Durante el tiempo que hice obras de reforma en mi casa aprendí varios refranes y unas cuantas expresiones, del tipo «a paño» o «a falsa escuadra», que juré no volver a usar en toda mi vida. Uno de los refranes que al principio me pareció muy acertado fue «si ves a alguien por la calle hablando solo, está loco o está de obra», pero pronto quedó en desuso: primero nos encorvaron los teléfonos móviles y, luego, los auriculares de ya penúltima generación llenaron las calles de tanta gente hablando sola que, la verdad, resulta imposible que haya tantas obras en marcha. Sí es cierto que nos queda la duda de si estamos todos volviéndonos locos. Los profesionales de la construcción comparten con los mecánicos una pasión por darte detalles que saben perfectamente que no entiendes, pero enseguida notas que van a aumentar tu factura. En venganza, a un electricista le recité a cambio los dos primeros discos de Kase O, sin respirar, para que no pudiera interrumpirme. Ni él se aficionó al rap ni yo a los relés. Mi transformación durante la reforma llegó al extremo de que amenacé de muerte a un yesista, soñé con un albañil que tiraba más tabiques de la cuenta y juré odio eterno al gremio de los fontaneros, por su maldito mantra de «el lunes, sin falta». Todos ellos, independientemente de su especialidad, presunta o real, en cuanto entraban por la puerta, antes de saludar, me preguntaban: «¿Pero quién te ha hecho esto?». Por suerte no mediaba en el caso ningún arquitecto, respecto a los que comparto aquella reflexión de Eduardo Arroyo: «Soy partidario de la abolición de la pena de muerte... salvo en el caso de determinados arquitectos». El más cruel de todos los operarios fue un tartamudo que resultó ser tartamudo selectivo, porque el capullo se trababa mucho cuando me daba explicaciones por el «re re re retraso en la llegada de los ma ma ma maaaateriales» pero, cuando se quedaba a solas con mi novia, exhibía una dicción propia de un locutor radiofónico.
De todas las expresiones que aprendí, la que se convirtió en fórmula infalible para proyectos y prepuestos fue que «una obra siempre termina tardando el doble de lo esperado y costando el triple de lo presupuestado». Lo pensaba el otro día a bordo del primer tren de pasajeros que atravesó la Variante de Pajares, aunque en el caso de la administración pública el algoritmo suele ser otro. En la obra considerada «una de las más complejas de la ingeniería civil española» el coste se ha cuatriplicado (hasta llegar a los ¡cuatro mil millones de euros!) y los plazos se han ido dilatando durante años para concluir, por una misteriosa casualidad, justo antes de las próximas elecciones. Hay chavales en la montaña central leonesa que nacieron cuando el túnel estaba iniciado y que ya se han tenido que ir de su tierra a buscar trabajo sin llegar a verlo terminado.
El otro día vino Raquel Sánchez, la ministra del ramo, que ahora el ramo se llama «Transportes, Movilidad y Agenda Urbana», para protagonizar un viaje que a los políticos y a sus respectivos séquitos (tan numerosos y tan desencajados por estar una mañana de diario en plena montaña que aquello parecía una rave) les hizo tirar de manual de adjetivos para calificarlo de «histórico», mientras que los más originales aseguraron que marcaba «un antes y un después». Emocionantísimo. Los ingenieros, a los que alguien definió como mecánicos con ínfulas, comenzaron a dar detalles que me sonaron al ya citado y peligroso lenguaje en el que cada nuevo término supone algo así como un punto más de inflación. El presidente del Principado, Adrián Barbón, advirtió de su lágrima fácil y, como hace siempre que participa en un acto entre leoneses y asturianos, se remontó a los trasmontanos y a los cismontanos y al poder magnético del Esla, que por suerte nos quedaba a unos cuantos kilómetros... ya que los túneles han secado algunos ríos de la zona e infinidad de acuíferos. Sobre ese tema no habló la ministra, que llegó media hora tarde a la rave («vendría en AVE», malició alguien) y que, en cambio, soltó un discurso fascinante sobre la gratuidad de los Rodalies en Cataluña y los Cercanías en Madrid y las ayudas del Gobierno a los transportistas para evitar la huelga. Empleó un lenguaje perfectamente inclusivo con todos los asturianos y las asturianas, lo que pasa es que, en su inclusión, se olvidó de incluir a los leoneses y las leonesas, dejando otra vez la sensación de que lo mejor que nos pasa es que estamos de camino hacia Asturias. Cuando Pablo Bodega le preguntó sobre el abandono de la línea de Feve o el soterramiento del AVE en Trobajo del Camino, vino a decir que vaya temperatura más buena hace para estar casi a mediados de noviembre.
Aún me pregunto por qué perdí la mañana en el viaje si nunca me han gustado las raves. Supongo que tenía curiosidad por atravesar el túnel del que tanto había oído hablar, pero resulta que, contra todo pronóstico, es negro y por la ventanilla no se ve nada, así que, como tampoco hay cobertura, no hay gente hablando sola y, si no eres capaz de soportar un incómodo silencio de quince minutos, no te queda otro remedio que charlar con el de al lado. Algo ganamos, sobre todo yo, que iba con Estefanía Niño y me contaba historias de los hijos del túnel. Pese a su necesidad y a la importancia que tendrá su funcionamiento, después de las catástrofes económicas, medioambientales y sociales que ha generado, la Variante compone un retrato tan certero del fracaso de la gestión pública que hay que tener muy pocos escrúpulos, muchas ganas de cometer los mismos errores, para ponerse ahora en las fotos, celebrar su inauguración e intentar convertirlo en una baza electoral. La realidad es que, desde que se pusiera la primera piedra, hace casi dos décadas, los sucesivos gobiernos que han pasado por la Moncloa han ido repitiendo, como despiadados fontaneros, el temido «¿pero quién te ha hecho esto?», rematado con el estremecedor «el lunes, sin falta». Ahora sabemos que se referían al lunes antes de votar.

El lunes, sin falta
13/11/2022
Actualizado a
13/11/2022
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