A toro pasado

Son muchos los artículos muchos los años de lucha en la que siempre la incomprensión y la falta mínima de atención a tanta reiteración a las llamadas de socorro hacia los pueblos...

Ramón Cela
05/10/2025
 Actualizado a 05/10/2025
Las edificaciones de piedra junto al carro hablan de un mundo a preservar. | RAMÓN CELA
Las edificaciones de piedra junto al carro hablan de un mundo a preservar. | RAMÓN CELA

Son muchos los artículos y muchos los años de lucha en los que siempre ha predominado la incomprensión y la falta de atención a tantas llamadas de socorro de unos pueblos que se vacían porque no les queda otra forma de vida, ni para ellos ni para lo más preciado que tenemos: los hijos.

Como casi todo, tiene una o varias explicaciones. Con un poco de comprensión y atención a lo que algunos venimos reclamando con tanta insistencia durante años —y no por falta de motivos—, bastaría para entender que en estas páginas no hablamos solo de bellezas o actividades de nuestra comarca berciana, sino también de un problema de fondo.

La despoblación tiene muchas causas, pero señalaré algunas para que quienes viven rodeados de aire acondicionado todo el año tengan una idea más clara de por qué se reitera tanto en este país el concepto de España vaciada.

Es indudable que el ser humano tiende a reunirse en lo que podríamos llamar manada, y también a buscar nuevas experiencias que le aparten del ostracismo al que condena una rutina sin festivos ni diferencias entre días laborables y de descanso. Cuando las mejores ropas se quedan guardadas en el armario por falta de ocasión, cuando se esperan con ansiedad las vacaciones para abrazar a los seres queridos que tuvieron que emigrar en busca de un futuro mejor para ellos y sus hijos.

Mientras tanto, los aldeanos se van quedando, encorvándose día tras día, aguardando con paciencia la llegada del frío invierno. Si logran sobrevivir junto a las llamas bajas de su lumbre, volverán a esperar otra vez la visita, cada vez más breve, de sus familiares. Y mientras tanto piensan en el lugar donde serán enterrados, en el cementerio alrededor de la iglesia, donde por un solo día recibirán alabanzas y vestirán esas ropas nuevas que nunca tuvieron ocasión de estrenar.

El habitante del pueblo sueña con un futuro mejor: poder hablar por teléfono con sus hijos o nietos cuando la soledad aprieta, o simplemente escuchar sus voces. 

Pero aún hoy muchos tienen que subir a un alto para encontrar señal, esa que tantos políticos han prometido y ninguno ha cumplido.
Quienes lean estas líneas quizá piensen que, como los políticos, una cosa es predicar y otra dar trigo. 
Y puede que así sea, pero no puedo dejar de proponer soluciones que probablemente resbalarán en cuanto suban o bajen la intensidad del aire acondicionado.

En los pueblos se necesitan accesos dignos, cobertura telefónica y una atención real al entorno, porque en algunos casos se han convertido en auténticas ratoneras, sin prevención frente a incendios forestales o grandes nevadas. 
Se necesitan escuelas-hogar para que los hijos de quienes decidan volver al pueblo tengan asegurada la enseñanza, aunque sea por semanas o quincenas, y no vean la civilización pasar de largo. Repetidores de televisión que les permitan entretenerse en las largas noches de invierno o mantenerse al día del mundo para no sentirse tan solos.

Y también es urgente eliminar las enormes trabas con que tropiezan agricultores y ganaderos, que lidian con una burocracia interminable para la que no están ni quieren estar preparados, porque la vida no les dio las mismas oportunidades que a los políticos de turno.

Algunos, como yo, nos sentimos profundamente decepcionados. Porque una vez más nuestras palabras pueden convertirse en tiempo perdido, ahogadas por la incomprensión y la dejadez de quienes el destino situó en puestos de responsabilidad.

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