De la vocación médica que tenía de pequeño solo me quedó la letra. Una caligrafía intrincada y anárquica que se convierte en críptica cuando escribo con la muñeca a 5.000 revoluciones. Por eso, al tratar de descifrar la primera frase que anoté este lunes en mi cuaderno al llegar tarde a una rueda de prensa, tuve que tirar de cierta inventiva: «Este mundo nuestro tiene muchos mundos que no conocemos». No sé si esto fue lo que en realidad pronunció el presidente de la Asociación Leonesa de Caridad o algo, un tanto más literario, que quise entender entre lo que yo mismo había escrito torcido sobre renglones rectos. El caso es que, por lo tajante de la cita, decidí emplearla en una noticia sobre que en el comedor social, uno de esos «muchos mundos», dos de cada tres usuarios son inmigrantes.
Otro de esos «muchos mundos» ha sido el Chalet del Pozo, cerrado hace solo unos días en Villarrodrigo de las Regueras después de casi un año atendiendo a centenares de migrantes. La apertura del centro de ayuda humanitaria desató en su día una oleada de voces y vozarrones que vaticinaban una bacanal de delincuencia. Ahora, estas instalaciones cierran sin registrar ningún incidente grave y tras promover decenas de esos contratos de trabajo tan necesarios que los españoles acostumbramos a rechazar.
Aunque tanto las estadísticas como el sentido común lo desmonten, hay quien insiste en incitar al miedo respecto a la llegada de inmigrantes a esta provincia. Algo que en ocasiones está relacionado con la ideología, pero siempre con el desconocimiento. Sin las personas llegadas de esos «muchos mundos que no conocemos», León perdería una docena de personas al día –con ellos, ‘solo’ dos– y es probable que ciertos sectores, como la hostelería, los cuidados o la construcción, hubiesen colapsado hace años. Solo sus «muchos mundos» permiten maquillar las agonizantes tasas de natalidad de «este mundo nuestro» o asentar cierta población en un medio rural que será multicultural o, es sencillo de entender, no será.
Casi siempre esos mundos que nos deben asustar son más cercanos. Basta con echar un vistazo a los comentarios racistas en noticias como la de los usuarios del comedor social o la del cierre del Chalet del Pozo para entender que poco importa que uno se apellide García o Fernández de primero si su segundo apellido es ignorancia. De entrada, parece bastante más respetable jugarse el pellejo, físico o económico, y escapar de una vida que no es tal que aferrarse a una nacionalidad no elegida para considerarse merecedor de unos derechos superiores.
La ventaja de teclear a 5.000 revoluciones en el ordenador frente a tomar notas en el cuaderno que llevo a las ruedas de prensa es que la caligrafía no deja lugar a las dudas: «Este mundo nuestro tiene muchos mundos que necesitamos conocer». La inmigración no es una alternativa para León, es una necesidad. Si hay algo que esta provincia debe escribir con buena letra, esmerándose en hacerlo recto sobre renglones torcidos, que sea un ‘Bienvenidos’.