Una de las rutas a seguir para llegar a la Biblioteca Municipal puede ser la que me lleva a atravesar la vía urbana de la Avenida de las Huertas del Sacramento, con doble sentido y carril, separado por una mediana. En este espacio urbano es donde se asientan diversos bloques de viviendas agrupadas a manera de cooperativa a las que se les denomina por el nombre de la profesión de una mayoría de sus ocupantes, así tenemos la de los maestros o la de Renfe-ferrocarril, entre otras. Dado el elevado número de personas que habitan cada una de dichas cooperativas, he llegado a escuchar lo siguiente: «¡En este bloque viven más personas que en mi pueblo!»
Así mismo, me encuentro con inmuebles dedicados a la enseñanza como el colegio Peñalba, IES Álvaro de Mendaña o Escuela de Idiomas; otros resultan ser edificios oficiales con fines públicos como la Casa de la Cultura -donde se ubica la Biblioteca Municipal-, en sus bajos el IEB, Palacio de Justicia, dependencia del Cuerpo Nacional de Policía. También está el Parque de la Concordia y su zona verde.
Aunque las obras del polígono arrancaron en el año 1968, anteriormente las huertas se comenzaron a expropiar con motivo del Plan Urbanístico que data de 1964. Todo lo relatado gira en torno a finales de los 70 y comienzo de los 80.
Su contemplación me lleva a hacer la pregunta de a qué había estado dedicado este espacio en décadas pasadas. Mis recuerdos, en su mayoría, son de los años 60. Enseguida a la mente me viene la imagen de una extensa explanada, toda ella ocupada por tierras de labranza dedicadas al cultivo de una gran diversidad de productos agrícolas -cebollas, patatas, lechugas (como olvidar la de oreja de burro), repollo, tomates, coliflor, pepinos, guisantes, etc.-, donde destacaría uno por encima de todos ellos, el del pimiento… y una guindilla con el calificativo de p _ _ _ pario por su picor.
Como límites a esta superficie recuerdo el edificio La Bóveda, La Higálica, el puente Cubelos-La Puebla, la iglesia de San Pedro, la parte trasera mueblería García -casa donde vivía la familia del prácticante más famoso de la ciudad Don Leoncio o la de la familia de Luis del Olmo-, mercería Casa Brindis, hotel Madrid, chalet Lago, hospital Cedrón, casas del señor Jacinto Palacios, Colegio Diocesano e iglesia de San Ignacio de Loyola, -en sus orígenes pertenecientes la Compañía de Jesús, años después al obispado de Astorga-, colegio del Espíritu Santo-Las Alemanas… De fondo la chimenea a pie de la Fábrica de Luz-Museo de la Energía, o el espacio donde se construyó la central de Compostilla I -hoy La Térmica Cultural-, las Tetas del Bierzo en San Andrés de Montejos, Aceros Roldán en Santo Tomás de las Ollas, canal de riego Bajo Bierzo -arrancando sus aguas de la presa de la Fuente del Azufre-, y el parque de El Plantío.
Había cientos de parcelas que se dividían en huertas-torna. Entre ellas caminos, a citar el de la ermita, el del medio o el de los ancareses. Las aguas que regaban estos terrenos eran gracias a las que pasaban por un albañal, lo que resultaba ser una acequia. Las mismas procedían de una presa central que a la vez daba servicios a unos molinos conocidos con el nombre de sus propietarios; el del señor Galán o los hermanos Desiderio y Leoncio, en plena producción. En alguno de ellos sus aguas se cerraban con una compuerta y entre las mismas se podían coger peces, alguna trucha e incluso anguilas.
Las tareas del hortelano exigían muchas jornadas de arduo trabajo dado que carecían de herramientas de origen mecánico. Para remover la tierra, la ralva, se usaba una gancha de tres picos y 30 centímetros de largo que exigía mucha fuerza y destreza en su manejo. Los surcos, regueros, deberían estar perfectamente alineados; de no ser así se deshacían y a empezar de nuevo. La tracción animal, caballo, ayudaba para la realización de algunas tareas agrícolas. Para ello se le contrataba al amo de dicho animal, resultando muy conocidos el del Marusio, Pegüito, Gemiliano o el de Antonio de la Puente, todo un auténtico percherón. Con él se pasaba el rastro (aparato de maderas de castaño entrelazados) consiguiendo allanar la tierra y deshacer los terrones. Encima se le colocaba una piedra grande, e incluso niños, para hacer más peso. La tierra era abonada con excrementos de vaca o caballo. A las plantas no se les echaba nada, si acaso ceniza de las cocinas. Para erradicar los escarabajos de las patatas se cogían a mano, uno a uno, y algunas personas los metían en un bote para posteriormente quemarlos.
La mayoría de los propietarios de las huertas eran gentes de los barrios más humildes de las calles cercanas como resultaban ser el Campillín, calle Real, de la Dehesica, calleja del Río, del Cristo… Eran conocidos los propietarios de la familia Vicente Parra, Roque Frá, Miguel Frá, Ángel Angelito (padre de Pepe, gracias), Manolo ‘El Cubano’ Juan Martínez, Adriano Morán, el andaluz ‘Vica’, la Balsa, parientes de la familia Soto, de la señora Petra, La Cachana, Facundo, Cubelos, Pombos, Julita Parra, los ancareses, los Pegüitos, etc.
El fruto de las huertas se vendía en el mercado de la calle del Cristo y Plaza de Abastos o en localidades como León -capital- en su plaza Mayor, Benavides, La Bañeza, Astorga, El Espino… entre otros muchos más. Algunos miembros de las familias, citadas anteriormente, viajaban en la caja de los camiones metidos entre los huecos que dejaban las banastas de los pimientos que pesaban entre los 50 kilos a un máximo de 100. Madrugaban saliendo de Ponferrada hacia las 6 de la mañana y regresando a veces pasa las 12, medianoche. Los propietarios de dichos vehículos eran Manolo ‘El Quinquillero’, Tataro, Fabiano o Tito Parra. Parte de los productos agrícolas obtenidos de la huerta eran para autoconsumo; la forma de subsistencia para las familias dado que el sueldo del que resultaba ser cabeza de familia, en su trabajo diario, era muy bajo. Alguna zona de la ribera del Sil fue un recurso para bañarse en sus aguas, y en la presa llamada del Salvadorín las mujeres iban a lavar la ropa de todos los miembros de la familia con su correspondiente tabla de madera y panal de jabón de fabricación casera, ante el desconocimiento y ausencia de las actuales lavadoras del hogar.
En un extremo de este lugar próximo a la vieja iglesia de San Pedro se encontraba la Ermita del Sacramento, que da pie al nombre de la actual barriada de Ponferrada. Retrocedamos en el tiempo, hacia el año 1533, en que un tal Juan de Benavente lleva a cabo el roba sacrílego de la caja sagrada -tabernáculo- con sus formas sagradas de la antigua iglesia de San Pedro, ubicada en el solar del edificio de Telefónica.

Luego de una serie de vicisitudes personales decide arrojarla en la ribera del Sil, en una zona conocida como el Arenal. En dicho espacio se producen una serie de sucesos raros como era el de ver por la zona revoleteando a palomas a las que nadie era capaz de darles muerte junto a una serie de luces o resplandores extraños que daban un brillo especial al zarzal. Todo ello acabó con el hallazgo de la arqueta, conteniendo las formas sagradas robadas por el citado vecino de nombre Juan de Benavente, gracias a un joven aprendiz, Nogaledo, por lo cual, y en agradecimiento por tal acontecimiento a manera de milagro, se decidiera en el año 1570 levantar una ermita en el lugar donde aconteció lo relatado.
La ermita permanecería en pie hasta el año 1970, sin ningún valor artístico más que el sentimental para parte de los ponferradinos de épocas atrás. De ella salía la procesión del Corpus, y a su vez guardaba el paso de La Borriquita. La actual iglesia de San Pedro alberga el cuadro al óleo del siglo XVIII que rememora el Milagro del Santo Sacramento, todo un símbolo de la historia viva de la villa, dado el gran impacto que causó este robo entre la población de aquella época. También en el patio del Colegio Peñalba se ubica un monolito, palomas, obra de Arturo Nogueira, relacionado con esta temática.

Como colofón, hay que hablar de la escultura ‘Las Pimenteras’, del año 2000, de considerables dimensiones -2,15 x 8,50 x 6,50 m- realizada por el escultor citado, Arturo Nogueira. Son cuatro mujeres -dos sentadas y otras dos de pie- aplicadas en la ardua tarea de la elaboración de los afamados pimientos asados. A sus pies, dos cestos del país con pimientos y estufa. Todo el conjunto de la obra está enmarcada por la silueta de la Ermita del Sacramento, esto último llevado a cabo por Pablo Voces. Situada en una circular de la avenida de las Huertas, próxima a la Casa del Cultura y Palacio de Justicia, en su conjunto nos hacer recordar parte de la historia de nuestra ciudad, concretamente la superficie próxima a la Ribera del Sil (Sacramento y La Granja).