Las ferias y mercados de ganado tienen una cara visible, pero también un más que interesante mundo ‘interior’ hechos que van ocurriendo y al visitante se le escapan. Más bien se le escapaban pues las ferias actuales poco tienen ya que ver con aquellas antiguas en las que se decidía buena parte de la vida que se acercaba. En las ferias y mercados se deshacía de ganado quien no lo podía aguantar todo el invierno, lo compraba quien lo necesitaba, se hacían con otros para las matanzas y sanmartinos, que es tanto como decir que se jugaban cómo llenar la despensa.
De ahí el necesario teatrillo. Felipe Fanjul, otro histórico llegado desde el valle de Aller, recuerda que algunos incluso lo preparaban. "Los asturianos éramos unos maestros en el trato, hay que reconocerlo. Veníamos juntos, muchas veces el día antes de la feria, dormíamos en las mismas pensiones pero al llegar al ferial nos separábamos y unos hacían de gancho de los otros o eran los que llegaban a partir el precio por la mitad e invitar a darse el apretón de manos y a la conrrobla. Otras veces hacían comentarios por detrás sobre las bondades o defectos de los animales para influir en las decisiones, como que no querían la cosa".

Han cambiado estas historias. Son diferentes. Nuevas ferias multisectoriales. Exposiciones. Pero aún en aquellos setenta que retrataba Fernando Rubio existían las ferias tradicionales, lo recuerda él. "En La Corredera, cerquita de San Francisco y el lugar donde se levanta el edificio de la Escuela de Comercio y la de Peritos de Minas, aún estaban las vallas de hierro donde se reunía el ganado y los tratantes. De allí se pasó a la avenida de José Aguado, al lado del estadio de la Puentecilla y junto al Matadero Municipal". Recuerda asimismo algunos de los ritos del oficio: "Los tratantes llevaban el blusón negro de su oficio y los "tratos" se formalizaban con un apretón de manos luego de confirmarlo en voz alta delante de los testigos".
De esa época y de esos recuerdos son las fotografías de este lunes. "En ellas se puede observar no sólo los animales, los semovientes,sino el aspecto y vestimenta, en ese iniciode la década de los 70, de los humanos en los que la boina (capada o sin capar) era el adorno y protección de los hombres del campo, y el pañuelo de las bravas mujeres".
Muchas historias para un día que, al margen de la repercusión económica en las familias, era un día de fiesta para los pueblos, una forma de vida para los tratantes, y un motivo de conversación durante muchas semanas después de aquellas jornadas de feria.
Para los recuerdos de estas celebraciones recuerda Fernando Rubio que ya está todo inventado, en un viejo refrán: "Cada cual cuenta la feria, según le fue en ella".