La entrada a este museo se encuentra en un semisótano. Y me alegra que así sea. Lo digo porque a uno –a mí mismo–, que palpita en deseos de mirar hacia atrás para sentir en la piel otros aires, le agrada encontrar una disculpa con el fin de bucear en la historia. Y en este caso –en sentido figurado, por supuesto– yo me obligo a «bajar a las minas de un negro carbón».
El edificio se proyectó en 1959 por los arquitectos Ramón Cañas del Río y Ramón Cañas Represa; padre e hijo, con 59 y 27 años, respectivamente. Y lo hicieron con un fin: dar cobijo a los estudios de los futuros capataces de Minas –peritos, más tarde–. Jóvenes, jovencísimos aspirantes con 16 primaveras cumplidas, a quienes, desde 1944 –año en que se inició la andadura de esta titulación en León– les tuvieron de acá para allá (Escuela Normal y Facultad de Veterinaria –Albéitar–), hasta ubicarles en las aulas y laboratorios de esta escuela, inaugurada en 1962. Eran aquellos tiempos en los que, si se tiraba la moneda más usual al aire, en la cara aparecía Francisco Franco –ese señor al pie de un dictado permanente– y donde en la cruz se podía leer «una peseta» (¡qué cruz para conseguir un pequeño conjunto de ellas!).
Con ese gran giro y hasta derrape hacia ‘la economía doméstica’, he de decir, ahora sí, que los arquitectos cobraron por su trabajo 50.000 pesetas y que el edificio, con cuatro plantas y 5.000 m2 útiles, ocupando una parcela de 1.750 m2 (donada por el Ayuntamiento cuando allí, entonces, se hacía el Mercado de Ganados), disponía de un presupuesto de ejecución inferior a los 12.000.000 de pesetas. El inicio de una década asombrosa, ¿verdad?
En fin, que, con aquellas sombras dictatoriales y ‘privilegios’ –los capataces de Minas estaban exentos de realizar el Servicio Militar–, he querido buscar en los tres párrafos anteriores otra de aquellas ‘asombrosas guindas’: todos los aseos de este edificio, todos, tenían urinarios o mingitorios masculinos para ¿los futuros capataces y profesores… machos? Que no se me culpe por ‘este gran descubrimiento’. Y, al no haber sido yo el autor de ‘aquello’, escondo con rapidez la mano derecha para sacarla, de nuevo, con el lapicero que ha de dibujar, con los colores culturales, el nacimiento de un más que interesante museo: el Museo de Colecciones de la Universidad de León (MULE).

La entrada de este museo –como os decía– se encuentra en un semisótano. Y justo después de traspasar la puerta, a la derecha, un enorme rinoceronte blanco te mira sin ver, aunque parece todo lo contrario, al estar naturalizado con tanta perfección. Allí mismo, girando a la izquierda y debido a su gran tamaño, el espectador debe recorrer en partes un mapa de España, tridimensional, republicano él (de 1934), que es todo un lujo, ya que tan solo existen dos en toda España: este y otro en el Museo de la República, en Castellón. Cara y cruz; luna y sol. Dos vistosas ‘estrellas’ que se unen –pienso yo– como tarjeta de presentación. Un granito de arena; un resumen de lo mucho e interesante que se va a encontrar el visitante en las distintas salas. Salas que se alargan hasta casi el infinito –esa fue mi sensación–, donde se pueden admirar más de 60.000 ejemplares biológicos y 1.500 objetos patrimoniales históricos. Alucinante.
Son ejemplares y objetos cargados de historia o que sirvieron (todavía lo siguen haciendo, en cierta manera) para dar una visión práctica a las clases teóricas de un alumnado atento. Un valioso patrimonio, rescatado de diversos centros o donado por determinadas personas defensoras, a ultranza, de la importancia de la Educación y de la Cultura –con mayúsculas–. Un claro ejemplo con el que se demuestra una intensa actividad docente y también, cómo no, investigadora. Un legado que procede de la Escuela de Maestros (1843), de la Subalterna de Veterinaria (1852), de la Escuela Elemental de Comercio (1914) o de la Escuela de Capataces Facultativos de Minas y Fábricas Metalúrgicas (creada en 1943). «Un proyecto que –en palabras de Luis Miguel Fernández Blanco, director, coordinador y persona que dio y continúa dando vida a este magnífico escaparate cultural– comenzó en 2008 con un claro objetivo: evitar la pérdida del patrimonio histórico educativo de la Universidad de León. Una aventura porque supone descubrir animales y otros objetos increíbles. Desde el MULE, nos conformamos con aportar a niños y grandes un poquito de sabia felicidad». Felicidad que yo viví, sentí y, por lo tanto, confirmo que es así.
Grandes salas y pasillos en los que la variedad y calidad de lo expuesto no dejan a nadie indiferente. Allí, en resumen, se puede admirar la mayor colección de animales naturalizados (en una gran mayoría cedidos por el doctor Eduardo Romero y, también, procedentes del Colegio de los Dominicos de La Virgen del Camino): más de 300 mamíferos y 2.500 aves de todo el mundo. Asimismo, el maestro nacional Francisco Murciago colaboró donando 25.000 ejemplares de lepidópteros, la mayor colección en toda España. Y hay cientos de artrópodos, anfibios o reptiles conservados en fluidos. Viejos muebles (de despacho y salas de conferencias) con sus complementos, utensilios (y dientes) de una consulta odontológica, cámaras de fotos, proyectores…

Pero aún hay más (y, porque me estoy quedando sin espacio, preparo la despedida): este museo está vivo. Y lo digo porque diversos exprofesores y voluntarios están poniendo su tiempo y conocimientos al servicio del interés general: clasificando miles de minerales, fósiles y meteoritos; restaurando diversos mapas, fotografías o dioramas y máquinas de laboratorios o instrumentos (musicales alguno de ellos). Están también estudiando y clasificando una gran colección de murciélagos, de escarabajos, de pequeños tiburones… Alucinante, repito.
Sala destacada
Es una excepción, lo sé, pero en este museo no quiero destacar un único objeto (artístico o cultural), sino que deseo resaltar la sala denominada ‘Gabinete de Ciencias Naturales’ (del siglo XIX). Y es que allí, desde que puse un pie a la orilla de su corazón, las pulsaciones en el mío derivaron en un convulsivo terremoto, donde todo, absolutamente todo (más de 500 piezas expuestas), pedía ser tenido en cuenta con… firmeza. Y la tranquilidad me llegó con las excelentes explicaciones de Luis Miguel Fernández Blanco. A él, por cierto, le agradezco también ‘todo’: desde la paciencia ante mis preguntas, hasta su sincera sonrisa y ganas de que mi trabajo (como articulista y fotógrafo) fuera de lo más agradable y sencillo durante aquella mañana de un lunes en que, solo para mí, abrió el museo «con el fin de que el público visitante no entorpeciera mi atención». Increíble.
Increíble fue echar la red de la mirada en aquel inmenso océano con tantos frutos ‘navegando’ a mi alcance. Tenía que decidirme. Y lo hice –¡ay…!– admirando las obras realizadas en papel maché del doctor francés Louis Auzoux (1797-1880). Obras que en este museo se cuentan por decenas. Una maravillosa colección, tan completa y tan bien conservada que me atrevería a decir que es única en España: el feto humano (1856), el caballo (1865), el cerebro humano (1867), el modelo obstétrico (1873), o el hombre (1877). Todos ellos pertenecientes al ‘arte’ clástico, como lo son también el niño, el escarabajo, el pavo, el desarrollo embrionario de un huevo de gallina, el caracol, el zángano, los dientes de caballo… Un lujo de elementos que se pueden admirar en su conjunto solo aquí, en León. Pero aún hay más.
En esta sala no he de olvidarme, tampoco, de una colección de extraordinarios murales zootómicos (18 de 36), del austriaco Paul Pfurtscheller (1855-1927); de una colección de animales a escala (42 de 151, que solo se conservan aquí y en Nápoles) del escultor alemán Max Landsberg (1850-1906); de una colección de los modelos anatómicos botánicos (1913) de Robert Blendel, o… del espectacular primer aparato, portátil, de rayos X, realizado en el año 1909 por el español Mónico Sánchez Moreno (1880-1961). Un armario aristócrata, de curiosidades o de cuarto de maravillas; un bastón (único) para medir el ganado; una colección de semillas; espectaculares máquinas de vacío; globos para pesar el aire; manómetros; una colección de herraduras y/o… Impresionante.
Hay que verlo.