El gato montés (Felis silvestris) es un animal que ha pasado relativamente desapercibido para gran parte de la población. Se asemeja tanto a un gato doméstico de color gris que mucha gente no sabía y aún no sabe de su existencia. Siendo además la hibridación con los gatos domésticos una de las principales amenazas de la especie no es de extrañar esta confusión pues hay individuos que por su apariencia consiguen engañar hasta a los ojos más expertos.
Pero por norma general un gato montés puro cuenta con varias características que, si nos detenemos a observar, nos permitirán diferenciarlo del gato romano o doméstico.

La primera es la corpulencia, especialmente en los machos adultos, suelen ser de constitución mucho más fuerte que el gato romano. La segunda, el tamaño de la cabeza, más grande y redondeada, de orejas más pequeñas y tal vez más proporcionada. La tercera, una línea negra dorsal que les llega hasta la cola, a la que acompaña un rayado oscuro de líneas gruesas.
Pero tal vez la manera más sencilla de distinguirlo sea por la cola, el gato montés tiene una inconfundible cola gruesa con normalmente 3 anillos negros rematados por una punta completamente negra.
La vida del gato montés está llena de incógnitas. Pueden observarse con relativa facilidad, si uno sabe dónde buscarlos, principalmente en época de siega en la Cordillera Cantábrica. La presencia de topillos en los prados recién segados, su principal presa en esa época, consigue sacarlos del bosque o del matorral para alimentarse. Pero su vida más allá de esas jornadas de caza nos es prácticamente desconocida, si bien el uso cada vez más frecuente de cámaras de fototrampeo por parte de expertos y de aficionados nos permite obtener cada vez más información de lo que sucede cuando desaparecen dentro del bosque.
Tras años viviendo la Montaña de Riaño, zona donde la densidad de gatos monteses parece que sigue siendo grande, más si lo comparamos con zonas fuera de la Cordillera donde su presencia es casi testimonial me he convertido en un gran aficionado a su observación y fotografía, dedicándoles cada año cientos de horas. Pero cuando a la densidad me refiero digo “parece” pues no se sabe a ciencia cierta cuantos hay, ni siquiera creo que se haya hecho alguna vez una estimación. Y al igual que ocurre con tantas otras especies en nuestro país, la sensación es que sus números están en regresión.

En 2021 una evaluación del Libro Rojo de las Especies Amenazadas promovida por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) evidencia la fragmentación de sus poblaciones en toda Europa y particularmente en la Península Ibérica y la falta de datos censales o relativas a su actividad. Fue en 2022 cuando especialistas se reúnen para debatir sobre la situación de la especie y establecer un plan de acción, y desde entonces, con la ayuda de voluntarios, se están realizando censos de la especie en España y Portugal, de los que pronto esperamos conocer los resultados.
Todo esto que os cuento lo convierte para mi en un animal fascinante, enigmático, al que disfruto enormemente fotografiando. No obstante debemos de ser cuidadosos si queremos fotografiarlo, pues la mayoría de ellos son esquivos y huidizos, y sólo con detener el coche cuando están cazando en los prados cerca de la carretera, saldrán corriendo a esconderse. Dedicándoles tiempo y paciencia consigue uno descifrarlos en parte y aprender a diferenciar a aquellos que huyen ante la presencia humana de aquellos más confiados que permitirán, a mucha distancia al principio, una buena observación.
Debemos tener en cuenta que cada vez que un gato sale corriendo ante la presencia de un observador o fotógrafo está abandonando su rutina de caza, y que si esto sucede de manera contínua o repetitiva no conseguirá el sustento necesario o se verá obligado a cambiar de hábitos. Y es una norma fundamental para el correcto disfrute la de no interferir en los procesos naturales.
