Debido al vaivén infinito de los campos de cereal, Miguel Delibes acostumbraba a escribir que Castilla tenía un mar. Y de tener un mar, también tiene una isla: el enclave de Roales de Campos y Quintanilla del Molar. Estos dos pueblos cuentan con la particularidad de pertenecer a la provincia de Valladolid, a pesar de que se encuentran plenamente rodeados por territorio de León y Zamora.
El enclave se sitúa en el corazón de Tierra de Campos, en la confluencia de tres provincias, y sus gentes viven ajenas a esas fronteras invisibles que trazan los mapas. Cruzan a territorio leonés, vallisoletano y zamorano de manera rutinaria, natural, ignorando en la mayoría de los casos el motivo un tanto desconcertante de que su pueblo sea una isla en plena meseta.
Julito García, en su DNI figura este entrañable nombre que no responde al diminutivo de Julio, es de los pocos vecinos de Roales que, por lo avanzado de su edad, sabe dar alguna respuesta a por qué son de una provincia si pisan el suelo de otra. «Lo de que estemos enclavados en Valladolid viene de una cañada que sale de Valdunquillo. Somos históricamente de Valladolid», resume sobre una pregunta que le han formulado en numerosas ocasiones a lo largo de sus 82 años de vida.
Aunque vallisoletanos, estos pueblos pertenecen a la Diócesis de León y tienen el prefijo telefónico de Zamora
Profundizando un poco en el asunto, la mala cartografía de siglos pasados provocó que Roales y Quintanilla no figurasen en el mapa base para la división del año 1833. Debido a que pertenecían al partido de Villalón, se decidió incorporarlos a la provincia de Valladolid. No fue el único error de la época, puesto que la dehesa de San Llorente, pertenciente al municipio vallisoletano de Mayorga, se encuentra rodeada plenamente por suelo leonés. Ambos forman parte de los 26 enclaves que existen en España, entre los que figura el conocido Condado de Treviño. A nivel internacional también se pueden rastrear anomalías fronterizas de este tipo, como la rusa Kaliningrado, un remoto país entre tierras sudafricanas llamado Lesoto o pequeños estados europeos como El Vaticano o San Marino.

A cada trámite a un sitio
En Roales, y en su hermano pequeño Quintanilla, todo es de lo más curioso: sus vecinos son de Valladolid, pertenecen a la Diócesis de León y su prefijo telefónico es el de Zamora. Algo que puede parecer un lío, pero al que el paisanaje del enclave está más que acostumbrado. A la escuela y al instituto van a la leonesa Valderas, sus compras normalmente se hacen en Benavente, en suelo zamorano, y cuando les toca ir al hospital, a pesar de que pueden elegir entre León y Valladolid, casi todos optan por desplazarse a la ciudad del Pisuerga.
También pueden elegir a qué provincia comprar sus hogazas, si al panadero que llega en furgoneta desde Valderas o al de Fuentes de Ropel, en Zamora. Antes de ser víctimas de la despoblación, como tantos otros pueblos de la comarca, en Roales consumían su propio pan. «Aquí se hacía buen pan, el mejor. Buenos panes de buenos trigos», valora Julito con orgullo.
Muy ligados al campo
De hecho, las formas de vida de Roales siempre han estado ligadas al campo. También a la ganadería ovina. En menor medida, a pesar de las numerosas bodegas que reciben al visitante, a los viñedos. Sin embargo, apoyándose en su bastón para sentarse en uno de los bancos que hay junto a la iglesia, Julito comenta que hace cuatro décadas que ya no se vendimia en su pueblo, donde «siempre hubo mucho majuelo».
La mala cartografía de siglos pasados, como ocurre con la dehesa de San Llorente, explica que no sean de León
Ni pan, ni vino. Tampoco el estanco o la cerámica de teja. Dos de los tres bares cerraron y las persianas bajadas pasaron a acompañar los paseos por Roales. Cuando Julito salió quinto lo hizo con otros 23 jóvenes, en una época en la que, asegura, en su pueblo había unos 1.200 habitantes. Ahora, los censos contabilizan 165 vecinos, aunque estos dejan claro que solo hay cuatro niños y que las cifras reales del día a día se reducen a la mitad. Más aún en Quintanilla del Molar, donde el padrón se sitúa por debajo del medio centenar.
Sentimiento vallisoletano
Aunque la ciudad de León se encuentra a menos distancia que Valladolid, casi todos los vecinos de estos pueblos se sienten más ligados a la segunda. Anselma, que hace un alto en su labor de fumigar para atender al periodista y al fotógrafo de este periódico que se desplazaron a Roales, lo tiene claro: «Yo prefiero Valladolid». Le secunda su vecina Celia, que acaba de comprar el pan a uno de los vendedores que visitan la localidad. «Yo siempre quiero ir a Valladolid. No es ni mejor ni peor, pero lo prefiero», afirma esta octogenaria blandiendo una barra.

El mismo sentimiento vallisoletano tiene Isabel Burón, que pasea del brazo de una joven que se encarga de sus cuidados. «En Valladolid estamos mejor que en ninguna otra provincia», valora esta mujer de edad avanzada.
Teresa, mientras compra fruta a Paco, también acata con agrado su pertenencia a Valladolid: «somos de aquí». Hasta el frutero, que llega de Valderas, lleva con naturalidad y buen humor lo de vender en tres provincias.
Esa buena convivencia es la tónica general, aunque Julito sí que apunta a que «antiguamente había más riñas en los bailes» a causa de las fronteras. Incluso, en su día, hubo una intentona de un párroco para que Roales y Quintanilla pasaran a formar parte de León. Sin embargo, un rasgo bastante identificativo del castellano, en estos pueblos se rehuye de las polémicas. «Somos un pueblo muy pacífico», sentencia el octognerario al tiempo que recibe a su vecino Isidro. Este, empujando un andador, también se muestra de lo más contento con ser de Valladolid en suelo leonés: «Como nos autorizan. Nosotros de donde nos mandan, si estamos de arriendo».
Luis María Gil, también vinculado al sector primario, es el alcalde de Roales de Campos. Saluda con uno de esos apretones de manos que hacen sentir a quien lo recibe que está frente a un buen paisano. Acaba de llegar al pueblo de acercar a su madre a la peluquería de Valderas y, en línea con sus vecinos, no deja lugar a las dudas: «Somos de Valladolid». «En León son un poco más independentistas», bromea el regidor.
El alguacil, Pedro, que va y viene por las calles de Roales sin parar de trabajar, también asume con sana resignación, otro más que probable rasgo del castellano, esta identidad vallisoletana: «Nosotros, de donde nos mandan». No cabe duda, en este enclave están tan contentos de pisar tierra leonesa como de ser parte de Valladolid.
Es más, buena parte de los vecinos de estos pueblos poseen una segunda residencia en Valladolid, a la que acuden a pasar temporadas, o tienen a familiares viviendo a orillas del Pisuerga. Una cercanía que, aunque no se mida en kilómetros, justifica que no quieran ni plantearse un cambio de provincia.

También, es de suponer, las inversiones. De hecho, un cartel con un proyecto financiado por la Diputación de Valladolid se alza a la entrada de Roales. Todo por conocer de este sereno y genuino pueblo, pero poco más que comentar en las páginas de un periódico leonés. Bueno, a modo de curiosidad, todavía se puede encontrar una placa de 1936 que recuerda al oriundo general Francisco Fermoso Blanco, quien participó de forma activa en el alzamiento del bando nacional que acabaría por desembocar en la Guerra Civil.
Este jueves, como cada año, en Roales sacarán en procesión a San Isidro para que bendiga sus tierras. Unos campos, una comarca, que sin fronteras que los gobiernen constituyen la verdadera patria, o provincia, o lo que sea, de unas gentes trabajadoras y honradas que, como también escribía Delibes, fueron capaces de elevar el cielo de Castilla de tanto mirarlo.