El precio del éxito

Por José Javier Carrasco

03/01/2024
 Actualizado a 03/01/2024
Antonio Gaudí, sentado en un banco frente al palacio, obra en bronce del escultor asturiano José Luis Fernández. | MUSEO CASA BOTINES GAUDÍ
Antonio Gaudí, sentado en un banco frente al palacio, obra en bronce del escultor asturiano José Luis Fernández. | MUSEO CASA BOTINES GAUDÍ

La pluma que planea sobre la ciudad de Savannah (Georgia) al comienzo de la película ‘Forrest Gump’ acaba deteniéndose a los pies del protagonista, que aguarda un autobús sentado en un banco. A su lado descansa una pequeña maleta con una caja de bombones encima. Coge la pluma, la estudia un momento con asombro, y, después de abrir la maleta, la guarda entre las páginas de un libro infantil de pastas amarillas titulado ‘Corious George’, de H. A. Rey. A continuación, Forrest Gump decide comerse uno de los bombones. Una mujer de color se sienta a su lado y empieza a leer un libro. Forrest intenta establecer comunicación con ella: «Hola, me llamo Forrest, Forrest Gump. ¿Quieres un bombón? Yo podría comerme como un millón y medio. Mamá siempre decía que la vida es como una caja de bombones. Nunca sabes lo que te va a tocar». Mientras la gente que espera su autobús se va sucediendo en el banco, Forrest Gump, recuerda su vida, rica en anécdotas, los personajes decisivos en ella: su madre, su amiga Jenny, Bubba, el teniente Dan ... Al final descubre que está muy cerca de la calle donde viven Jenny y el pequeño Forrest, y que no necesita ningún autobús, que su espera en aquel banco, en el que lleva mucho tiempo sin moverse, era innecesaria.

Aunque entonces, de saber que se encontraba a un paso de la casa de Jenny, Forrest Gump no habría podido contar su vida, las mil anécdotas que la salpican y hacen interesante. Nos quedaríamos sin saber que conoció, en el hotel-casa regentado por su madre en el condado de Greenbow (Alabama), a un desconocido Elvis Presley – el cantante acabará imitando su curiosa forma de bailar debida a las abrazaderas que Forrest llevaba de niño –, que estrechó la mano de cuatro presidentes, que al regresar de la guerra de Vietnam le concedieron la medalla de honor (al recibirla deja al descubierto ante el presidente Lyndon B. Johnson el lugar ignominioso donde le hirieron, su culo), que compartió plató televiso con John Lennon, que se hizo millonario pescando gambas, que corrió sin parar durante tres años, dos meses y catorce días por todo Estados Unidos… El banco donde Forrest Gump hace memoria, a la entrada de la plaza de Chippewa de Savannah, es de madera con patas de piedra. Ante el éxito de la película las autoridades decidieron trasladarlo al Museo de Historia, por el temor de que intentaran dañarlo o robarlo. El precio del éxito, que afecta incluso a los objetos más impensables, como ese banco al que nadie presta atención y que la escena de una película vuelve materia museística.

Los desconocidos que buscan compartir un banco lo hacen generalmente huyendo de la soledad, esperando entablar conversación. Sentarse, saludar, dar las buenas tardes, preguntar la hora, hacer algún comentario sobre el tiempo forman parte del ritual encaminado a favorecer una conversación e incluso, como en el caso de Forrest Gump, contar la propia vida. Pero lo habitual es que la gente se siente sola, que evite presencias indeseadas, confidencias no buscadas. En la Plaza de Botines, la escultura que representa a Gaudi, sentado en un banco frente al palacio, obra en bronce del escultor asturiano José Luis Fernández, sirve de ejemplo a esa elección del solitario que no necesita la compañía de nadie. La figura, absorta en la realización de un dibujo del edificio que creó, no parece echar de menos la compañía de un semejante, de alguien que podría estorbar con su presencia la tarea que le ocupa, que le mantiene entretenido. Se diría que le basta con la compañía de la paloma detenida en el otro extremo del banco. Esa escultura expresa que mientras para algunos la soledad es necesaria, la fuente de su inspiración, para otros, es una pesada carga que les lleva a buscar a quien la haga más llevadera. Sentarse en un banco a esperar que nos rescaten de la soledad no debe avergonzarnos, nos vuelve cercanos.
 

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