Cabaret Voltaire

Bruno Marcos recuerda el centenario local erigido en cuna del dadaísmo

Bruno Marcos
17/02/2016
 Actualizado a 13/09/2019
El cabaret Voltaire convertido en museo del dadaísmo.
El cabaret Voltaire convertido en museo del dadaísmo.
"Cuando fundé el Cabaret Voltaire estaba convencido de que en Suiza tenía que haber algunos jóvenes que quisieran, como yo, no solamente gozar de su independencia, sino también demostrarla. Fui a ver al señor Ephraim, propietario del Mierei, y le dije: 'Le ruego señor Ephraim, que me permita utilizar su sala. Quisiera fundar un cabaret artístico'. Llegamos a un acuerdo y el señor Ephraim me cedió su sala. Visité a algunos conocidos. 'Por favor, déme un cuadro, un dibujo, un grabado. Desearía agregar una pequeña exposición a mi cabaret'".

Con esta candidez relata Hugo Ball el nacimiento del movimiento artístico Dadá, que se produjo hace ahora exactamente cien años, el 1 de febrero de 1916 en la Spiegelgasse, número 1, de Zúrich. La misma calle en la que, en el número 12, vivía Lenin, por lo que se cuenta, menos vigilado por la policía que aquel grupo de poetas, artistas y actores vanguardistas.

Hoy, cuando se cumple un siglo de aquella aventura, nos parece increíble que una operación artística llevada a cabo con tal economía de medios lograse un eco tan grande como el que tuvo y, sobre todo, que trascendiera e ingresase en la Historia del Arte. No debemos, sin embargo, dejar de ver que estos fenómenos artísticos eran conscientes de la importancia creciente de los medios de comunicación, sobre todo entonces la prensa escrita. Los primeros ejercicios futuristas, sólo unos pocos años antes, apuntaron su objetivo sobre las páginas del periódico ‘Le Fígaro’ con aquel manifiesto que queda en los manuales de arte y que contenía afirmaciones como aquella de que un bólido era más bello que la Victoria de Samotracia, u otras, completamente extrartísticas, como "Queremos glorificar la guerra, única higiene del mundo".

A diferencia del futurismo –algunos de cuyos componentes perecieron después de alistarse voluntarios a esa carnicería de la primera guerra mundial, esa higiene que se los llevó del mundo– el dadaísmo reaccionó a la descomposición europea con ejercicios de una creatividad insólita. Frente a la barbarie de la guerra provocada, según ellos, por el racionalismo burgués los dadaístas prefirieron el irracionalismo. Dice Ball: "Nuestro cabaret es un gesto. Cada palabra que se pronuncia y se canta aquí significa al menos una cosa: que esta época degradante no ha logrado infundirnos respeto. ¿Qué podría ser en ella respetable e imponente? ¿Sus cañones? Nuestro bombo los acalla. ¿Su idealismo? Hace tiempo que se ha convertido en motivo de risa, en su versión popular y en la académica. ¿Las grandiosas matanzas y las hazañas caníbales? Nuestra locura voluntaria, nuestro entusiasmo por la quimera acabará con ellas". Inmediatamente el dadaísmo se extendió por las principales capitales de Europa y hasta Nueva York. Quedaron adheridos a él, además de los fundadores Ball, Tzara, o Marcel Janco, nombres como Picabia, Cravan, Arp, Duchamp o Man Ray entre otros.

Hugo Ball dijo sobre las sesiones del Cabaret Voltaire: "Lo que nosotros celebrábamos era una bufonada y al mismo tiempo un oficio de difuntos". Efectivamente mediante el humor y el absurdo redactaron el certificado de defunción del arte bello y de representación, del arte como objeto, para dejar sobre el cadáver uno de ideas y de provocación. Pocos meses después de inventar Dadá añadiría: "Ya tenemos demasiada organización. No se puede hacer de un estado de ánimo una orientación artística". Dadá murió a los diez años de edad y como no podía ser de otra forma sobre las tablas de un teatro parisino, el teatro Michel, el 6 de julio de 1926, en una pelea entre las diferentes facciones existentes. El relato de Georges Hugnet narra lo ocurrido: "…Breton saltó al escenario y atacó a los actores, quienes, trabados por los trajes de Sonia Delaunay, hechos con cartón rígido, en vano intentaron protegerse de los golpes y trataron de huir dando pequeños pasos. Sin miramiento alguno, Breton abofeteó a Crevel y, de un bastonazo, le rompió un brazo a Pierre de Massot. Recuperado de su estupor, el público reaccionó. El implacable atacante fue derribado despiadadamente. Aragon y Péret se unieron a él y los tres fueron apaleados, arrastrados y expulsados a la fuerza, con las ropas hechas jirones. Apenas restablecida la calma, Eluard, a su vez, se precipitó al escenario. Como se trataba de un amigo de Tzara, su actitud no dejó de sorprender, pero los espectadores no pararon en tales sutilezas y el autor de ‘Repeticiones’ fue capturado al instante por un grupo enardecido por las escaramuzas previas. Eluard sucumbió ante el número y cayó sobre las bambalinas haciendo estallar algunas de las bombillas. Sus amigos intentaron proteger al tierno poeta de las represalias de los espectadores; entretanto, la batahola que se había generalizado atrajo la intervención de la policía. Cuando la lucha se calmó y los forcejeos se apaciguaron, sobrevino un silencio que parecía anormal".

Lo que nosotros celebrábamos era una bufonada y al mismo tiempo un oficio de difuntos Sin embargo, el dadaísmo había ya inoculado en el torrente sanguíneo del arte sus anticuerpos, los del arte contra sí mismo, que permanecerían hasta la actualidad. Sin percibir y entender su presencia nos resulta imposible acercarnos a gran parte de las expresiones artísticas más importantes que se han producido con posterioridad. El dadaísmo fue mucho más que el colofón al Futurismo y el prólogo al Surrealismo, fue la presentación del antiarte en el mismo seno del arte, cuando este daba las últimas boqueadas herido mortalmente por la aparición de la tecnología de la imagen y la estilización superviviente. El dadaísmo abordó de lleno el tema de la muerte del arte y la desacralización de una actividad que, en plena contemporaneidad, se desmoronaba como algo del pasado. Sus aciertos o dislates es lo que nos tocará ir dilucidando y, a medida que vayamos comprendiéndolo, veremos que el consenso sobre la ausencia de valores artísticos en él nos acercará a su verdadero mensaje, que la Historia del Arte hace más de un siglo que quedó clausurada. Fetichizar un urinario o una rueda de bicicleta, como los de Duchamp, es lo contrario a lo que el urinario y la rueda de bicicleta nos quieren decir.

Pocos actos se programan para conmemorar esta vanguardia ya vieja. Algo debe haber promovido por la embajada rumana de Madrid, por ser algunos de sus actores originarios de allí, Tristán Tzara y Marcel Janco, además de una conferencia en Matadero Madrid. Muchos de los museos de abultados presupuestos y edificios carísimos podrían hacerse entender mejor si se explicase bien lo que ocurrió hace cien años en el Cabaret Voltaire, sin embargo no les interesa demasiado resaltar un origen tan humilde, capaz de crear artefactos tan nihilistas contra la especulación y contra la belleza putrefacta.
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