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El poder de la chancla

28/04/2023
 Actualizado a 28/04/2023
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En primavera los parques infantiles están a rebosar. Oh, qué felicidad para los niños y qué tortura para los padres. Cuando acompaño a Pequeño Zar al parque, vigilo por el rabillo del ojo que no se rompa la crisma, hago cosas anacrónicas como sentarme a leer el periódico y apenas hablo con nadie.

En Madrid, tengo ya una geografía particular de parques. Está el del Casino en Lavapiés, inmigrantes de todas las nacionalidades (niños con dos o tres hermanos) junto a padres y madres neohippies, que votan al Pacma y a Podemos, y llaman a sus hijos Olmo o Amor. También hay mamás tatuadas con el pelo teñido de naranja que tratan de colegas a sus hijos y les gritan cosas como: ¡El poder de la chancla es de las madres! (gran frase, por cierto). Está el parque del Oeste, en uno de los barrios con el metro cuadrado más caro de Madrid, votantes del PP y de Vox. Allí los niños se llaman Pelayo, Mencía o Cayetana, tienen dos o tres hermanos (igual que en Lavapiés) y sus padres les hablan en inglés (con acento de Valladolid). Está el de Madrid Río, clase media de todos los partidos, y cumpleaños de niños latinoamericanos que se llaman Jenny, Kevin o Dylan.

La idiosincrasia de los parques infantiles saca lo peor de mí (y de casi todo el mundo): padres que se pelean porque sus hijos –de tres años– se han peleado; madres que persiguen indignadas a un niño –de tres años– porque le ha robado un juguete a su hijo; abuelas que deciden quién tiene el mando en el turno para los columpios. Diálogos sobre embarazos, deposiciones, rabietas infantiles o resultados académicos de los hijos.

No digo que no sea… ¿relevante? Sí, es el gran momento de intercambio de información parental sobre los niños y de que los niños, a su vez, aprendan a socializar.

Pero al mismo tiempo cada parque es una especie de plaza mayor del pueblo donde te expones a ser juzgada por tus vecinos. Se juzga la buena (o mala) educación de tu hijo, el colegio al que va, su ropa, su color de piel, hasta su nombre.

Y en función de eso, fluyen las conversaciones y unos padres se acercan a otros. Y por supuesto, unos niños juegan con otros. En los parques se observa la jerarquía social de una forma tan cruda, que me produce rechazo. Por eso me pongo en una esquina y procuro pasar desapercibida.

Si me veis en un parque infantil, no me habléis, ¿vale?
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