La primera maga, que afrontaba el cáncer como si fuera catarro

Manuela Rejas, la primera mujer con carnet de ilusionista en España, es un nombre imprescindible en estos días que se celebra en León el Festival de magia

28/12/2025
 Actualizado a 28/12/2025
Manuela Rejas de joven, junto a su marido y la maga Violeta en uno de sus números de circo e ilusionismo con los que recorrió el país. | L.N.C.
Manuela Rejas de joven, junto a su marido y la maga Violeta en uno de sus números de circo e ilusionismo con los que recorrió el país. | L.N.C.

Por suerte la vida de Manuela Rejas no es de esas que viven en el cajón de los olvidos. Por suerte, ella misma escribió para no ser olvidada, por suerte otros magos la recuerdan y homenajean con frecuencia, por suerte es de las que dejan huella y si la conociste no la vas a olvidar, por suerte hay un documental sobre su faceta de maga y, sobre todo, por suerte en 2023 Manuela Rejas protagonizó uno de esos completos, variados y cuidados volúmenes que cada año edita Mercedes G. Rojo rastreando, recuperando y reivindicando la figura de una mujer para ese 8 de marzo dedicado a ellas aunque, por arte de magia, en aquel 2023 salió en mayo... pero allí está la extensa biografía, los recuerdos y todos los perfiles que sembró esta mujer nacida en Moralzarzal, en 1924, y falleció en Veguellina, donde se había asentado a la orilla del río Órbigo del que reconocía que se había enamorado.

Era el 6 de marzo de 2010 y dos días más tarde, el Día Internacional de la Mujer, lanzaron al río Órbigo sus cenizas, como ella había dispuesto y se recordó el epitafio que ella misma había escrito (o apareció por arte de magia) y era toda una declaración de intenciones de cómo había sido su vida: «El mejor homenaje que deseo es pediros de todo corazón que no lloréis mi muerte, que no dure la pena», perfectamente acorde con lo que había sido su filosofía de vida como ilusionista, como mujer de circo: «Sea cual sea tu público el circo es hacer felices a los demás»..   

Y lo logró pues cuando ya era una anciana, con achaques de todo tipo, su principal ilusión era escribir y acudir en residencias de ancianos a llevar mucha gente, tantas veces más jóvenes que ella y con mejor salud, la felicidad del circo, la magia y el ilusionismo. 

Era el final de una biografía para hacer felices a los demás pero muy dura  para ella, desde su infancia, pero que supo afrontar con la entereza de una mujer irrepetible. Hay un testimonio que la define, el de la bibliotecaria de Veguellina, Helena José García Fraile, que recuerda a Manuela acudiendo a buscar lecturas y conversación: «Llevaba el cáncer como si fuera un catarro». Y una anécdota que la completa: «Pasó la última Nochebuena de su vida en una habitación de paliativos. Nada de tristeza, nos pidió que abriéramos una botella de champán... y su cabezonería, su lucha, contra todo criterio médico le permitió recibir el alta, regresar a su casa en Veguellina con vistas al Órbigo y el nido de las cigüeñas hasta ese 6 de marzo en el que se fue definitivamente» y, pese a la dureza de esa vida, feliz. Lo decía en otra parte de su epitafio:«Pensad que yo parto contenta pues viví una vida plena. Se que en cada rincón yo estaré presente en vuestras  vidas. Una rosa, un cuadro, una fotografía, os hablarán de mi constantemente».

Y también este sueño se hizo realidad, por arte de magia. No se trata de recuperar su biografía, por suerte ahí está, sino de perpetuar su recuerdo de inolvidable (e impagable) mujer. 
Caló en su recta final en la literatura, y llegó a su vida Mercedes G. Rojo, que la ha perpetuado en libro. Y caló, sobre todo, en el mundo del circo, de la magia, del ilusionismo, en el que dejamos de hablar de Manuela para hablar de Violeta, que ése era su nombre artístico: Violeta Ritter o Los Valviolet, cuando actúa con su marido, uniendo  el Val de su apellido Doval a la eterna Violeta.

Estos días se celebra el Festival León Vive la Magia, en su staff aparece en Dirección escénica: Violeta Zheng. En  las primeras ediciones en ese mismo apartado aparecía Huang  Zheng. No se trata de poner un nombre más fácil, el apellido sigue igual, es el homenaje a la maga que conoció a través de Juan Mayoral, el director artístico.

Hay un mago aragonés, Pepe Lirrojo, al que también fascinó la historia de la enamorada del río Órbigo y a la que ya ha dedicado un espectáculo completo: ‘Artista de la escoba’, que es lo que le respondió su padre cuando Manuela le dijo que quería ser artista de circo... 

Y en su estancia leonesa otros dos colegas, Fantasía y Comodín, los que abrieron la botella de champán aquella última Nochebuena de su vida en la habitación de paliativos. «Era la bomba, se apuntaba a un bombardeo», recuerdan.

Frases que remiten a su vida muy dura. Un padre que esperaba un hijo y ella paga las consecuencias, una madre que calla; una guerra cuando era adolescente que la pilla en zona roja y vuelve a pagar las consecuencias; una pasión por el circo que le lleva a ser ilusionista pero también a subir al trapecio, a entrar a las jaulas de los leones, a sacarse el carnet de fotógrafa profesional... y a sufrir un grave accidente que la aleja del circo pero no de ser artista, eso nunca, y en su furgoneta de vendedora ambulante lleva su maleta de maga Violeta...

Y al cáncer y muchas operaciones que sobrelleva con una entereza jamás conocida pues, repetía: «Cada mañana, al abrir la ventana, pienso tengo un día más de vida, lo viviré a tope». Ylo vivió y como decía en su epitafio: «Una rosa, un cuadro, una fotografía, os hablarán de mi constantemente».

Y, como por arte de magia, así es.  Inolvidable Manuela, Violeta... 

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