Adiós al Principe de la sabiduría, el leonés Amable Liñán

Fallece Amable Liñán pocos días antes de cumplir los 91 años; este cabreirés de Noceda, criado en la Maragatería, era el único leonés premio Príncipe de Asturias de Investigación (en 1993), además de otros muchos reconocimientos sobre todo académicos

10/11/2025
 Actualizado a 10/11/2025
Amable Liñán siempre reivindicaba su ‘doble nacionalidad’, de Cabrera donde nació (en Noceda) y de Maragatería, donde vivió hasta los 13 años. | PEPE LIÑÁN
Amable Liñán siempre reivindicaba su ‘doble nacionalidad’, de Cabrera donde nació (en Noceda) y de Maragatería, donde vivió hasta los 13 años. | PEPE LIÑÁN

Era Amable Liñán Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1993, doctor Honoris Causa en varias universidades (entre ellas la de León, nombrado en 2014), profesor emérito de la Politécnica de Madrid, una autoridad mundial en su especialidad —mecánica de fluidos y combustión—, y también Leonés del Año, nombramiento que le une a su tierra y le daba otro motivo para regresar cada año como miembro del Jurado. 

Tiene sentido la lista, muy resumida, de reconocimientos pues a pesar de todos ellos —muy pocos leoneses han sido, por ejemplo, premio Príncipe de Asturias— cuando la cadena Ser pedía el nombre de aquellos a los que querías entrevistar Amable Liñán siempre se sorprendía sinceramente de que le eligieras a él, pensando en otras figuras de la política (Martín Villa, Fernando Suárez, Núñez Pérez, Zapatero no suele venir...), las Artes (Amancio Prada, Carralero...); la vida social y empresarial (Prada a Tope...); en fin... 

- ¿A mí otra vez? ¿De qué hablamos esta vez?
- De sus recuerdos de la Cabrera; pensando en un reportaje pensado sobre cabreireses ilustres. 
- Me alegra mucho hablar de Cabrera pues tengo un cierto sentimiento de deuda con esta comarca, ya que muchas veces en las biografías se habla de mí como maragato, recordando que siendo aún un niño de seis años la familia se trasladó a Murias de Pedredo, una pedanía del ayuntamiento de Santa Colomba de Somoza, ciertamente en la Maragatería, donde crecí y siempre resalto que recuerdo gratamente aquella vida comunal de nuestros pueblos, muy solidarios, las hacenderas... Pero soy cabreirés, de Noceda de Cabrera, y así me gusta decirlo pues me siento muy representado en las gentes de mi tierra natal». En esta localidad había nacido en 1934 el eminente científico leonés fallecido en Madrid hace unas horas, cuando iba a cumplir 91 años, el próximo día 27 de este mes de noviembre.

Desde aquellos años y aquellos recuerdos, en cada Leonés del Año, me hacía la misma pregunta: «¿Cómo está nuestra Cabrera?». 

Aquella admiración por lo comunal la llevó a su vida, como les contó a los alumnos del IES Juan del Enzina en una conferencia, hablando de su formación. «En primer lugar soy deudor y tengo que estar agradecido a mis padres y a mis hermanos, que me inculcaron el amor al trabajo y me enseñaron que para hacerlo eficaz a la hora de afrontar las dificultades que encontramos en una vida tan dura, casi de subsistencia, era obligado convertir el trabajo en tarea colectiva. Es pues, sorprendente, que habiendo nacido en un pueblo, de la Cabrera, que ya casi ha desaparecido y viviendo mi niñez en un pueblo pobre de la Maragatería, las circunstancias y un afán de no ser espectador pasivo, me fueron empujando, como veremos, de un modo nada previsible, a una vida apasionante». 

Los reconocimientos académicos son innumerables, destacando ser Doctor Honoris Causa de varias universidades. UCM
Los reconocimientos académicos son innumerables, destacando ser Doctor Honoris Causa de varias universidades. | UCM

Y la revista que recoge la conferencia cuenta una anécdota que ayuda a entender a este gran científico, que no encontraba una de las hojas de la charla y amenizó la búsqueda con una anécdota. «No encuentro un folio, soy muy desorganizado. En una ocasión vinieron mis hijos a ver mi despacho a la Escuela (Universidad Politécnica de Madrid) y cuando vieron mi despacho con la mesa toda llena de papeles desorganizados, dijeron: ‘¿Ha visto mamá la mesa?’».

Y les contó a los chavales cómo el interés por la ciencia puede nacer, y nace, de los hechos más cotidianos: «Vi llegar la luz eléctrica a mi pueblo con algo más de cinco años y enseguida pude oír por primera vez la radio que había traído a nuestra casa el maestro del pueblo para que pudieran escucharla los vecinos. Es difícil evaluar de qué modo pudo afectarme el asombro que tuve para sentir ante lo misterioso de estos acontecimientos pero es evidente que tuve fortuna de convertirme en observador privilegiado de las causas científicas y tecnológicas de esos cambios».

Un amigo y colega suyo, Miguel Cordero del Campillo, escribía en el año 2013 una semblanza sobre Amable Liñán para esta publicación del Instituto Juan del Enzina de León, que tuvo la feliz idea de hacerle un homenaje al investigador leonés. Allí recuperaba el catedrático de Vegamián su visión de la infancia de su amigo. «Amable contó con una familia ejemplar que buscó la redención de la numerosa prole (seis hermanos) a través de la instrucción, contando con la despierta inteligencia de su hijo, que daba muestras de estar dotado de una mente matemática y contó con el estímulo de un buen maestro nacional. Desde los 9 a los 13 años cursó estudios de cultura general en el Colegio de los Hermanos de Lasalle, en Astorga, donde frecuentó la casa del poeta Leopoldo Panero, preparó el ingreso y cursó el primer año del bachillerato, trasladándose a los 13 años a Madrid, para completar el grado de bachilleren una academia y en el Colegio Maravillas de los citados religiosos. Seguidamente ingresó en la Escuela Especial de Ingeniería Aeronáutica de Madrid (en el año 1955), obtuvo en 1958 una beca del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), para formarse en Mecánica de fluídos y el análisis de los procesos de combustión y, en 1959, una beca IAESTE, para Turquía». 

Y ahí arrancaba una larga lista de reconocimientos, estudios, estancias en diferentes países y centros académicos, publicaciones y premios en materias de difícil comprensión por ‘el común de los mortales’, algo que reconocía con una sonrisa comprensiva y admitía que, tal vez, en ello residía «esa extrañeza de que quieran entrevistarme a mí en vez de a gentes tan ilustres y conocidos».

Nada más alejado de la realidad que esa presunta lejanía por lo poco habitual de aquellos asuntos que investigaba —«fundamentales para la vida diaria», decía como pidiendo disculpas— pues su conversación era tan amable (su nombre, por otra parte) como agradable y tan variada como sus gustos musicales, otra de sus pasiones, como recuerda su discípulo y también gran investigador, César Dopazo, y recoge Cordero. «Le interesaba desde el flamenco hasta la música clásica, era conocido su interés por las humanidades (literatura, ensayo, historia etc.) y el cine. En la relación personal es conocida su habitual sonrisa, que se transforma ‘en serio semblante frente a la estupidez y los comportamientos irracionales’». 

Siguió trabajando Liñán mientras tuvo fuerzas, en lo suyo, sumando prestigio académico e intelectual, divulgando, y así cuando le decían aquello de dedicarse a temas ‘raros’ como la combustión explicaba esa utilidad para la vida diaria de la que hablaba: «Esa dedicación investigadora a la combustión incluye los incendios y las explosiones accidentales, la generación de energía y los problemas medioambientales».

Pocas veces será más real que se ha ido un hombre bueno y sabio. 

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