En Santa María del Páramo vi a los paisanos echar la partida antes de comer. No sólo era antes de comer, era quizá media mañana, pero los bares estaban llenos y a mi alrededor circulaban lo mismo cafés que vinos, orujos varios, raciones de callos, otro solysombra, cóbrame lo de esos, arrastro de as y vuelvo de tres y todas mías. No le encontré explicación y tampoco la busqué demasiado, porque ese ambiente, la verdad, me hace sentir un poco como en casa, dan igual el sitio y la hora, y además estamos hablando de un pueblo en el que pasan otras cosas aún más extrañas: los domingos son los lunes.
En Santa María del Páramo los domingos son los lunes porque los domingos se celebra un gran mercado y abren todas las tiendas, dejando para el lunes su día de descanso y, por consiguiente, el pueblo como un desierto. Hay domingos en que ese mercado no le tiene nada que envidiar al rastro de León y hasta lo mejora, porque en él puedes encontrar también los mejores frutos de la huerta, que para eso es ahora la capital agraria de León, además del mismo arte para vocear las ofertas de calcetines, tangas y bañadores de las mejores marcas a precios imbatibles. De ahí viene la explicación de los domingos/lunes. La de aquellas partidas antes de comer era, al parecer, que en la época de sacar la remolacha los agricultores se levantaban de madrugada para arrancarla con la helada y hacer cola en la Azucarera de La Bañeza, porque así tenía más riqueza cuando se la analizaban y la pagaban mejor. Aquellos lejanos tiempos en que la calidad importaba.
Con la satisfacción del trabajo hecho, dan igual la hora y el lugar para darle al naipe y al trago. Pero Azucarera cambió de manos, repartos accionariales que nunca parecen salpicar, a mí me da igual unos que otros si me pagan lo mío, pero el caso es que te das cuenta demasiado tarde de que sí salpican cuando ni unos ni otros te pagan lo tuyo. Los parameses se entregaron al maíz, venga agua, más pantanos que, total, yo riego ahora con el móvil, hasta que esta semana las partidas se llenaron de un comentario repetido que nada tenía que ver con los ases y los treses: «Ya se veía venir».El cierre de la Azucarera de La Bañeza ha vuelto a sacar a escena a dos de nuestras especies autóctonas más miserables: los listos y los salvadores.
Con los parameses de uñas porque le sacaban mejor rentabilidad al monocultivo, Azucarera se marcó un sujétame el cubata que, en el mundo del campo, se entiende por sujétame el tractor. Pues ya me busco agricultores que hagan la remolacha como yo digo. Los encontró en la parte de Tierra de Campos que, al igual que antes el Páramo, se transformó por completo con la llegada del agua. Se firmaron contratos que, como los de los altos directivos, incluían una parte importante de no hacer nada. El resultado es una remolacha de calidad ínfima, detalle del que, por lo que sea, no se suelen acordar los salvadores que ahora salen al rescate del sector para mostrar su solidaridad con los afectados y exigir responsabilidades siempre de otros... pero desde las redes sociales, claro, nada de entresacar el producto que es parte fundamental de la historia de esta provincia, sin el lirismo del carbón pero con el mismo final por abandono, en estampida, después de que miles de familias consiguieran cambiar el destino de sus hijos, entendido por darles estudios y empujarles a que se fueran cuanto antes, a base de doblar el lomo.
Los salvadores volvieron a salir en manada, unos clamando contra el Gobierno por su guerra al azúcar, otros con el «es Mercosur, amigo» y los más reburdiando contra la Junta de Castilla y León, exigiéndole que dé más ayudas y, al mismo tiempo, que se devuelvan las que ha dado, ignorando que la empresa ha dejado perder las últimas subvenciones. Salir ahora a coger pancartas y lanzar soluciones cuñadistas después de haber consentido que la empresa hiciera y deshiciera a su antojo, más bien deshiciera, resulta otro ejercicio de postureo para el ejército de salvación de esta provincia, que tanto trabajo tiene y tan pocas ganas le pone. Y, aunque fuera por variar, igual había que mirarse también un poco por dentro y pensar en la responsabilidad de cada uno de nosotros: los dueños británicos de Azucarera poseen también Primark, esos populares almacenes que evidencian la obsesión del grupo empresarial por la calidad. De sus calcetines cuentan que, además de ser muy baratos, no hace falta lavarlos: se ponen una sola vez y hay que tirarlos porque ya tienen agujeros. Eso, por cerrar el círculo, no hay gitano que lo venda ni siquiera en el mejor mercadillo y por mucha gracia que le ponga a sus esloganes.
Con los salvadores muy ocupados, los listos tuvieron que aplicarse con intensidad esta semana, porque además de ver venir el cierre de la Azucarera de La Bañeza también anunciaron, obviamente, el ascenso de la Cultural, del mismo modo que profetizaron el crimen de Bembibre entre dos anónimos enemigos, una historia tan peligrosamente repetida que los viejos se paraban a contemplar la escena apoyados en sus cachas como si todo aquello fueran juegos infantiles. De los que nada se ha sabido es de los listos que nos anunciaron una oleada de robos y violaciones, incluso que acabaríamos llevando velo, cuando se abrió el centro de ayuda humanitaria en el chalé de Pozo, que encontraron hueco en sus agendas para salir a la calle a manifestarse y exhibir públicamente su racismo y su ignorancia. Casi un año después, el centro se cierra sin un solo incidente. No es que quiera parecerme precisamente ellos, pero no puedo dejar pasar la oportunidad de que prueben su propia medicina: eso, queridos, ya lo dije yo.