La Liga de Asociaciones de Periodistas del Camino de Santiago Francés, que nació en 2012 bajo el lema “Por el conocimiento, más periodismo”, entrega en Ponferrada su XII premio ‘Aymeric Picaud’, que este año es para el escritor y gestor cultural José Tono Martínez, por su labor de difusión y reflexión en torno a la ruta Jacobea. Un galardón que el premiado recoge en el Castillo de los Templarios. Tono es licenciado en Sociología y Antropología y doctor en Filosofía. Ha dirigido la revista Encounters, el Centro Cultural de España en Buenos Aires o la editorial Old Book Factory, especializada en facsímiles y libros de arte, entre otros cargos relevantes. También cuenta con numerosas publicaciones de poesía, novela y ensayo.
-¿Cómo se siente al recibir este premio?
-Muy honrado, por venir de asociaciones de periodistas con las cuales me he sentido siempre muy unido por mi propio trabajo. Uno siempre piensa que, seguramente, hay otras personas que merecen igualmente una distinción como esta. Pero también me hace repasar todo aquello que he venido escribiendo y haciendo en los últimos 35 años y comprobar que ha tenido sentido. El Camino de Santiago te da y tú le das al Camino, somos legatarios, y una de las cosas más importantes que el Camino te enseña es la tarea de pasar el testigo a la generación siguiente, como otros han hecho antes que nosotros.
-El jurado ha valorado su extensa labor de divulgación y preservación del Camino de Santiago, una ruta que conoce a la perfección y que le ha servido para escribir libros o dirigir exposiciones y documentales. Pero ¿cómo comenzó a descubrirla y a estudiarla?
-A finales de los años 70, con 19 años y siendo estudiante de antropología, tuve la suerte de descubrir el Camino de la mano de uno de los grandes expertos, el profesor Carmelo Lisón Tolosana, quien su vez era muy amigo y colaborador de Elías Valiña, el párroco de O Cebreiro que difundió el símbolo de la flecha amarilla, emblema central del Camino junto con la vieira. Juntos organizaron varios simposios. Lisón hizo que me interesara el Camino de Santiago. De su mano, las lecturas de los libros de Víctor y Edith Turner, centrados en el fenómeno de las peregrinaciones cristianas en la Edad Media, y la de Arnold Van Gennep, fueron decisivas, a la hora de entender este tipo de experiencias como ritos de pasaje y transiciones que transforman al caminante en peregrino, con independencia de la intención primera que lo lleve al Camino. Luego, ya en los noventa, vinieron mis primeros Caminos realizados a pie, y mis primeros libros.
-¿Qué es para usted lo más fascinante del Camino?
-Es difícil destacar un solo aspecto. La esencia del Camino es un misterio, un mostrarse de lo sagrado, una hierofanía, que nos plantea más preguntas que respuestas. Y me fascina y conmueve que hoy ese misterio cautive por igual a peregrinos, viajeros, aventureros, jóvenes y mayores, fieles devotos o simples curiosos, amantes del arte, de la historia antigua y de las viejas simbologías que se pierden en la noche de los tiempos. De algún modo, hoy el Camino es una profecía a contracorriente de nuestro tiempo que vindica, sin uno saberlo, la desconexión, la no cobertura, el ‘movimiento slow’, y la idea de decrecimiento feliz. No corras, ve despacio, parece decirnos. Desconecta. El Camino promueve los espacios de silencio, de comunicación intensa, de refugio: el reino de la calidad humana y espiritual, frente al reino de la cantidad. Todo eso me parece muy hermoso.
-Su trabajo va mucho más allá de la peregrinación religiosa, porque en el Camino hay una base pagana. Por eso se zambulle de lleno en la historia, la simbología, las leyendas, la cultura o el patrimonio que el caminante se encuentra a lo largo de la ruta. ¿Somos todavía desconocedores de muchas de estas cosas, a pesar de la fama del Camino?
-En parte sí, si bien se han escrito muchos libros que nos hablan del Camino antes del descubrimiento, de la llamada ‘Inventio’, del apóstol Santiago en el siglo IX, en lo que hoy es Compostela. Con su propia singularidad, que ciertamente atesora la tradición cristiana, la simbología del Camino asimila, integra y desborda dicha tradición incorporando tradiciones anteriores. Es un proceso de sincretismo y de acumulación por capas que se superponen y que cambian, modifican, leyendas y ritos que se celebraban en estos mismos lugares. Espacios de culto que emergen sobre un trasfondo histórico de tradiciones, y andanzas de los antiguos pueblos ibéricos, celtas y romanos. Pensemos en Finisterre y su Altar dedicado al Sol; en Muxía, con su Piedra de Abalar, o en la Cruz de Ferro, en Foncebadón, un homenaje a Hermes-Mercurio, patrón de los viajeros. En realidad, el Camino de Santiago es una trituradora sincrética de mitos, símbolos y ritos, leyendas, antiguas y modernas que se sigue renovando, gracias la incorporación de nuevas metáforas y narrativas creadas hoy mismo por personas de todos los continentes y creencias. Algo insólito en el mundo de las peregrinaciones.
-Y ¿qué deberíamos saber de la ruta?
-Destacaría que el Camino es de los peregrinos, de todos nosotros, que el Camino no es de los poderosos, ni de la Iglesia siquiera, ni de los políticos que hoy rivalizan entre ellos, cebando el becerro del oro del turismo. El Camino es de todos, y vive sobre todo por la solidaridad de la gente, y por el trabajo de las Asociaciones del Camino y de los pequeños pueblos comprometidos. Destacaría que el Camino fue siempre un espacio de acogida, la primera seguridad social de Europa, donde los peregrinos eran atendidos y cuidados en redes hospitalarias públicas y en monasterios. Hacer el Camino, entonces, era liberarte de las obligaciones del yugo de los señores feudales. Y por eso, muchos peregrinos con sus familias no regresaban. Para la mujer también fue un momento de liberación, por eso suelo decir que toda mujer que peregrina es una rebelde.
-¿Qué es Calle Mayor de Europa?
-La Asociación Calle Mayor de Europa de Molinaseca, (León), en colaboración con la Mancomunidad de Municipios Gallegos del Camino Francés, en sintonía con una serie de entidades públicas y privadas de todas las comunidades autónomas por donde pasa el Camino Francés, puso en marcha el programa ‘Almas del Camino’, que recibió apoyo europeo vía fondos Next Generation. La idea central consiste en desarrollar iniciativas culturales y programas que defiendan y promuevan un ideal de autenticidad en el Camino de Santiago, como espacio singular de trasmisión de experiencias que convoca a gentes de toda edad y condición y que vienen de todos los rincones del planeta. Se presta atención especial a las llamadas "Almas del Camino”, personas mayores que representan la tradición recibida y que han conseguido que el Camino sea lo que es hoy. En paralelo a las Almas, Calle Mayor incide en el papel de los Legados, la gente joven que hoy está trabajando en el Camino para que este siga siendo un portal abierto de conexión.
-‘Almas del Camino’ también pretende ser un legado para las futuras generaciones porque es importante conocer lo que tenemos para quererlo y protegerlo.
-Así es, la idea de Legado y de trasmitir lo recibido hasta ahora es central en este programa. Y es que además el Camino sintoniza mucho con la gente joven, porque al final se trata de un viaje, “la madre de todos los viajes”, lo llamo, un viaje de iniciación que impone una idea de mejora, ejemplarizante, modélica, pero al tiempo muy personal, muy libertaria, y eso es casi una provocación, una novedad en una sociedad vulgar, consumista, y sin capacidad de sacrificio. Los más jóvenes, que tienen todavía el corazón abierto, detectan que el Camino es una aventurilla, una ruta económicamente accesible, que sirve para hacer amistades, para intimar, para contar historias, y para poner la oreja, y en este sentido, es una terapia de lo que somos, y que nos permite sacar lo que llevamos dentro, y ponerlo en común con otros caminantes y peregrinos. Y ese ponerlo en común, entre desconocidos, es en sí un procedimiento terapéutico.
-¿Ha cambiado o está cambiando el Camino? ¿O la percepción que se tiene de él?
-Sinceramente, creo que la compleja y larga historia de España posee pocos símbolos compartidos por todos, y pocos relatos que no susciten algún tipo de susceptibilidad, regional, social, histórica. En cambio, el Camino de Santiago, hoy, más que nunca, es uno de esos escasos relatos fundacionales que desempeñan el papel de unificador de voluntades colectivas. El Camino cae bien a todos, funciona como una caja de juegos reunidos donde todos se pueden sentar a la mesa, porque todos van a encontrar algo que les satisfaga, que los anime. Por eso mismo, el Camino es un lugar de encuentro único, intergeneracional, y muy democrático, porque el caminante o el peregrino, ya en Camino, pierde su condición social, o de clase, o profesional, y se impone una tabula rasa donde todos somos, por unos días casi iguales.
-¿Y cree que algo debería cambiar?
-Bien, el Camino hay que cuidarlo y preservarlo, pero desde una política intervencionista muy moderada, muy de ajustes pequeños y finos, evitando los grandes planes y las grandes inversiones que son la antítesis del Camino. Arreglar senderos, pero no asfaltar, plantar árboles en tramos despoblados, mantener los albergues públicos y las fuentes de agua en condiciones, facilitar que monumentos e iglesias estén abiertas y puedan ser visitadas, incentivar los menús de peregrinos. Ese tipo de cosas.
-¿Qué le parece el lugar escogido para entregarle el premio?
No podía haber mejor sitio para honrar al Camino que esta vieja bailía de los caballeros de la Orden del Temple, que en tierras leonesas prosperó como en pocas partes. Injusticia grande fue la disolución de la Orden del Temple, en 1312, acusada por el papa Clemente V, por orden del rey francés Felipe IV del general delito de sodomía, como parte de su ritual de iniciación. Es bien sabido esta acusación, junto con la de herejía, era la predilecta del poder para perseguir y anular políticamente a un rival. Se trataba de una acusación incautatoria de sus bienes, de los que tan necesitada estaba la corona francesa. Los honores que anualmente rinde Ponferrada a su pasado templario, a la ‘Pons Ferrata’ entregada a los caballeros del Templo por el rey poeta Fernando II de León, en 1178, el mismo rey que accedió a la constitución de la Orden de los Caballeros de Santiago, constituyen un precioso ejemplo de necesaria memoria histórica recuperada.
-Y ya que está en el Bierzo, ¿hay algo diferente, único o que se pueda destacar del tramo que atraviesa la comarca?
-Ya que estamos con el Temple, en este tramo me quiero acordar del galán don Álvaro, ‘Señor de Bembibre’, noveladamente ‘revivido’ por el joven y desdichado escritor romántico Enrique Gil y Carrasco, amigo de Espronceda, nacido en Villafranca, berciano por los cuatro costados y que vino a morir joven en Berlín, en 1846. Don Álvaro, que no puede consumar su amor con doña Beatriz, es presentado como uno de los últimos caballeros de la Orden del Temple en la demarcación berciana. Pues entre Ponferrada y el Lago de Carracedo, vivieron los últimos templarios, refugiados entre peñascos como Fructuoso y sus discípulos, los eremitas de la Tebaida Berciana, entre los Valles del Silencio de Compludo y Valdueza, donde se fundó el monacato medieval español. También don Álvaro, derrotado en Jerusalén, peregrina por el mundo y al fin se retira al eremitorio del Monte Aquiana, hermano del poderoso Teleno, de resonancias celtas, ya cerca de la Cruz de Ferro que saluda a los caminantes de Santiago. Todo esto resuena en el son del bordón que canta al peregrino las endechas de aquella “milicia tan valerosa como sin ventura”, en palabras de Gil y Carrasco.
-El premio es un facsímil del Códice Calixtino. Supongo que lo conoce perfectamente y para un amante del Camino de Santiago será una alegría poder contar con este ejemplar.
-Enorme alegría tener en mis manos este gran monumento jacobeo que es el Códex Calixtino, traído a Santiago por Aymeric Picaud y su compañera Gerberga, como recoge el propio Códex, que es en realidad una gran novela de aventuras en cinco libros que comprende leyendas, textos litúrgicos, guías, milagros, aventuras del Emperador Carlomagno y composiciones musicales. Picaud y Gerberga, quien quiera que fuesen, tal vez agentes dobles al servicio del obispo Diego Gelmírez y del Papa Calixto, nos legaron la primera gran crónica del Camino, y de la peregrinación jacobea.