La lentitud de los trenes

En los años 70 de Fernando Rubio el Tren Hullero llegaba hasta la estación de Matallana, en el centro de la ciudad, y las vías de este tren eran un campo de juego más;la lentitud de los trenes evitaba peligros de accidentes

22/01/2024
 Actualizado a 22/01/2024
«El riesgo existía pero era muy reducido, dado la poca frecuencia de los trenes y su escasa velocidad» . | FERNANDO RUBIO
«El riesgo existía pero era muy reducido, dado la poca frecuencia de los trenes y su escasa velocidad» . | FERNANDO RUBIO

Estos días, más que nunca, las miradas están puestas en el tren. La alta velocidad se lleva los titulares y, a su sombra, muchos usuarios de otros trenes lamentan ir perdiendo servicios en aquella ‘rampa de Pajares’ en la que trabajó Eiffel.   
Gentes que reivindican la utilidad de «la lentitud de los trenes», utilizando un título de un libro de Julio Llamazares  (La lentitud de los bueyes), que ha escrito de trenes y recuerdos. Especialmente del ‘tren lento’ por excelencia, el viejo Hullero (Feve), del que describía en uno de sus relatos cómo de chavales iban a colocar monedas sobre los raíles para ver si después de pasar el tren sobre ellas «había logrado que Franco sacara la lengua». En aquellos tiempos el Tren Hullero iba lleno, despacio y llegaba hasta el centro de la ciudad, hasta su estación de Matallana, en la avenida Padre Isla.

De esos años (los 70) son también los recuerdos y las fotos de Fernando Rubio, que hoy nos las acerca como recuerdo de cuando aquellas vías eran también un campo de juego y atajo, que él vivió muy de cerca, de su etapa escolar: «El tren de Matallana, ha estado presente en mi vida desde pequeño, desde que entré en el colegio de los Maristas, que lindaba, en gran parte con la vía, y veíamos pasar los trenes arrastrados por las locomotoras de vapor con su peculiar respiración y humos.  Muchas veces nos asomábamos al puente sobre la vía para ver pasar los convoyes y, también para afilar la navajita, el ‘cortaplumas’ en la piedra caliza de su baranda; por eso entiendo que fuera de uso común el atajo que aparece en mis fotografías». Imágenes en las que ve cómo los chavales ‘han tomado’ la vía como campo de juego y lugar por el que atravesar. La lentitud de los trenes era su cómplice... y el pitido. No cree Rubio que hubiera excesivo peligro y no recuerda accidentes. «El riesgo existía pero era muy reducido, dado la poca frecuencia de los trenes, la velocidad por la que pasaban aquel tramo y que su presencia se anunciaba claramente por el ruido de la máquina con su vapor y pitidos y el sonido de las ruedas de los vagones al pasar sobre los raíles».

«Un poco más allá, otros niños cruzan apresuradamente la vía y trepan como gatos por el talud». :: fERNANDO RUBIO
«Un poco más allá, otros niños cruzan apresuradamente la vía y trepan como gatos por el talud». | FERNANDO RUBIO

Una imagen que también recrea la gran novela que un escritor leonés, Juan Pedro Aparicio, ha dedicado a este tren Hullero, es ‘El transcantábrico’. Narra la llegada a la ciudad, viendo en mitad de la vía un bulto ‘sospechoso’: «Los niños cruzan apresuradamente la vía y trepan como gatos por el talud. 

A nuestra derecha, por encima de nosotros, dominando la trinchera desde un montículo de arena en lo alto del talud, un niño de nueve o diez años, con gorra visera, mira, embelesado y ladino, el paso de las ruedas sobre el monigote. ¿Qué esperaba? ¿Una queja? ¿Ver saltar a la máquina por los aires?». 

No ocurrió nada. Era una bolsa que pusieron para verla explotar. Sigue Aparicio describiendo escenas que parecen creadas para ilustrar las sensaciones de Juan Pedro Aparicio desde el tren, al llegar a la ciudad: «Un poco más allá, otros niños cruzan apresuradamente la vía y trepan como gatos por el talud. El Hullero silba dos veces, casi grita. Los niños se juntan con otro grupo más numeroso que corretea por un solar paralelo a la trinchera. Nos miran pasar.

Chuchi (el maquinista) dice: Qué malos son! ¡Me ponen piedras, de todo! ¡Me van a dar un disgusto! 

El cronista piensa que estos niños de León tienen el alma como Chuchi, que luego el yugo les irá pesando y apretando y les hará comedidos, disciplinados y prudentes».

No lo sé. Fernando Rubio, que fue uno de aquellos niños, podría responderlo. «Era un atajo para no tener que rodear, para acortar las opciones que tenía para ir o volver a mi casa, que era rodear por la plaza del Espolón y San Mamés o, siguiendo la Calle Álvaro López Nuñez y luego Mariano Andrés». 

Y aparece en los recuerdos otra estampa muy del León de aquellos años setenta, la piedra del puente a la que acudían los vecinos del lugar para afilar sus cuchillos y navajas.

Y para ver pasar el Hullero mientras el maquinista les pitaba para saludar.

La lentitud de (aquellos) trenes.

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