Museos de la ciudad de León: Museo de la Emigración Leonesa

Octavo capítulo del serial de los museos de la ciudad de León, que cada jueves nos trae Gregorio Fernández Castañón a LNC Verano

Gregorio Fernández Castañón
21/08/2025
 Actualizado a 21/08/2025
Detalle del hall, con el arranque de la escalera y vista de la chimenea. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN
Detalle del hall, con el arranque de la escalera y vista de la chimenea. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Lo digo por experiencia: lo difícil es entrar en ‘calor’ sin meter mucho ruido. La flamante casona, donde se ubica el Museo de la Emigración Leonesa (MEL) posee, que yo sepa, dos puertas y un portón: la principal (con una mirilla y un tirador que, de puro arte, son de lujo), la del personal del servicio y aquella más ancha que utilizan para la carga y descarga. Los carromatos, en otros tiempos…

Los tiempos de un ayer, en los trabajos de la gente sencilla –bien lo sabemos–, se medían de sol a sol y no había forma de detener los relojes de la Catedral o de la Casa Botines que, con sus lejanas campanadas, marcaban el ritmo de la ciudad de León, sí, pero no los descansos prolongados y las merecidas vacaciones. El tiempo para Miguel Pérez Vázquez (1884-1976), huérfano desde temprana edad, lo definían los montículos de las virutas o del serrín que conseguía arañando con sabia maestríaunos gruesos maderos o tablas. Él era un carpintero, convertido en ebanista que, a base de utilizar el sudor para dejar constancia del paso de la humildad por su frente, lograba poner el tono adecuado a las voces de sus muchos encargos. Y, porque cumplía con verdadera pasión, resistía las embestidas de la vida alegremente. Tanto que –con el tiempo–, entonces sí, consiguió unir varios ‘sujetos’ (más de doscientos empleados a su cargo), con ‘los predicados’ (sus trabajos avalaban sus esfuerzos) y no tenía problema alguno con la conjugación del futuro ‘verbal’ en relación con sus laboreos. Esforzándose –para que nos entendamos–, creó un imperio en sus talleres de carpintería, herrería, tapizado de muebles y pinturas, sin esconder la promoción de viviendas, como las de la calle Padre Isla, 41 y 43, colindantes con sus naves, que incluían dos refugios antiaéreos «con sujeción a lo dispuesto en el Decreto de la Presidencia del Gobierno de 23 de julio de 1943». ¡Uf…!

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El techo del hall lo cubre una singular y hermosa vidriera. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Con unos golpes de tinta a mi favor, retrocedo unos años para destacar otra de las virtudes de Miguel: además de trabajador era un hombre culto. En 1925 decidió hacer la vivienda de su vida. Y para ello encargó el proyecto a uno de los arquitectos con mayor reconocimiento en la ciudad de León: Manuel de Cárdenas. Un hogar sencillo por fuera, nada destacable para pasar desapercibido, pero por dentro… Él mismo colaboraría en hacer de sus sueños una realidad. Un palacete que finalizó en 1932, compuesto por varias alturas y estancias, como las siguientes (narradas en presente, porque afortunadamente se conservan y forman parte de la visita a este museo):

– Hall. Forrado en madera y con frisos y medallones diversos, en yeso, que se inspiraron en el coro y en la fachada del viejo Convento de San Marcos, posee un encanto especial con el arranque de la escalera en cuyo pilarote descansa un león de plata. El techo lo cubre una espectacular vidriera neorrenacentista y en el suelo, de mármol, la rosa de los vientos es la gran protagonista. La estancia, en invierno es caldeada por dos radiadores que se esconden en los laterales de una falsa chimenea, hecha con ladrillos refractarios. 

– Salón/comedor. La vista, necesariamente, se detiene en aquellos muebles del siglo XVII/XVIII, que, pertenecientes en su momento a los duques de Osuna, fueron hechos en madera noble, con animales y motivos vegetales y frutas, por aquí y por allá, tan bien tallados, que son verdaderas esculturas. El lobo, por ejemplo, ‘asusta’ de pura belleza. Y bellos son también sus muchos complementos: lámparas y apliques; la chimenea, custodiada por un par de sátiros que asombran; un lujoso reloj; cuadros y, entre otros muchos detalles, un busto de María Hipólita Sforza (perteneciente a una familia italiana de mercenarios, que gobernó el ducado de Milán entre 1450 y 1535).

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Detalle del salón/comedor. En primer término, se ve el busto de María Hipólita Sforza. | GREGORIO F. CASTAÑÓN

– Sala de música. Decorada en art decó, sus paredes están recubiertas con papeles pintados procedentes de Francia y los muebles, el piano y el resto de los complementos (como el relieve de la diosa de la música, Euterpe, en las cuatro esquinas de los techos) fueron colocados allí con un gusto exquisito.

– Sala de fumadores. Miguel trajo para el revestimiento de esta sala espectaculares azulejos de Andújar y papeles pintados con inspiración japonesa (almendros en flor); utilizó en el techo el arte francés (con preciosas yeserías) e instaló en las ventanas superiores cuatro vidrieras relacionas con el golf y el tenis femenino, el fútbol y la lucha leonesa; vidrieras realizadas por Basurto Miyar González, S. A. 

– Baño principal. Tras subir por las escaleras del hall, realizadas en madera de castaño –con unos barandales, pasamanos y balaustres tallados magistralmente–, el baño se encuentra al fondo del amplio y espectacular corredor. El piso, situado a un nivel superior para esconder –¡atención!– las tuberías calefactoras (calefacción radiante), es de mármol y una gran concha en el techo (yesería), en forma de cascada, lo ‘protege’ todo. Además del lavabo, taza, bidé y bañera de loza blanca (¡ojo!, de 1932), tengo que enumerar los espejos (tres), especialmente el del mueble tocador (con exquisitos repujados que imitan la madreperla, luz indirecta y con asientos). Dos vidrieras relacionadas con el agua (un barco velero y un niño jugando con la arena en una playa) ofrecen luces de colores desde el exterior. 

Del resto de las habitaciones y espacios… Me entenderéis, ahora sí, si os confirmo que para entrar al Museo de la Emigración Leonesa, inaugurado en 2018, se hace a través de la puerta por donde, ayer, accedían los encargados del mantenimiento y del servicio de la familia Pérez, compuesta por Miguel, Purificación –su esposa– y sus siete hijos. Palacete que, en la actualidad, pertenece a la Fundación Cepa, creada por Cesáreo y Pablo González, sobrinos del empresario cervecero Pablo Díez. 

Dentro del museo lo primero que me llamó la atención fue… («En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…»). Justo allí, se encuentran doce conjuntos de azulejos alegóricos a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, lo que demuestra el interés que Miguel Pérez tenía por la cultura (esto y la monumental biblioteca que poseía en una de las habitaciones). La dirección del museo, a partir del hall de entrada, autoriza, especialmente a los niños, a ver y a tocar. Es la historia de un viaje en busca de un futuro para alimentar los días y las noches y, como tal, no falta ni una maleta ni la réplica de los asientos de un barco o de un avión con destinos, principalmente, a Argentina, Cuba, Brasil o México, entre otros. Viajes interminables aquellos (entre 60 y 90 días en uno de los trasatlánticos), cuyos usuarios debían dormir en cubierta o en los pasillos hasta alcanzar, es un suponer, el paraíso en tierra extraña.

El museo utiliza paneles explicativos, sistemas digitalizados interactivos, enormes fotografías, armarios de viaje (con ropa de época), maquetas (relativas a un campo de trigo o al trabajo en una mina) y hasta juegos diversos (puzles de colorines, entre otros) para explicar los avatares desde el inicio del viaje (con todo lo que quedaba atrás) hasta llegar «a hacer las Américas». Y una vez allí… Las sorpresas iniciales, la adaptación, la búsqueda del trabajo, el intercambio de costumbres, el folclore, la religión (el museo destaca especialmente la devoción a la Virgen del Camino, leonesa ella, y a la mexicana Virgen de Guadalupe)…

Tras el regreso de alguno de los emigrantes, el museo, eso también, propone conocer, en imágenes y en viva voz, sus experiencias. La mayoría, allí –me lo explica el guía– «vivía para trabajar» en empresas o en negocios propios, motivo por el cual se reproducen pequeñas tiendas de ultramarinos, repostería y panadería o sastrería.

Las exposiciones periódicas y los diversos actos programados a lo largo del año hacen de este museo un centro cultural leonés altamente aconsejable.

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Las diez esculturas a la entrada del museo, con Pablo Díez y Rosario Guerrero en primer término. | GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN

Obra destacada

Diez esculturas sorprenden y dan la bienvenida a los visitantes del museo. Son, de derecha a izquierda, las imágenes del matrimonio compuesto por Pablo Díez y Rosario Guerrero y las de sus sobrinos: Pablo, Sagrario, Cesáreo, Eleuteria, Luis, Paulina, Cinia y Antonino. El autor de esta obra, Víctor Hugo Yáñez Piña (México, 1967), los presenta a tamaño natural, manteniendo la mirada hacia un México lejano. Un conjunto monumental que he elegido como ‘Obra destacada de este museo’, especialmente, porque fue Pablo Díez (Vegaquemada, León, 1884-Ciudad de México, 1972) –fundador de la Cervecería Modelo– uno de aquellos 120.000 emigrantes leoneses (entre los años 1830 y 1920) quien representa perfectamente aquel movimiento existente en León y provincia. Él –el máximo mecenas– y sus sobrinos colaboraron en la construcción y restauración de monumentos leoneses o se implicaron en fundaciones culturales como la que hoy, aquí, estoy presentando. Es de justicia, por ello, alabar la obra de esta familia, sin olvidar la de tantas otras que, al regresar a la tierra, hicieron lo posible por continuar demostrando su amor por ella.

 

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