El calendario nos va a imponer en este rincón de los lunes sumarnos a las celebraciones navideñas; antes de hacerlo, pensando en el año que acaba es evidente que estuvo marcado por los 50 años de la muerte de Franco, la posterior llegada de la Democracia y, sin abandonar el archivo ‘setentero’ de Fernando Rubio ampliarlo hasta 1983 y encontrar imágenes de un olvido —desmemoria, le llama Fernando— que parecía imposible. Así, en una horquilla de solo cuatro años (de 1979 a 1983) las imágenes nos llevan desde una misa en memoria de Franco y José Antonio, con clara simbología fascista, a otras en las que aparecen los recuerdos del dictador arrumbados en las sombras de oscuros cuartos, sus retratos cubiertos de polvo y olvido, o las fotos de cómo la piqueta arrancaba el yugo y las flechas de diferentes ‘escudos’ de la ciudad y provincia. Hasta desembocar en una fotos del primer presidente socialista de la Transición, Manuel Cabezas Esteban, visitando el ayuntamiento del histórico comunista Laudino García, Igüeña, en una curiosa imagen en la que como póster en la pared aparecen el obligado del Rey (entonces Juan Carlos I) y el que Laudino quiso colocar, el barbado Carlos Marx.

Le coloco ‘la muleta’ a Fernando Rubio para que desempolve sus recuerdos de cuando realizó estas fotografías; y nuestro fotógrafo viaja a su memoria, a su biografía, a su circunstancia personal del famoso «yo soy yo...» de Ortega: «Nací en 1948, en pleno corazón del Barrio Húmedo, a muy pocos pasos de la Plaza Mayor, de la Iglesia de San Martín y de la Plaza de las Tiendas, en un piso de la calle Escalerillas donde mis padres vivían de realquilados en una habitación con derecho a cocina. Mi madre me trajo al mundo un sábado y me decía que, estando en ese trance, oía el trasiego de la gente que pasaba al mercado sabatino». Era «plena dictadura», en los inicios de la posguerra, a menos de una década del final de la contienda y Fernando Rubio se pregunta: «Si nací en el franquismo, estudié, trabajé, me casé, hice la mili y juré Bandera como soldado de España en plena dictadura; si mis hijos nacieron todos antes de que Franco muriera y, además, nunca he considerado que aquella época que viví fuera negra o triste… ¿fui franquista?». Y añade: «También en esto todo depende del color del cristal... ¿Éramos todos aquellos leoneses del Régimen?».
Y Fernando acude a los ejemplos, a personajes que considera de intachable trayectoria, a los que conoció y trató; y también vivieron sus mismas circunstancias: «Elegiré varios nombres: Victoriano Crémer, que además de gran persona e inmenso escribidor y poeta trabajaba en la Cámara de Comercio; Antonio Gamoneda, poeta de los pies a la cabeza, que tenía su puesto en la Institución Fierro; el excelente escultor Zurdo, que comenzó en 1975 el Monumento a los Caídos en los jardines de San Francisco para sustituir al que había en la plaza de San Isidoro, renombrado tras la muerte de Franco como ‘A las gentes de León’. En otros campos, Juan Rodríguez Lozano, letrado del Ayuntamiento leonés, y por extensión todos los que éramos mayores de edad en aquellos tiempos (21 años para los varones y 23 para las mujeres)».

Y concluye Rubio que en el «yo soy yo y mis circunstancias, no podemos controlar esas circunstancias». Y viajando a aquellos años recuerda que «al comienzo de los 70 los españoles éramos conscientes de que la vida de Franco, a pesar de ser «necesaria» según la famosa frase que le gritaron en un mitin —«todos somos contingentes, sólo tú Franco eres necesario»—, se acercaba al final. Esa situación, y pese a que todo estaba ‘atado y bien atado’, abría un horizonte de preocupación e incertidumbre que desembocó en el tiempo en aquel «contra Franco vivíamos mejor».
«Paz y bien» concluye Rubio.