«La noche queda para quien es». La frase con la que termina ‘La lluvia amarilla’, probablemente la más enigmática de toda la literatura leonesa, bien podría servir para describir lo que se está viviendo en estas noches de verano en el pabellón municipal de La Bañeza, improvisado centro de recepción de las personas desalojadas por los incendios en la comarca de la Valdería. ¿Para quién queda la noche...? ¿Para los miedos? ¿Para los consuelos? ¿Para jugar al parchís? ¿Para la poesía? Un poco de todo.
Unas 170 personas durmieron en el pabellón bañezano durante la noche del lunes al martes. La gran mayoría de los evacuados, de aquellos que cumplieron con la medida decretada para varios pueblos de la comarca, buscaron cobijo en casas de familiares y los más mayores fueron trasladados a albergues de la zona. Según apuntó este martes a este periódico el alcalde del Ayuntamiento de La Bañeza, Javier Carrera, 660 personas se registraron «de primeras» para ser atendidas en este centro de recepción y unas 380 cenaron en la primera del desalojo provocado por el fuego. «Estamos movilizando todos los medios posibles y a la espera de las noticias que nos van llegando», comentaba el regidor.

Amplio despliegue de profesionales
Psicólogos, policías, sanitarios, monitores de ludoteca, efectivos de protección civil... El despliegue de medios estuvo a la altura de las circunstancias y la gran mayoría de las personas acogidas en el pabellón de La Bañeza así lo supieron ver. «Muy bien organizado, mejor que un diez. Nos han tratado de maravilla, nos trajeron mantas, comida, agua y no nos ha faltado en ningún momento de nada», afirman Ángela y Toña a las puertas del recinto deportivo.
Las personas evacuadas aprovecharon la noche para charlar, jugar al parchís o, incluso, componer poemas
Junto con Juan y Oliva, estas mujeres forman parte de un grupo de vecinos de Castrocalbón que charla a la sombra sobre la insólita situación que les está tocando vivir. «Jamás pensé que viviría algo así», se repiten uno a otro, dándose la razón como consuelo ante la incertidumbre que genera el voraz avance de las llamas.
Dentro del pabellón, varias familias juegan al parchís. Una de ellas, la de Irene y José María, explica que «descansaron poco». Su hijo Mario asegura haber visto «las llamas abriéndose paso» y Carla, adolescente, comenta que estuvo compartiendo vídeos con sus amigos sobre el incendio. Como tantos y tantos de los evacuados, sus gestos revelan resignación, pero también esperanzas contenidas de que más pronto que tarde llegará un aviso que les permita regresar a sus hogares.

Isidora es otra de las que no pudieron descansar en su noche en el pabellón. Desvelada, probablemente extrañando su cama vacía en Calzada de la Valdería, esta mujer salió a dar un paseo por las inmediaciones del pabellón bañezano y se puso a escribir un poema. «Las casas duermen los silencios de las siestas y siguen ardiendo encinas, pinos, robles, retamas y meleras al son del viento», son algunos de los descriptivos versos que improvisó en una noche que nunca olvidará.
Desde niños a centenarios
Tampoco lo hará Avelina que, a sus 97 años, asegura que nunca había vivido algo así. En casi un siglo de existencia, esta vecina de Castrocalbón ha pasado una guerra civil, una larga dictadura o una pandemia, pero jamás había tenido que ser evacuada de su casa por ninguno de los muchos incendios que recuerda en la comarca.

Avelina no es la persona más anciana del centro de recepción de evacuados, puesto que alguno pasa de los 100 años. También hay niños, que dicen no entender muy bien lo que sucede, pero que se lo están pasando en grande. Una inocencia que comienzan a perder algunos adolescentes, como dos chicos de los pueblos evacuados que aseguran que aprovecharon su estancia en el pabellón para salir de fiesta por La Bañeza.
Psicólogos, policías, sanitarios y otros profesionales atienden a los desalojados de sus casas
Historias de lo más variado, entremezcladas con «un poco de miedo», pero con la certeza generalizada de que allí están a salvo y que esto, como todo, también pasará. La inmensa mayoría se muestran agradecidos, como Victoriano y Toñi, también de Castrocalbón. «Dormimos de maravilla y mi tía, que es más mayor, se la llevaron a un albergue. También tenemos que guardar unas vacunas en una nevera y nos vino un médico y dijo que lo hacía él y que, a la hora que sea, nos las pone», relata esta pareja que ha tenido que alojarse temporalmente en La Bañeza.

Grandes ventiladores convierten a este espacio en un lugar fresco para esperar noticias sin padecer el sofocante calor. Por delante hay otra noche, para quien quiera que esta quede o para quien quiera que esta sea, con sus vecinos. Con el paisanaje de una comarca, la Valdería, que evacuada en un pabellón espera que el fuego desista de la ira con la que ha atacado a sus tranquilos pueblos.