Esta semana se celebraron actos de todo tipo para visibilizar el cáncer de mama; también las tradicionales huchas en la calle para recaudar fondos, las mesas petitorias con sus banderitas… la tradicional “estética” de estas actividades de carácter social y solidario. Como lleva décadas realizándose. Pero al viajar a las imágenes que de estas iniciativas rescata Fernando Rubio en “sus años 70” pronto se comprueba que el salto es enorme. Tanto que en muchas de ellas, en pura lógica, aún lucen banderas y escudos que hoy están prohibidos, con el lema de “Una, grande y libre” pero, también, algunos carteles entonces de uso habitual y hoy prohibidos al menos por lo políticamente correcto. Así aporta Rubio unas mesas de petición con una pancarta que hoy sería muy llamativa: Mesas de petición Pro Subnormales pues, explican, “no pedimos piedad, sino ayuda”; ni tan siquiera acuden a acogerse a la justicia.
Pero la realidad de las imágenes lleva a Rubio a una reflexión inicial: “El problema real no se elimina con un cambio de vocabulario, por más que vivamos en tiempos de subvención. Hemos pasado de una época de caridad visible y personal (la peseta en la hucha) a un modelo donde la atención social se financia principalmente con subvención pública. El crowdfunding es el fenómeno digital que rescata la emoción y la inmediatez de la antigua cuestación, pero con un alcance mucho mayor y una narrativa más enfocada en el individuo y el proyecto concreto”.

En los años 70 ya eran diversas las cuestaciones solidarias, evidentemente marcadas por los tiempos, y por las imágenes de Fernando Rubio van desfilando la mayoría de ellas, que prácticamente siempre se desarrollaban en las calles: la llamada de “la banderita” era para la Cruz Roja, la más clásica y popular, sus voluntarios y voluntarias —las famosas chicas de la Cruz Roja— con la hucha de metal eran un símbolo de asistencia inmediata; también fue ganando presencia al mismo ritmo que crecía el pánico ante esta enfermedad las cuestaciones de la Lucha contra el Cáncer, buscando “financiar la investigación y el apoyo a pacientes y familiares, una ayuda crucial ante la falta de recursos sanitarios especializados”.
De gran tradición en la Iglesia y los colegios religiosos era la cuestación del Domund, que también se llamaba de forma hoy políticamente incorrecta “para los negritos” (o para los chinitos) pues las huchas eran habitualmente cabezas de niños de raza negra, africanos habitualmente. “Su finalidad era la financiación de la labor evangelizadora y social en los países en desarrollo, movilizando a millones de fieles”.
Y una más particular era la llamada “hucha del pobre”, también vinculada a instituciones religiosas como las conferencias de San Vicente Paul y buscaban la complicidad de los medios de comunicación, como recuerda Fernando. “En muchos periódicos existía una sección, a menudo llamada La Hucha del Pobre (o similar), que actuaba como un tablón de anuncios de la miseria y la generosidad. Se publicaban casos concretos de personas o familias que necesitaban ayuda urgente (un medicamento, una silla de ruedas, una operación) junto a la lista detallada de los donantes y la cantidad exacta aportada. Esta práctica era la quintaesencia de la caridad personal y trazable: el donante no solo contribuía a una causa abstracta, sino que sabía que su peseta iba directamente a ‘la señora X de la calle Y’, recibiendo a cambio el reconocimiento (o el anonimato) en las páginas del diario”.

Y hemos dejado para el final la que hemos apuntado de Pro Subnormales, en la que queda más patente que en ninguna otra el cambio en el lenguaje y la percepción social. “La cuestación estaba organizada por la Federación Española de Asociaciones Protectoras de Subnormales (FEAPS). Representaba un esfuerzo visible de las familias por obtener fondos para centros de atención, educación especial y apoyo, ya que la administración pública apenas ofrecía cobertura. La palabra era dura, pero el dinero recogido resultaba vital para aliviar la carga de miles de familias” que soportaban un insufrible olvido de las instituciones; por ello, tal vez la utilización de la palabra subnormal fuera el menor de los problemas.
Ante esta situación fueron las propias familias las que iban reaccionando y así, por ejemplo en León, “se creó en diciembre de 1964 la asociación Asprona León, a partir de la inquietud de un grupo de familias de la ciudad con ese problema. Los antecedentes en España se remontan al año 1959 cuando se crea en Valencia Asprona (Asociación Pro Niños Anormales) y también arrancó su andadura la Feaps: Federación Española de Asociaciones pro Subnormales”, formada por veinte asociaciones, y creada en Valencia el 26 de abril del año 1964. En 1968 se celebró por primera vez el Día Nacional del Sub Normal y su correspondiente cuestación.

Viajó Fernando Rubio, como siempre, a los datos y nos recuerda que:
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En España, en las décadas de 1960 y 1970, el término subnormal (y mongólico para el Síndrome de Down) era la denominación oficial y extendida para referirse a las personas con discapacidad intelectual. No se consideraba un insulto.
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En los 80 y 90 comenzó a utilizarse el término minusválido o disminuido, que implica “menos valor” o “disminución de la persona en su totalidad”.
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En los 2000 se cambió a discapacitado, en el que “el foco sigue estando en lo que no puede hacer (la falta de capacidad), no en la persona”.
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Y así llegamos a la terminología actual, persona con discapacidad, “que es el enfoque más aceptado pues pone a la persona por delante de su condición (lenguaje de persona primero)”.
Un viaje que, apunta Rubio, “mejora la cortesía lingüística y el trato superficial, pero no elimina la discriminación, la falta de accesibilidad o la escasez de recursos”.