La prima Rosa

Por José Javier Carrasco

14/02/2024
 Actualizado a 14/02/2024
Miguel Delibes fue un pescador habitual del río Órbigo hasta el que se acercaba para pescar la trucha común. |  L.N.C.
Miguel Delibes fue un pescador habitual del río Órbigo hasta el que se acercaba para pescar la trucha común. | L.N.C.

Un mismo asunto puede abordarse de modos muy diferentes. Un ejemplo, la estampa brutal ofrecida por Carlos Saura de la caza, en la película del mismo nombre de 1966, y la casi beatifica que daba Miguel Delibes a lo largo de su obra; enfoques distintos, los de considerarla una forma de desahogo de las frustraciones de cuatro amigos o como una actividad  que favorece la realización personal. Motivo de posturas antagónicas, las de sus partidarios y detractores, que aportan todo tipo de argumentos para justificarlas. Los animalistas condenan cualquier práctica que suponga el maltrato de un animal (una visión enraizada en creencias hinduistas como el jainismo). Frente a ellos, los defensores de actividades consideradas tradicionales como la caza o las corridas de toros. Posturas más o menos radicales de las que no dejan de hacerse eco cada poco los medios de comunicación: fiestas  del toro enmaromado, caza del lobo, granjas animales... Dice Delibes en ‘La caza de la perdiz roja’: «Hay otras razones que ayudarían a explicar  el porqué del placer de la caza de la perdiz...», y las justifica porque la perdiz dispone de un instinto especialmente sutil y de unas defensas admirables. ¿Planteamiento cuestionable de un culto depredador o legítima lucha entre hombre y animal? Lo que sí sabemos es que nadie le ha pedido a la perdiz su opinión. 

Uno de los relatos que incluye ‘Cuentos del reino secreto’, obra de José María Merino, el titulado ‘La prima Rosa’, cuenta la historia de un seminarista que pasa sus vacaciones con unos tíos. Mal estudiante, su prima Rosa pretende corregirlo tomándole por la mañana  las lecciones que estudia durante las tardes en un viejo molino. Una de esas tardes descubre que su prima acude al río a bañarse. Ese descubrimiento coincide con el de una gran trucha que despierta en él el ardiente deseo de capturarla. Como es fácil de imaginar, la trucha y Rosa son la misma cosa, porque si no no habría historia que contar en un libro de  relatos sobre un reino secreto llamado fantasía.  Cuando logra pescarla los ojos de la trucha le miran con los de su prima y entonces decide liberarla: «Le arranqué el anzuelo y la empujé hasta el agua. Quedó unos instantes quieta y luego se fue alejando despacio, hasta desaparecer en el centro de la tablada que la tarde ponía cada vez más oscura». Un bello ejemplo literario de pesca sin muerte. Y es que la pesca de río resulta una actividad menos cruenta que la caza. Al comparar las armas de fuego  con los aperos de la pesca somos  conscientes de esa diferencia. De lo malo, una caña no es lo peor.

Volviendo a Delibes, sin dejar de ver su faceta de cazador como algo difícil de encajar en la imagen que de él nos hacemos, la de  una personalidad sensible y amante de la naturaleza, pienso que nuestros errores son menos si hay algo que los compensa, en el caso del escritor vallisoletano el haber escrito una novela con la carga social de ‘Los santos inocentes’. Delibes compaginaba la actividad cinegética con la de la pesca. ‘Mis amigas las truchas’ refleja bien sus andanzas en ese terreno, que se iniciaron precisamente el día después de su boda (un buen comienzo de una sesión psicoanalítica). En Valladolid no hay truchas por lo que nuestro hombre tuvo que salir a las provincias aledañas. Algunas de sus salidas le llevaron hasta los ríos de León. En su diario de pesca, que agrupó bajo ese título de ‘Mis amigas las truchas’, una de las anotaciones se titula ‘Las calabazas del Porma’, en ella se refiere a las «calabazas», por partida doble, que le dio el río Porma en jornadas continuas, una en Remellán y la otra en Cerezales. A la frustración por las pocas capturas se añade el intento de explicar las causas: «Esta sequía en caudales cristalinos y sequedad en los esteros, donde de ordinario se forman charcas y marjales». Tener vocabulario también serviría de disculpa.

Lo más leído