24/07/2018
 Actualizado a 08/09/2019
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No vamos a negar que Rajoy es inteligente, buena persona, y que ha sido un gran presidente, aunque haya tenido sus fallos. Pero me llamó la atención oírle decir en su discurso de despedida que el PP no era un partido doctrinario. No sé exactamente en qué sentido lo decía, pero en principio no me gustó la frase, porque parecía dar a entender que no es importante la defensa de unos ideales, como si toda la acción del gobierno debiera centrarse en la economía. Quizá ese ha sido uno de sus grandes fallos y también una de las claves del éxito de Pablo Casado, que no tiene reparo en defender la vida, la familia, la libertad de enseñanza y otras libertades.

Tampoco podemos olvidar que otros partidos sí dan mucha importancia a la ideología. Lo estamos viendo con el gobierno actual, obsesionado con Franco, con la enseñanza concertada o la clase de religión, con el aborto y la eutanasia, con el laicismo, con la falsificación de la memoria histórica…
Decía Soraya, mostrando un abanico, que el Partido Popular debe ser un partido abierto. No le vamos a llevar la contraria. Pero convendría matizar. Hay cosas que son incompatibles en cualquier partido. Así por ejemplo es incompatible el aborto con la defensa de la vida, la defensa de la unidad de España con el apoyo a los independentistas, la defensa de los derechos humanos con no respetar las libertades (de enseñanza, religiosa…), la protección de la familia con medidas que atentan contra la familia, la defensa de los trabajadores con el hundimiento de la economía…

Lo normal sería que no hubiera tantas diferencias entre los partidos y que se diera una convergencia en los valores fundamentales, pero desgraciadamente se encorsetan en ese esquema artificial que los divide en derechas e izquierdas, impidiendo un sano equilibrio. La izquierda presume de superioridad moral sin motivos para ello y la derecha se avergüenza de defender grandes valores incontestables. Unos y otros tienen corruptos, y todos cuentan en su haber con gente buena y con gente menos buena. Pero la gran diferencia está en que la izquierda se siente orgullosa de sí misma con la tendencia a demonizar a la derecha. Y la derecha, acomplejada, renuncia a sus principios más genuinos para parecerse a la izquierda.

Se entiende, pues, que Pablo Casado haya inyectado una buena dosis de optimismo y esperanza en una gran parte de la sociedad, harta de estos complejos que junto con la corrupción han desencantado tanto a sus potenciales electores.