Si me permitís, os voy a contar algunos de los secretos que mantengo agazapados en mi cuaderno de notas desde hace varios lustros. Secretos que ahora, aprovechando el río de tinta que mancha mis uñas, me solicitan la máxima difusión. Y es que, si voy o vengo por allí (por el Corral de Villapérez), hay una fuerza oculta que me obliga a mirar. Cuando lo hago, justo en ese momento, escucho el coro de unos pajarillos que, con sus trinos silenciosos, acaricia la piel de mi rostro… cultural. Y hay un grueso árbol también que, incluso en los inviernos más fríos, agita las hojas que se llevó consigo el último otoño para que, en el centro de su frondosidad, yo descubra un nido histórico. Y esta historia que os quiero contar se inició en el año 1449, aunque, la verdad, hasta 1758 las piedras desnudas que hoy vemos no fueron capaces de poner voz a las palabras.
Allí, anclado en la soledad de la tierra, perdura el frontispicio de una iglesia con su espadaña sin campana, por donde el viento, solo él, es capaz de bordar los sonoros caminos de ida y vuelta de unos feligreses que no llegaban a las cuatro docenas (contando señores y vasallos). Una parroquia, con pila bautismal propia para la familia fundadora, dueña también de las ‘mansiones’ que disfrutaban en este Corral. En el frente de este conjunto pétreo, hay un Cristo crucificado en medio de dos escudos: los blasones de las casas de Cabeza de Vaca, a la izquierda, y de los Alcedo, con el título de marqueses de Fuentehoyuelo, a la derecha. ¿Entramos?
Ay… No puede ser y además es imposible buscar el amparo de la fe bajo un techo inexistente. Y es así, porque la piqueta destructora solo dejó en pie el relieve de las piedras que aún se ven, sujetas por la bondad de unas lágrimas románticas. Solo eso y el recuerdo de sus más importantes dueños: Suero Pérez de Quiñones –señor de Alcedo– y su esposa Catalina González de Llanos (siglo XV); Fernando de Quiñones –primer ‘señor de la Casa de Villapérez’ y regidor asimismo de León– y Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán –marqués de Oyuelo y señor de las villas de Oteruelo, Villaquilambre y Villarente– (siglo XVII).
Para ser justo –y a ello quiero llegar–, he de añadir que, a la orilla de esta iglesia –dedicada, por cierto, a Santa María, como titular, y con devoción al Santo Cristo de Burgos–, todavía queda algo, muy poco, de La Casona de Villapérez. Poco porque la ‘casa original’ que llegó a nuestros días, por puro aburrimiento decidió derrumbarse y llevar consigo a la tumba los bellos balcones acristalados, hechos con filigranas artísticas de la mejor forja. Una gran pérdida. Menos mal que…

En el interior de la actual ‘casona’, tal vez por puro milagro, ‘de aquello’ se conserva un artesonado mudéjar, en cuyas tablas, las situadas entre los arranques de las vigas, se pueden admirar los escudos de las familias que he señalado con anterioridad. Escudos, sí, y cenefas vegetales, también, propias de un diseño esquemático medieval. Fin de un buen principio.
Aprovechando que estaba embelesado mirando el viejo techo, me quedé un ratito más en esta estancia, donde brilla una gran obra, a la que su autor, Vela Zanetti, tituló ‘El Gran Parnaso Español’. Un espléndido mural donado por los hijos de Germán Plaza. Quince metros cuadrados, de la mejor madera, para representar y homenajear en su piel a los más grandes escritores del Siglo de Oro: Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega y el Arcipreste de Hita. Impresionante. Como impresionantes continúan siendo las obras de Vela Zanetti en estancias contiguas, y lo explico sin salir a la calle: desde 1996, en el interior de La Casona de Villapérez, el Museo de Vela Zanetti es una realidad. Y son los responsables de su Fundación los encargados de otorgarle vida.
La vida de José Vela Zanetti se inició en Milagros (Burgos) el 27 de mayo de 1913. Ahora bien, unos meses más tarde, sus padres se trasladaron a vivir a León. Y desde entonces, para él, su largo recorrido no parecía tener fin: León (1913), Roma (1933), Madrid (1934), Francia y Santo Domingo (1939), Nueva York (1951), México (1957), Florencia (1959), Madrid (1960), León (1965) y Burgos, lugar en el que fallecería en 1999.

Con tanto agitado movimiento; con el sufrimiento por la pérdida de su padre –asesinado durante la injusta y puta guerra (in)civil de nuestra más vergonzosa historia–, y con probar en su propia sangre los sabores amargos de un exilio, a nadie la va a extrañar que se manifestara de la siguiente forma: «Soy de donde fui, de donde se me dejó ser feliz y pintar. Por eso soy de León, de Burgos, de la República Dominicana, de Nueva York, de México, de Florencia... sí, soy de donde fui, de donde se me dejó ser feliz y pintar».
Vela Zanetti, en León, encontró esa felicidad que se manifiesta en el brillo sincero en los ojos y en la comisura de los labios. Y aquí, en la capital, realizó grandiosos murales para alegrar nuestros más íntimos sentimientos: en la iglesia de Jesús Divino Obrero, en el Centro de Idiomas de la Universidad de León, en el Instituto Leonés de Cultura, en el viejo Consistorio o, entre otros, en el hotel Conde Luna. Ahora bien, yo, que prefiero ‘atar corto’, aconsejo la visita a este Museo porque es aquí donde se pueden sentir muy de cerca las palpitaciones de sus sabias pinceladas: esos rostros y esas venas dilatadas por el esfuerzo en ‘sus’ albañiles o campesinos; esas plumas de gallos que se pelean por ser los dueños absolutos del corral o esa paz inmensa que trasmite la contemplación, por ejemplo, de la última y ‘Sagrada Cena’.
«Mi estimada amiga Mercedes –escribió a quien le encargó este último cuadro–: Recibí las medidas y la cosa es desesperante: una altura de un metro en una ‘Santa Cena’ me resulta ridículo. Resulta con unas cabecitas que no dicen nada y cuesta mucho darles carácter. La medida decente sería de dos m. x uno cuarenta o treinta (…). Una condición esencial es que el rostro de Cristo estará ausente…».

La realidad de esa Sagrada Cena fue que, al final, se representó en un lienzo de 133 x 214 cm. Suficientes para admirar una y mil veces los rostros, la mirada, las manos y los ropajes de doce personas que escuchan la voz del ‘líder’, que hace el número trece: un Cristo ausente porque –se lo decía el artista a Mercedes– «prefiero que cada espectador se lo imagine a su manera, sin imponerle mi criterio».
Así de sincero era Vela Zanetti, al que no le importaba –eso tampoco– definir su estilo en público: «Yo miro y luego pinto. Mi obra no es realista, es figurativa. Yo no hago un realismo congelado, hago un realismo expresionista».
Termino. Y, sin cerrar del todo la puerta, lo hago con otra de sus frases, relacionadas con este museo: «No quiero –indicó– que esta Fundación sea un mero lugar al que ir a ver mis cuadros, sino una atmósfera en la que todo joven que se adentre en ella sienta que también él puede cumplir sus sueños, con vocación y fuerza de voluntad». Pues eso.
La Fundación de este Museo lo está haciendo muy bien, pero, si se me permite una pequeñísima sugerencia constructiva, sería conveniente una mayor actividad en torno a la figura y obra del maestro: José Vela Zanetti. A los últimos moradores de esta ‘Casona’ –nobles personajes, pertenecientes al Ducado de Híjar– creo que no les importaría en absoluto que hasta el patio tuviera su utilidad con fines culturales (poéticos, musicales o expositivos).
Obra destacada
No es uno, son dos los bocetos originales que se protegen y exponen en este Museo. Los bocetos preparatorios con los que Vela Zanetti inició el trabajo con el que lograría un reconocimiento internacional: el mural sobre los derechos humanos que realizó para la sede de Naciones Unidas, en Nueva York. El primero (1950) está hecho con carboncillo sobre papel y para el segundo (1951), más elaborado, utilizó carboncillos, tiza y sanguinas. Los destaco por dos motivos: por su interés en conocer los ‘pensamientos iniciales’ de un pintor, retándose para llevar a efecto su obra y, sobre todo, por conocer los cambios realizados a lo largo de todo el proceso. Y así os propongo que, con la ayuda de las dos imágenes que os presento en este apartado, observéis, por ejemplo, aquellos que hizo en la zona central del mural. Hay más cambios, por supuesto, y por eso os invito a descubrirlos en este interesante Museo Fundación Vela Zanetti, en León.

Fin de mis secretos históricos por el Corral de Villapérez. Cuaderno literario cerrado.
