en el cómic a la hora de hacer sus obras. | G.F.C.

Y para «bárbaro» me enseña otras piezas que, asimismo, «poseen su aquel»: un fortachón, por ejemplo, con cuerpo y rostro de hombre y extremidades inferiores de reptil que se deja acompañar por una gruesa serpiente, y un monstruo devoraniños (este sí, inspirado en el mundo del cómic) cuyo órgano sexual termina teniendo los dientes de un tenedor (o algo así). «¿Por qué?» –le pregunto.

–Mira, durante años estuve estudiando con los frailes palatinos y, de aquella época, algo, un no sé qué, me quedó. No puedo decirte más.

Suficiente. 

Cuando descubrí la guinda que me enseñó en otra habitación, volví a alucinar. Es una pieza de «gran altura» realizada en madera de nogal. Alta y pesada, que dispone de tres bestias en la base para apoyar su carga y, por el tronco, sube o baja todo un mundo fantástico. De cuento (esta sí): peces, pájaros, serpientes, hombres y mujeres desnudos/as, faunos, motivos vegetales, semillas, troncos de árboles, ánforas… (todo, en su gran mayoría, en singular, pero me agrada ponerlo por encima «del dos» para destacar, más si cabe, tan magnífica pieza). 

–Había pensado hacer con ella una lámpara, pero una persona importante en el mundo artístico me abrió los ojos: «ni se te ocurra, me dijo, esta pieza es tan bella y perfecta como para considerarla un ejemplo del buen hacer escultórico». Y así la dejé.

–Pues yo estoy también de acuerdo con lo que te dijo «esa persona importante». Menos mal que no la destruiste, convirtiéndola en un objeto artesanal sin más. 

Agustín Barquero seguirá con sus dibujos (me enseñó varios de ellos de lo más espectaculares), continuará ensayando con sus tres amigos, los Red Diesel (él toca la batería y recibió clases de una profesora que se llama (…) hija de un miembro de Los Cardiacos), y continuará sacando las cosquillas a los troncos de la madera y de la piedra. Sin embargo, en el momento actual –así me lo aseguró– tiene otro interés al que dedica su tiempo: la realización de tatuajes (con diseño propio).

–Me acabo de hacer uno, que todavía está «fresco». ¿Quieres que te lo enseñe? Mira…

Cuando me despedí de él, sus dos mascotas, de nuevo, se pusieron detrás de mi sombra y, con sus ladridos, me fueron empujando hacia la calle en un intento –lo sé– de que dejara, de una vez por todas, su territorio libre de intrusos.

–No les hagas caso y vuelve cuando quieras.

–Lo haré, Agustín. Hasta siempre.

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