En la larga lista de autores leoneses contemporáneos, encabezada hoy por nuestro merecido y reconocido Premio Cervantes, Luis Mateo Díez, no debiéramos olvidar el nombre de Isidro González García. Historiador riguroso, especialista en el estudio de la presencia e influencia de los judíos en España (sobre la que ha escrito una decena de libros y numerosos artículos, véase https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=206378), acaba de publicar una crónica biográfica novelada, ‘El viento de Noviembre’, que lleva el subtítulo de ‘Crónica de un tiempo olvidado pero presente (1963-1977)’.
No existen novelas -y pocos estudios rigurosos- que traten de reflejar ese período histórico, pese a ser reconocido como decisivo y sin cuya comprensión difícilmente podemos entender el presente. Este es, sin duda, el primer mérito de este libro: llevarnos hacia una reflexión sobre la importancia personal y colectiva de determinados hechos y acontecimientos históricos que, no sólo necesitamos conocer, sino sobre todo interpretar y valorar para entender un presente cada día más inquietante y muchas veces incomprensible.
Al acabar la novela, una pregunta resulta inevitable: La confusión ideológica, política y vital en la que gran parte de los jóvenes de esos años estuvimos sumergidos, pese a estar muy justificado nuestro espíritu de rebeldía y el idealismo revolucionario que nos movía, ¿no explicaría el escaso arraigo y fortaleza democrática de nuestras instituciones, y la desconfianza actual sobre nuestro futuro, pese a que, formalmente, la democracia acabó sustituyendo al régimen franquista? La ruptura y el cambio que se produjo no vino apoyado en un sólido fundamento ideológico y político, sino en una ausencia de principios que dio lugar a esa dispersión de fuerzas, cuyo mejor exponente era la cantidad de grupos y grupúsculos que fueron surgiendo en la universidad (troskistas, maoistas, comunistas, revisionistas, anarquistas, neo-falangistas...) entre los que no hay que olvidar, estaban los grupos terroristas de ETA y los Grapo.
No se trata de cuestionar la Transición, sino de intentar hacer lo que el historiador Isidro González hace en esta novela: relatar una historia que conoce, no por los libros, sino porque la ha vivido intensamente en su juventud y que ahora trata de revivir para poder analizar e interpretar.
La novela es la historia del protagonista, el propio autor, pero del que se distancia a través de un narrador impersonal y externo, logrando una simbiosis entre novela e historia que convierte la peripecia narrativa en reflexión histórica. Se trata de un testimonio en el que la ficción es meramente instrumental, pues los acontecimientos se presentan siempre como reales y así sabemos que acontecieron. Hechos que, de un modo decisivo, hicieron posible la transición democrática.
Se trata de un periodo intenso, lleno de expectativas, incertidumbres e idealismos, pero también de contradicciones, miedo, oportunismo, frustraciones y desencantos. La larga sombra de la Guerra Civil recorre todas sus páginas, y muy acertadamente oímos las voces de los vencedores y de los vencidos como telón de fondo que revela la cara dramática del fanatismo y el radicalismo político, que en nuestro país acaba siempre en cainismo fratricida.
Resuenan en sus páginas Galdós y Baroja, el Madrid vivo de los años setenta, con sus bares, pensiones, discotecas, cines y calles bulliciosas. La vivencia de ese entorno que nos transmite Rafael, el protagonista, es otro de los logros de la novela.
Hay otros temas que se entrecruzan, como la relación paterna, la emancipación familiar, el movimiento hippy, la revolución sexual, la influencia de Mayo del 68, etc. De especial interés son las referencias a León y la importancia de Institución Libre de Enseñanza en nuestra provincia, tema sobre el que el autor ha realizado también una importante investigación.
Sin duda, la lucha antifranquista y el desmoronamiento del régimen siguen dando lugar a reflexiones sobre nuestra difícil convivencia y los factores disgregadores que todavía hoy perviven y ponen en crisis nuestra democracia. Novelas como esta ayudan a construir la verdadera memoria histórica, que siempre ha de basarse en la memoria personal, que en este caso es, además, generacional.