Descansa en estos meses de verano nuestra Fernando Rubio, el fotoperiodista que todo lo recogió en los años setenta. Y tenemos que romper su descanso pues esta semana se nos ha ido un personaje realmente importante, con mucha actividad en aquellos setenta, y además alguien cuya figura siempre reivindico Rubio, el repostero Santiago Pérez, a quien llamó «maestro pastelero y pastelero maestro».
Añadía de Santiago su amigo: «Fue, sin ninguna duda, reeferente de la repostería, a lo largo de casi 56 años; no hay que olvidar que en SAPER Centro de Nuevas Técnicas en Pastelería de Santiago Pérez, se han formado miles de profesionales y maestros de todo el mundo, convertidos en embajadores de lo leonés. Las grandes escuelas de repostería le consideran maestro de maestros».
Pese al silencio que tal vez le acompañó en su andadura por nuestra tierra, la suya también, recuerda Rubio que fue un gran referente muy lejos de nuestras fronteras, que vinieron muchos a aprender de él, que estuvo al frente de uno de los nombres más emblemáticos de la ciudad en pastelería: La Coyantina. « Santiago fue el único maestro que impartía en todo el mundo formulación, el equilibrio de las fórmulas en cada uno de los componentes, ecuaciones que fijan al milímetro cada una de los pasos del proceso».
Recordaba Rubio en una antigua presencia sobre Santiago, en una breve reseña biográfica, que había «nacido en León en 1933. Al poco tiempo, en 1939, su abuelo Dionisio abrió la Confitería La Coyantina, en la calle Ordoño II, que luego fue continuada por sus padres y, después, por él mismo. En 1953 y con los 20 recién cumplidos viajó a Alemania, allí realizó una reproducción de la Torre Eiffel en chocolate que llamó la atención del público y un periódico alemán sacó la imagen con su creador, en sus páginas. Viajó a Barcelona para ampliar sus conocimientos y allí tomo conciencia de lo que quería hacer; quería enseñar».
Y entre esos alumnos estaba, como no, su continuador, Alberto Pérez. Repasando la biografía de Santiago Pérez es inevitable tener la impresión de que le hemos dejado irse en demasiado silencio, para lo que fue.