Con la comarca cabreiresa sufriendo una de las peores semanas de su historia reciente, con muchos vecinos fuera de sus casas y sus pueblos, con pérdidas irreparables y muchos problemas añadidos, entre ellos las comunicaciones de todo tipo... en este semanal recorrido estival por personajes y hechos de Cabrera parece lo más propio crear un rincón entrañable en el recuerdo, con un personaje conocido, recordado y querido, Daniel Canal Palla, que ejerció una profesión hoy olvidada pero fundamental para la vida y el sustento familiar durante la mayoría de las décadas del pasado siglo: capador. Una figura y un oficio fundamentales para esa fiesta "de la matanza", que reunía familias y, sobre todo, llenaba despensas para los largos inviernos.
No era un oficio fácil, al menos hacerlo bien, y Daniel Cañal fue un verdadero maestro que, además, se preocupó de formarse, que no todos lo hacían. De ahí el imborrable y entrañable recuerdo que dejó entre los vecinos de Cabrera nuestro "capador", no hace falta añadir nada más.
Daniel Cañal Palla había nacido en 1915 en la bonita localidad de Trabazos, en la Cabrera Baja; en una época en la que la vida rural imponía sus propias reglas y el esfuerzo era moneda corriente. Desde muy joven, Daniel demostró una inquietud poco común, no se conformaba con un solo oficio ni con una vida limitada por las duras condiciones del campo. Fue carpintero, oficio que dominaba con manos firmes y precisas; también músico recorriendo con su grupo muchos pueblos de Cabrera en fiestas, él tocaba el saxofón, instrumento que le acompañó durante muchos años y que daba cuenta de una sensibilidad artística poco habitual en su entorno. Los tres oficios para completar la economía familiar —carpintero, músico y capador— todos ellos muy apreciados en diferentes ámbitos y para diferentes momentos hicieron de Daniel un personaje habitual en las conversaciones y, sobre todo, los recuerdos.
Pero hubo un momento, un verdadero giro vital, que llegó cuando hizo de uno de ellos el principal. Fue cuando decidió formarse como auxiliar de veterinaria. Lo hizo en la Facultad de Veterinaria de León, y fue tal su determinación que, sin medios económicos, tuvo que pedir dinero prestado para poder estudiar y un amigo suyo que había perdido un brazo en la guerra de nombre Salustiano, le financió los gastos de su estancia en León para su formación. Las prácticas las realizó en Carucedo y una vez terminadas, tenía que volver a León para examinarse y como anécdota entrañable, cuenta su hija Lucy, que para realizar el examen tenían que aportar ellos algún animal y él "se llevó un cabrito del pueblo". Con sacrificio y tenacidad, obtuvo el título de Auxiliar de Veterinaria ‘Capador’ y fue nombrado auxiliar veterinario en las comarcas de Cabrera y Sanabria, donde aún hoy por cualquier pueblo que vayas es conocido.
Y reconocido. Algo tendrá que ver que además de sus buenas artes era Daniel un enamorado de su profesión.
Y un tipo solidario, consciente de la tierra en la que vivía y trabajaba, la suya. Por ello, «tenía por costumbre cobrar en dinero a aquellas personas que sabía se lo podían permitir y a otras que tenía conocimiento de sus escasos recursos monetarios, cobraba en grano, que después él vendía». Recuerda su hija, como le contaba, que «La Baña era un pueblo muy pobre y en cierta ocasión, a una mujer con dificultades, le dijo que lo dejara estar, que no le debía nada y esa misma mujer al día siguiente o a los dos días, se presentó en su casa de Trabazos, con una acordeón, que dios sabe desde cuando ella tendría en casa, al enterarse que también era músico y como quería pagarle aquel favor de alguna manera, se la regaló».
En todas aquellas comarcas que abarcaba pronto se ganó un nombre, no solo por su competencia profesional, sino también por una especialidad poco común en la actualidad, no tanto en su época en la que era conocido popularmente como «el capador», encargado de la castración de animales, una tarea esencial en la ganadería de la época. Su trabajo incluso lo llevó a cruzar la frontera con Portugal, llevando consigo su saber y su oficio, que ejercía con destreza y humanidad. De allí siempre se traía bacalao y café para la familia.
Daniel se casó con Inés, una mujer 14 años más joven que él. Siempre decía con cariño que «tuvo que esperar a que se criara». Con ella tuvo seis hijos —hombres y mujeres— y desafiando las costumbres de su tiempo, se preocupó profundamente por la educación de todos por igual. Para él no había distinción: todos y todas merecían estudiar. Y lo consiguió. Todos sus hijos llegaron a titularse, ya fuera en carreras universitarias o en formación profesional, reflejo del valor que Daniel daba al conocimiento y al progreso.
A pesar de proceder de un entorno eminentemente agrícola, nunca soportó el trabajo del campo tal como se entendía entonces: duro, con el arado romano, interminable. Quizás por eso puso tanto empeño en labrarse un camino distinto y en que sus hijos no tuvieran que vivir esa misma dureza.
Hombre de muchas y variadas lecturas, con un nivel cultural notable para los tiempos y el lugar en que vivió, Daniel era respetado no solo por su profesión, sino también por su conversación, por su pensamiento crítico y por su afán de saber más allá de lo que exigía su oficio.
Falleció hace 24 años, pero su memoria sigue viva. Su esposa Inés, hoy presente en esta entrevista junto a una de sus hijas —la amiga Lucy—, lo recuerda con una emoción sincera. «Fue el mejor de los maridos», dice, con la certeza que solo da una vida compartida con respeto, amor y admiración mutua.
Sus hijos en la casa familiar guardan con orgullo en un cuadro elaborado para ello, todas aquellas herramientas que se utilizaban en su oficio, así como el título obtenido en la Facultad de Veterinaria.
La historia de Daniel Cañal Palla es la de un hombre que se adelantó a su tiempo, que creyó en la dignidad del conocimiento, en la igualdad de oportunidades y en el valor de forjar un destino con las propias manos, pero también con la cabeza y el corazón.
Es la historia de Daniel Cañal, un entrañable personaje presente en el recuerdo y en la herencia de una familia muy activa en la defensa de esta comarca hoy golpeada, una vez más, por el fuego, por los incendios.