«Lo hemos hecho bien». Una joven repetía estas palabras como un mantra de reafirmación, con lágrimas en los ojos, mientras trataba de no emocionarse al ver marchar a los últimos migrantes que quedaban en el centro de ayuda humanitaria del Chalé del Pozo. Junto a ella, los demás voluntarios y empleados que han hecho posible que Villaquilambre haya acogido a medio millar de migrantes subsaharianos durante casi un año, cruzaban abrazos y palabras de ánimo en la víspera de que el centro cierre finalmente sus puertas tras el decreto del Gobierno que certifica el fin de la fase de emergencia migratoria.
Un antiguo hotel olvidado ya por muchos que volvió aquel 21 de junio de 2024 a tener una razón para seguir en pie. En estas habitaciones y salas que un día fueron de ocio, placer y fiesta, han convivido 445 jóvenes de entre 18 y 35 años, de 13 nacionalidades diferentes, que han encontrado en León un lugar donde volver a empezar. Cierra el Chalé del Pozo, pero la semilla humanitaria que ha sembrado en esta tierra permanece. No fue fácil, sin duda. Y en las palabras de esa joven resonaba el racismo que se demostró en ocasiones una parte, aislada, de los vecinos y políticos del entorno.
La llegada de los migrantes al centro de Villarrodrigo estuvo rodeada de «ruido», como recordó el alcalde de Villaquilambre, Jorge Pérez, con campañas de odio de Vox, movilizaciones ante el propio centro y carteles xenófobos que aparecieron en el municipio.
Todo eso lo vieron los jóvenes africanos, los trabajadores de la Fundación San Juan de Dios que han dado un ejemplo de ayuda humanitaria al mundo y los vecinos de Villaquilambre, quienes terminaron por silenciar ese «ruido» respondiendo con una oleada de donaciones de ropa, alimentos y material deportivo e incluso ofreciendo su tiempo a los recién llegados. «Sé de una persona de Villaobispo que les llevaba ropa prácticamente cada día y de otra que iba con ellos a enseñarles la ciudad», relató ayer el alcalde de Villaquilambre, para quien ser el municipio de acogida ha supuesto «un orgullo».
Lo hicieron bien esos zardinos, por supuesto sin olvidar la crucial labor de los 40 trabajadores y voluntarios del programa de protección internacional de la Fundación San Juan de Dios, que durante todo este tiempo han logrado sustituir las miradas de temor de los primeros días por sonrisas de agradecimiento.

Sonrisas como la de Carime Cisse, un joven de 22 años de Malí, que ayer se deshacía en elogios para «la gente buena» de San Juan de Dios y de León que le han dado una oportunidad. Hoy se defiende con el español y trabaja como fontanero en una empresa de Villaquilambre, Goncelis. ¿Por qué se fue de Malí? Preguntábamos ayer los periodistas. «En Malí hay muchas cosas... Y hay guerra». Una respuesta clara, pero sin detalles, que demuestra que no quiere recordar. Hoy tiene un compromiso diario con el gimnasio, «es lo que más me gusta hacer aquí en León», y tiene claro que su vida continuará en esta tierra.
78 contratos y 271 asilos
La historia con final feliz de Carime, que ayer se puso ante el micrófono, seguro que será similar, pero siempre distinta, a la de los 78 exresidentes del centro que han conseguido un trabajo en una treintena de empresas de la provincia. Además, de los 445 migrantes que han pasado por el Chalé en este tiempo, 271 han logrado un ‘sí’ del Gobierno a su solicitud de protección internacional.
Nada de todo esto habría sido posible sin el equipo multidisciplinar de San Juan de Dios, que les ha formado y asesorado en aspectos como el idioma o trámites administrativos. Además, han recibido formación en sectores como la hostelería, la construcción o el metal.
Tras casi un año sin un solo incidente en el entorno –más allá de una pelea que hubo en el interior del hotel entre dos residentes– tiene un vínculo ya, sin duda, Villaquilambre con los que han vivido en el Chalé, pues «la desconfianza inicial dio paso a la colaboración, redes de apoyo y gestos de solidaridad que nos emocionaron y que demostraron que la hospitalidad transforma tanto a quienes la reciben como a quienes la ofrecen», concluyó, entre aplausos de los trabajadores del centro y los pocos residentes que allí quedaban ayer, la coordinadora del programa, Dolores Queiro.
La puerta seguirá abierta
Desde la Fundación de San Juan de Dios, que cabe recordar que en su otro centro de ayuda humanitaria, La Fontana, hay ahora mismo 86 migrantes solicitantes de asilo, dejaron claro que el Chalé del Pozo cierra sus puertas, sí, pero quizá las vuelva a abrir en el futuro próximo. La entidad seguirá «abierta a cualquier necesidad, porque los procesos migratorios continuarán, son estructurales», como indicó ayer el director de la orden hospitalaria, Juan Francisco Seco.