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Galileo Galilei y la cesta del pescador

29/05/2021
 Actualizado a 29/05/2021
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Tenía tan poco que hacer que, en un trabajo que se basa en la inmovilidad, ni siquiera estaba inmóvil. De hecho lo primero que vi, ya desde lejos, fue que la pierna derecha se agitaba con uno de esos movimientos casi involuntarios que hacemos en los momentos de espera. Además, hablaba por el teléfono móvil que tenía apoyado en una mesita. Lo hacía directamente hacia la pantalla, hacia una cara que estaba allí pero no se veía.

Un mimo parlante y en movimiento porque, total, no pasaba nadie por esa parte final de La Rambla. Me acerqué y, como lo vi tan vivo, tan desprovisto de la distancia que provoca la quietud propia de su oficio, le dije: ¿Qué, cómo va la cosa? La respuesta, casi esperada, fue: «Muy floja, con esta crisis». Le eché una moneda y entonces sí, con profesionalidad, levantó su telescopio, se puso de perfil y no movió ni una pestaña mientras le hacía la foto.

Iba vestido de Galileo Galilei. O más bien de estatua de oro de Galileo Galilei, con la cara, la barba falsa y las ropas impregnadas de un color dorado. Se me ocurrió una metáfora fácil: con el telescopio, Galileo Galilei trataba de vislumbrar el final de «esta crisis» pero tampoco la veía. Porque en esa parte de La Rambla, la más turística, seguía sin haber más movimiento que el de las figuras de sevillanas que se vendían en la tienda de recuerdos turísticos que tenía detrás.

En una semana agitada, poco más quiero contar que este paseo y este encuentro con Galileo Galilei. Porque a veces me gustaría hacer columnas como de aire, que no pesen. Columnas como conchas encontradas en la playa, bonitas y no muy útiles, que recuerden que no todo es hacer cosas y mostrarlas.

Es como lo que ocurre en el cuento ‘Cielo distante’, del libro ‘Voces de humo’, de Pablo Andrés Escapa. En el cuento, unos niños encuentran al maestro, don Laureano, que viene de pescar. Ante su curiosidad les abre su cesta, que no tiene nada dentro. «Está vacía», se decepciona uno de ellos. «Yo la veo llena», dice el maestro, enigmático. Hablan un rato de otras cosas y se despiden. Pero el niño, Aurelio, se ha quedado con curiosidad y por fin le pregunta de qué está llena la cesta. El maestro contesta: «de tiempo».