21/09/2023
 Actualizado a 21/09/2023
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El refrán «septiembre, o seca las fuentes o lleva los puentes», este año salió cruz y va a ser que llevará los puentes, si no lo ha hecho ya. «Porque llueve a Dios dar agua» (frase que emplea Torrente Ballester en ‘Los gozos y las sombras’ y que me parece maravillosa), y, como siempre, lo poco agrada y lo mucho ofende; estoy pensando en los agricultores que tienen que recoger el maíz y que, si sigue cayendo la del pulpo, embozarán los tractores en las tierras; o en lo viticultores del Bierzo, de Valdevimbre o de los Oteros, que por San Mateo tendrían que tener recogido el fruto y la lluvia lo único que puede hacer es joderlo o retrasarlo, que no se sabe que es peor, porque «en septiembre, quién no tenga ropa, tiemble»..., que anuncia, sin querer, que pueden caer las primeras heladas y aquí, qué se sepa, todavía no se elabora «el vino del frío».

Septiembre es un mes un poco estúpido: termina el verano y aunque el otoño, en esta tierra, deja postales de guía de viajes de postín, tipo la mítica Baedeker, nos cuesta mucho adaptarnos a los primeros fríos, a que los días menguan a pasos agigantados, a llevar a los niños al colegio a las nueve de la mañana y, los mayores, a volver a rutina que no acabará hasta el verano que viene.

Septiembre es un mes un poco chungo, porque, a lo largo de la historia, en él se han producido situaciones apocalípticas: el uno de un mes como el actual, Hitler, a lo tonto y a lo bobo, inició la II Guerra Mundial, aquella en la que murieron ¡cien millones de personas!, lo que vienen a ser los habitantes de Francia y España juntos. Una locura..., producida por un loco de manual; porque un día 11 se produjeron los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, que trajeron consigo la excusa perfecta para la destrucción posterior de tres países que les caían mal a los yanquis, dónde se produjeron infinitamente más muertos que los del aquel funesto día 11, además de dejarlos, a Irak, Afganistán y Libia, poco menos que en la edad de piedra y en convertirlos en estados fallidos.

También, es cierto, nacieron en septiembre Quevedo, Cervantes, Unamuno o Severo Ochoa, gente que hizo mucho porque la humanidad se civilizase, pero no creo que compensen las maldades anteriormente descritas.

Septiembre es, también, el mes de las fiestas guiadas por el calendario pintado en las paredes de San Isidoro; días de jolgorio y de divertimento absolutamente merecidos después de una primavera y un verano de mucho trabajo y desasosiego. Una vez recogidas las cosechas (de grano, de legumbres, de vino), y las huertas, la gente se merecía un descanso, aunque fuesen tres o cuatro días. La Virgen de septiembre es fiesta casi en tantos pueblos y ciudades como la de agosto; lo mismo que el Cristo, San Mateo, San Cipriano, San Miguel o San Vicente. En mi pueblo, por ejemplo, desde que el alcalde socialista permitiese construir una Cruz de hierro monumental al pié de la cárcava de la ‘Quebrantada’, se sube a mediados de mes para oír misa y para zamparse un ‘bollo preñao’ y un bocata de chicharro en escabeche con cebolla que no lo igualan ni en el ‘Cocinandos’. Este año, por culpa de la dichosa lluvia, se suspendió el acto..., aunque no del todo: la misa se celebró en la iglesia y la jala en la casa del pueblo, y fue mucha gente, tanto de Vegas como de los pueblos vecinos, porque no hay nada que haga mover el culo al personal que una comida gratis, aunque sea tan humilde como la antes mencionada. ¡Ah!, y vino a esgalla, hasta que la peña perdiese el sentido, que también llama lo suyo. Porque, seamos sinceros, una fiesta sin comida es como un baile sin pareja, como un polvo sin contraria, (o), algo tan frío como dar un abrazo a un perchero. La comida gratis nos hace hacer cosas inimaginables en casa. Tengo un amigo que odia las sopas de ajo; no le gustan, vamos; sin embargo, cuando en las fiestas de León se repartían gratis en la noche de San Pedro, allí le teníais: el primero, dando codazos y empujones y lo que hiciera falta para que nadie se le colase. ¿Porqué?, ¡pues porque era gratis, alma de cántaro!

Septiembre, para un servidor, evoca tristeza..., una infinita tristeza que se instalaba en mi ánimo en cuanto mis padres me dejaban en la puerta del manicomio de Álvaro López Núñez y que no se iba hasta Navidad, como poco. Allí metido, entre aquellas paredes, viendo caer la lluvia contra las ventanas de las clases o del dormitorio, sólo quedaba hacer de tripas corazón y convertirte en un autista, en en ser que dejaba pasar la vida como ahora, un mundo después, hacen los viejos encarcelados en las residencias de ancianos.

Es muy duro, durísimo, pasar la tarde de un domingo ventoso y lluvioso paseando por una ciudad tan desierta que te recordaba a las de las películas de oeste que echaba el hermano Emilio en el cine del manicomio. Y era duro, durísimo, porque en tu memoria estaban vivas, vivísimas, las mismas tardes de julio y de agosto, en el pueblo, jugando con tus amigos de toda la vida (los que de verdad quedan con los años), bañándote en el río, esquilmando nidos o dando una vuela en la bici. Y en el pueblo también teníamos cine; mucho menos pijo que los de la ciudad, pero cine, al fin y al cabo, y era una gozada ir a la proyección y terminarte un girasol entero.
Septiembre es, de verdad, una desgracia con patas, un intermedio no deseado en el transcurso del año, un tiempo de adioses y de nostalgia... Salud y anarquía.

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