Museos de la ciudad de León: Liceo Egipcio

Cuarto capítulo del serial de los museos de la ciudad de León, que cada jueves nos trae Gregorio Fernández Castañón a LNC Verano

Gregorio Fernández Castañón
24/07/2025
 Actualizado a 24/07/2025
Reproducción de un espectacular sarcófago. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Reproducción de un espectacular sarcófago. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Allí había un fantasma. Te lo aseguro. Y yo, claro, con la emoción de estar al lado del señor y dueño de un palacio –licenciado en Derecho, diplomado en Ciencias del Grafismo, escritor o, entre otros muchos cargos y actividades, profesor y director de la Escuela de Genealogía de Madrid–, me sentía un ser privilegiado al escuchar aquellas vivencias. La causa de tantas emociones se la debo a uno de mis libros –‘Juego de perros’– que presenté en Madrid en el año 1996. Allí, tras finalizar el acto cultural, no sé muy bien por qué, o tal vez por ser «dos cazurros ilustrados» –según nos nombraban cariñosamente–, compartí mesa y mantel con Francisco de Cadenas y Allende –III conde de Gaviria–. Todo un singular personaje que continuaba añorando a «su» León, «nuestro León».

– Y ya que me lo preguntas –me dijo–, el fantasma ‘dormía’ en una de nuestras habitaciones. Nadie supo jamás a quién había correspondido en vida ni cuáles eran sus intenciones. Él, eso sí, con demasiada frecuencia nos mostraba que había estado entre nosotros, a juzgar por los signos que dejaba en una de las camas. Yo tendría entonces unos nueve o diez años, pero nuestros padres (Francisco de Cadenas y Vicent –II conde de Gaviria– y Elvira Allende Bofill) nos aseguraban a mis hermanos y a mí que todo aquello era cierto. El fantasma desapareció en 1943. El año en el que, tras un incendio en nuestro palacete, tuvimos que mudarnos al edificio Casa Arriola, allá al final de Ordoño II, junto a Guzmán. En 1983, tras la muerte de mi madre, la familia decidió vender los restos de nuestra casa y así, aunque me pese, se terminó mi historia por el Barrio Húmedo de León.

El palacio de Gaviria del que estoy hablando –calle Conde Luna, 6– fue rehabilitado por el arquitecto Manuel de Cárdenas, quien empleó muchos de los ladrillos ‘quemados’ y los balcones primitivos para que la reconstrucción fuera lo más fidedigna posible. En el año 2000, este edificio volvería a ser ampliamente restaurado bajo la dirección de Belén Martín Granizo y Daniel Díaz Font. Allí, actualmente, se encuentra el Colegio de Arquitectos de León y el Museo Liceo Egipcio, punto máximo de mi interés. 

Máscara de momia, representando a un hombre
Máscara de momia, representando a un hombre. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Desde la calle, lo más destacable del museo es una vidriera que ocupa todo el frente. Vidriera que, teniendo en cuenta sus formas y colorido, yo diría que representa o reproduce una obra de la etapa cubista de Pablo Picasso. En el interior, tras una pequeña sala de recepción, mis ojos se detuvieron en los ‘guardianes’ que te dan la bienvenida: dos esculturas, gemelas, que se sitúan a ambos lados de la puerta de acceso. Se trata –me dicen– de Tutmoris III. Y siendo así, estamos hablando del sexto faraón de la dinastía XVIII de Egipto, que gobernó en el período comprendido entre ca. 1479 y 1425 a. C. Cada una de aquellas efigies (negras) lleva su pierna izquierda adelantada, lo que indica un estado de movimiento; usa faldellín por toda vestimenta y, en sus manos, sostiene los sellos reales.

Entramos. Y lo primero que encontré –así me lo explicaron– fue una «sección táctil». Unas figurillas que ponen en manos de los invidentes y de los niños para que, con el paso de las yemas de los dedos por encima de ellas, acariciándolas, tengan «visión» de lo que más tarde les «harán ver» con el milagroso don de las palabras. Un acierto que me cautivó plenamente. 

Inmediatamente después, lo que me llamó la atención fue una cascada de luces y brillos que salpicaban el suelo y se multiplicaban contra los cristales protectores de las distintas vitrinas. El protagonista, entonces, era el sol que se manifestaba traspasando su poder calórico y artístico, a través de los distintos cristales de la vidriera realizada –según me comentaron– por Silvia Sierra.

«¿La artesana vidriera del Curueño?» –les pregunté–. Y al confirmármelo, no pude por menos que retroceder hasta 2007, el año en que Silvia, con sangre paterna procedente de Ranedo de Curueño, ilustró el libro ‘El León de España y la leyenda de la Bella Polma’, de José Antonio Llamas Fernández; el primero de ‘Los Cuadernos de Plata’, colección diseñada y dirigida por mí. Y así sin querer, queriendo, el Curueño –el río y mi admirada tierra–, me volvió a acelerar el pulso del amor.

Y hablando del ‘amor’, le solicité al director del Museo –Raúl López– que defendiera su propio establecimiento cultural. Lo hizo así:

– El Museo Liceo Egipcio de León es una institución privada e independiente, dedicada, en particular, a la investigación, educación y difusión de la cultura e historia del Antiguo Egipto. Lo que pretendemos es contribuir a la exaltación y fomento de las artes y los valores humanísticos en nuestra sociedad. Y, para ello, además del museo, disponemos de un aula, donde impartimos cursos específicos de Egiptología, y de una biblioteca con más de 5.000 volúmenes específicos.

Vitrina con objetos y o amuletos eróticos
Vitrina con objetos y o amuletos eróticos. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Pues bien, aprovechando que el río Nilo se desbordó a la orilla de mi interés cultural, decidí detenerme frente a una verdadera joya que perteneció a Tutankamón, 3.300 años atrás. Una pieza especial que, sin llevar oro o piedras preciosas, fue elaborada con fayenza (cerámica) azul. Impresionante. Y lo es porque en su chatón aparece el primer nombre que recibió al nacer el futuro faraón: ‘Nebjeperura’, «Señor de las formas de Ra» (Ra es el dios del Sol y, según la mitología egipcia, el origen de la vida). Ay…

Hay que pasear con atención por este pequeño museo y detenerse frente a tan grandes muestras de una sabia cultura. Y así, por ejemplo, descubrí unos libros en una de las vitrinas. Una obra titulada ‘Egipto y Asiria resucitados’, escrita por Ramiro Fernández Valbuena, sacerdote, teólogo, filólogo, historiador y orientalista español que nació en 1847 en Huelde –pueblo desaparecido bajo las aguas del embalse de Riaño en 1987–. ¿Veis? En León disponemos de miles de ejemplos para sentirnos orgullosos y satisfechos de nuestros estudiosos paisanos. 

Y tan cerca del viento sur y tan lejos de las hebras que se deshilachan con la mirada, debido a su antigüedad (más de 1.500 años), me encontré con una colección de telas de arte copto (arte egipcio procedente de la era paleocristiana o, también, producido por los coptos –egipcios que profesan algún tipo de fe cristiana–). Hay que mirar y ver. Y si se sigue la ruta… 

Jeroglífico Neferu, con más de 3.000 años de antigüedad
Jeroglífico Neferu, con más de 3.000 años de antigüedad. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

En este museo se exponen más de 600 obras: objetos mágicos, papiros, jeroglíficos, detalles funerarios, dioses, fósiles, fotografías, puntas de flecha, vasos neolíticos, gráficos, joyas, amuletos y un largo etcétera. Por la singularidad, de todas ellas, destacaré dos conjuntos: las máscaras de sarcófago y la vitrina del erotismo. 

Las máscaras de este museo son auténticas y, a pesar del tiempo transcurrido, se encuentran en muy buen estado. Son máscaras de momia (hombre, mujer y niño) que representan al difunto en la imagen de un ser inmortal y que ayudan, llegado el caso, a que el alma del finado reconozca su verdadero cuerpo terrenal. En la vitrina erótica…

Mejor, en esta última vitrina, hay que ver y comprender las exageraciones (miembros viriles que llegan a sobrepasar la cabeza del macho o dan una vuelta alrededor de su cuerpo) para destacar la importancia que daban al placer y a la reproducción. Son diminutas piezas artísticas, nada soeces, o son amuletos para estimular la libido. Las mujeres, aquí, en esta cultura, podían ejercer el derecho al divorcio, siempre que demostraran que sus cónyuges –¡atención!– no fueran lo suficientemente activos sexualmente. Eran otros tiempos, sí, pero, de hecho, era una cultura avanzada y, por supuesto, nadie se escandalizaba por ello. Todos felices.


Pieza destacada

La egiptóloga francesa Christiane Desroches Noblecourt (1913-2011) fue la primera mujer en dirigir, en 1938, una excavación arqueológica. Ella era la propietaria de esta pieza de cerámica, un jeroglífico Neferu. que, aunque tiene más de 3.000 años de antigüedad, en sus pigmentos todavía es posible descubrir –dependiendo del autor– la unión de tres tráqueas conectadas a tres estómagos, tres esófagos con tres corazones o tres corazones bajo las tráqueas. Partes internas de un animal, eso siempre, con connotaciones de belleza y de bondad, que aquí se exponen por encima de un cesto de mimbre, un signo Nebet, que en la escritura representa al grupo fonético neb: «todo, amo o señor». Y así, resolviendo la incógnita en este espectacular jeroglífico cerámico, leemos o, mejor, podemos deducir su significado como «TODA LA BELLEZA». Espectacular..

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