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El espíritu del páramo

14/11/2020
 Actualizado a 14/11/2020
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Hay clásicos que tienen estatuas y dan nombre a bibliotecas y a institutos de enseñanza secundaria y otros a los que les puedes dar la mano. Y aquí ya imagino unos ojos que se achinan y medio sonríen: «que me estás llamando clásico...». Pero soy empecinada y sigo en el surco: hay clásicos cuyas citas se buscan en Google y otros que siguen arando folios en blanco y dejando su sementera de palabras. Y ya las metáforas agrícolas salen por sí solas porque he empezado a caminar por Celama, la llanura sedienta y pobre de la que se dice que no tiene leyenda, pero no es verdad, porque la ha escrito Luis Mateo Díez.

Decía Luis Mateo a El País este jueves, tras recibir el Premio Nacional de las Letras, uno de los pocos que le quedan además del de los roscones Conrado, que él está «hecho por los amigos», que no le han dejado nunca solo. Por algo será. Luis Mateo ha cultivado la amistad como los labradores de Celama sus tierras cuando llegó el agua del Pantano de Burma, pero sin tener que ahogar a ningún pueblo.

Con él es fácil sacar brillo a encuentros y conversaciones, y también hay un buen puñado de fotos a repartir, pues Luis Mateo, al menos en su tierra, se ha prodigado mucho. No hay quien no le conozca. Y aunque parezca una exageración decir esto, también sería una exageración no decirlo, no sé si me explico.

Cuando se lee el comienzo de ‘El espíritu del páramo’, el libro que creó Celama, y se piensa en lo que vivimos ahora, se ve cómo se mantienen las palabras de un clásico -«¡y dale otra vez con lo del clásico!»- porque se habla del tiempo que fluye «con la misma inercia con que sucumbieron aquellos años de desconcierto, cuando la vida no parecía tener un sentido muy claro».

Pero el espíritu no es esa confusión, sino «la razón misteriosa que infunde en la carne su deseo de supervivencia», escribe Luis Mateo, y él mismo da ejemplo. Frente a las tristezas impuestas, él se afirma en razones misteriosas y no tanto -la amistad, la escritura- que animan a la resistencia. La última vez que nos vimos, el pasado diciembre en el premio Tierras de León, hablábamos de su productividad estos años y Luis Mateo, con su ironía habitual, amenazó: «¡os voy a inundar!». Pues adelante, no hay diques.