03/03/2024
 Actualizado a 03/03/2024
Guardar

En una época especialmente desordenada de mi vida un amigo me dijo que no se puede estar en dos sitios a la vez. Si el refranero tiene tantas opciones para referirse a ello (en misa y repicando; al plato y a las tajadas; nadar y guardar la ropa) es que responde a un deseo ancestral e imposible: el de experimentar el fenómeno de la bilocación, como San Martín de Porres.

Lo teníamos más o menos claro hasta que llegó internet. Y entonces empezamos a desarrollar la ilusión de que, efectivamente, podíamos estar en dos lugares al mismo tiempo. La película ‘Vidas pasadas’, de Celine Song, trata en gran parte de esto: cómo es posible sentir al lado a una persona que está a miles de kilómetros y cómo nuestro cerebro no está diseñado para ello.

Sin embargo, seguimos intentándolo. Vivimos aquí y experimentamos allá. Nadie nos lo prohíbe ni lo reprueba, pero nos lleva inevitablemente a la esquizofrenia. Como explica Pablo Malo en ‘Los peligros de la moralidad’ (Deusto), nuestro cerebro apenas ha cambiado desde la época de cazadores-recolectores y seguimos siendo unas criaturas tribales que, inevitablemente, tendemos a pensar primero en quienes tenemos al lado, en el ‘nosotros’. En el caso de que nuestra atención se enfoque en otros, pasaremos a situarnos inmediatamente a su lado. Y entonces esos otros se convertirán en ‘nosotros’ y nos apartaremos de los que hasta entonces eran los nuestros. Desde misioneros a exploradores, pasando por conversos y desertores, por emigrantes y condenados al ostracismo, tenemos incontables ejemplos de esta transformación.

Es muy difícil no sentir dolor ante los miles de muertos de Gaza, ante la masacre de cientos que se arremolinan en torno a un puesto de ayuda humanitaria, ante los niños con la mirada perdida por el hambre. Pero ante eso las opciones que se presentan son reducidas: ir o quedarse. Lo primero implica involucrarse de manera activa, sacrificarse, renunciar a permanecer. Lo segundo lleva implícito la aceptación de lo que sucede. El problema, el mismo problema de siempre, es que no estamos programados para esa bilocación. El hecho de compartir un vídeo-selfi perreando después de un post de ciberactivismo pidiendo la paz no resulta una comportamiento ridículo, porque esa calificación implica posicionarse desde un estrado superior. Habría más bien que ponerse en ese lugar, en vernos a nosotros mismos en esa disociación asociativa (o asociación disonante) y pensar en la esquizofrenia a la que nos condena.

Lo más leído