08/06/2025
 Actualizado a 08/06/2025
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¿Qué dice de nosotros nuestro escritorio? No me refiero, claro, al físico, que ése ya prácticamente desapareció. Me refiero al de nuestro ordenador. Igual que aquellos que se dedicaban a revolver en los cubos de basura de los famosos y luego exponían sus hallazgos (pañales, complementos vitamínicos en exceso, cajetillas que denotan una dieta rica en Marlboro), un vistazo a los monitores puede decir mucho de nosotros.

Por ejemplo, éste desde el que escribo, en una pantalla LG de resolución más que aceptable, tiene no sé cuántos accesos directos que nunca he usado (¿el Paint? ¿Para qué diablos quiere un adulto funcional el Paint? ¿Y quién me instaló el VLC media player?), más documentos que fueron sacados de sus ficheros correspondientes para que no se nos olvidase su existencia y hacer algo provechoso con ellos, pero que terminaron convirtiéndose parte del paisaje para, así, perder definitivamente nuestra atención y terminar olvidándose de su existencia. Veo por aquí igualmente unos cuantos libros que había que leerse, más un par de documentales muy interesantes cuyos autores me pasaron y que permanecen ahí con cada inicio de sesión desde hace un año y medio.

He de decir que, por estos usos de la modernidad, este simpático portátil se convierte en una computadora ‘de torre’ (¿Se siguen llamando así cuando ya no hay torres cibernéticas por ningún lugar?) cuando se conecta a una base, con su teclado y, sobre todo, su monitor de más amplia resolución. En este último, debido a su tamaño, los iconos del escritorio lucen otro orden (si es que se puede llamar orden al caos que ahora contemplo) y el desbarajuste luce menos grave.

Este síndrome de Diógenes digital que yo, igual que millones de seres humanos, sufre en silencio, tiene otra manifestación en los navegadores de internet. Durante más tiempo del que sería recomendable, cada vez que me sumergía en las procelosas aguas de la red de redes me encontraba con un bochornoso número de pestañas abiertas que me negaba a cerrar por alguna razón. Ahí estaba un concierto de Bob Dylan con Tom Petty en Australia o sabe Dios qué isla lejana (nunca me gustaron ni Dylan ni Petty), unos documentos del procesador de textos para un libro que nunca salió, un interesantísimo artículo que tampoco llegué a leer… Vergonzosos recordatorios de la incapacidad para concentrarse, orientarse y hacer cosas productivas en un mundo algo menos idiota que sus habitantes.

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