Estaba escuchando el repaso de prensa de Carlos Alsina en su matinal de Onda Cero, y se me abrieron los ojos como platos despertándome más que el sucedáneo de cafeína que son los cafés en cápsula. Con sus metáforas inoculadas de una profunda dosis de ironía habló de la multitud que se despidió del Papa Francisco en su altar fúnebre en San Pedro. Aprovechando la funesta circunstancia sacó a relucir su dominio de los recursos literarios para confrontar emocionalmente la escena con el oxímoron festivo de las veinte mil personas que celebraron en la campa de Villalar las fiestas del 23 de abril. Me hizo gracia ese alegato de regionalismo por parte del locutor, despertó la sospecha en mi fuero interno de que algo se está manejando entre bambalinas para decantar el relato a favor de Valladolid y de la unión regional.
Me llamó el otro día mi tía y al mirar el calendario me dijo que el miércoles de la pasada semana se celebró esta fiesta vallisoletana de los comuneros. Pura esencia del desarraigo con ese sentimiento que llevan años intentando forzarnos a sentir. Mi padre, al que el otro día mientras miraba su árbol genealógico (una afición suya) le dije que tuvimos un antepasado de Valladolid se le hirvió la sangre, no dejó de decirme durante la Semana Santa que había una campaña de marginación por parte de los medios nacionales hacia León. Salían procesiones de todos los rincones de España menos de la nuestra, estábamos siendo sometidos por la escaleta de la ignorancia. Una ignominia marginal que se percibía leyendo también unos medios digitales y de papel en los que te topabas con publicidad institucional de la Junta de Castilla y León. Para más inri, la pasada semana el presidente autonómico se hincho de ego a costa de un periódico nacional en un evento de pompa y circunstancia. Quizá sea una mera casualidad, aunque sí que es cierto que atisbo pocos precedentes como esta atmósfera que parece decidida a dejar todo instinto leonesista en una pataleta pueblerina.