Antonia Cid, la mujer valiente de Villademor

Los archivos municipales de Villademor de la Vega guardan una demanda de 1879 en la que esta mujer denuncia (y gana) una paliza de su marido. Nunca más se supo de ella

T. Giganto
15/07/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Iglesia de Villademor, localidad en la que Antonia Cid vivió y donde puso una demanda de violencia de género ante el juez del pueblo. | MAURICIO PEÑA
Iglesia de Villademor, localidad en la que Antonia Cid vivió y donde puso una demanda de violencia de género ante el juez del pueblo. | MAURICIO PEÑA
Nadie hablaba de la violencia doméstica en 1879. Impensable en un medio rural donde la riqueza recaía en cuatro familias poderosas del pueblo, los señoritos, a los que el resto servía. En aquella sociedad era impensable que una mujer levantase la voz por encima de un hombre, su único derecho era trabajar aunque sus obligaciones sí eran muchas: atender a la familia, las labores de casa, cuidar de los mayores, atender al ganado, las tareas del campo... Pero siempre hubo, y hay, valientes. Y en Villademor de la Vega, en aquel 1879, se llamaba Antonia Cid. Ella denunció a su marido tras recibir una brutal paliza. Fue escuchada y él castigado por ello pese a los tiempos que corrían. Nunca más se supo nada de Antonia.

"Es como si se la hubiera tragado la tierra", cuentaJulen L. Ugidos, que buscando la genealogía de los apellidos Ugidos y Redondo encontró los documentos del juicio de faltas por estos hechos entre los archivos históricos del Ayuntamiento de Villademor de la Vega. Corresponde así esta mujer al linaje Cid en Villademor de la Vega, a la ascendencia de doña Vicenta Cid Ferrero, bisabuela de Julen. Lo último que se sabe de su historia fue que ganó aquel juicio de faltas tras denunciar que su marido le había dado aquella paliza. Antes de ese episodio sí que hay datos sobre su vida. Se sabe que fue madre soltera, que tuvo un hijo que murió nada más nacer, que luego se casó con un hombre del que enviudó al matarse este trabajando en Villaverde de Sandoval, que trabajó mucho en el campo hasta casarse de nuevo con un viudo, que todo el mundo sabía lo que ella padecía entre las paredes de una casa de la plaza Agustina Blanco en la que vivió y que actualmente pertenece a la familia, aunque totalmente reformada.

La hija del molinero

María Antonia Cid de la Fuente nació antes de tiempo. Lo hizo en Villademor de la Vega el 18 de abril de 1833 en el seno de una familia un tanto "peculiar". Fue la séptima de los diez hijos que tuvo el matrimonio entre Diego Cid Marbán y Manuela de la Fuente Vinayo. Su padre, de oficio molinero en Villademor y perteneciente a una familia adinerada falleció joven, a los 38 años, y hasta ahora en la familia han llegado los ecos de que era un tanto "crápula". Ha circulando de boca en boca hasta hoy que pagaron una fortuna para que se librara del servicio militar, cuenta Julen, tercera generación de tataranietos de don Diego. También él recuerda que le han contado que era su mujer, doña Manuela, quien se encargaba principalmente de la molienda. Esta pertenecía a una de esas familias poderosas del pueblo y así queda reflejado en el documento, también hallado en los archivos municipales de Villademor, en el que se recogen el reparto de la herencia y los pagos que hubo de hacer Diego Cid para poder recibir la herencia que su esposa, difunta, debía percibir de su madre. Data este documento de 1820 y en él se lleva el padre de Antonia Cid unas cuantas viñas, una cuba de 110 cántaras tasada en 170 reales, una camisa nueva de lienzo, una mantilla fina blanca y hasta dos almohadas con encajes.

El juicio de faltas

Todo ello era propio de la época, pero no lo fue la valentía sin precedentes por aquel entonces que tuvo Antonia. A los 24 años tuvo un hijo de soltera que murió y tres años después se casó para enviudar después a los 41 años tras morir también su marido en Villaverde de Sandoval mientras trabajaba. Un año después se volvió a casar en segundas nupcias con Santiago Alonso, también viudo, y "con quien sufrió un matrimonio tan traumático que le hizo personarse en el Ayuntamiento de Villademor de la Vega para denunciarlo por malos tratos", cuenta Julen.

Así consta en un documento del 20 de enero de 1879 en el que figura el acta del juicio verbal de faltas con Pascual Chamorro como juez de paz y que tuvo lugar varios meses después de los hechos condenados por esta vecina de Villademor. En él sostienen que la paliza de Santiago a Antonia fue el 6 de octubre del año anterior y sentencian que por ello «se le imponga el arresto de cinco días que debe cumplir en la Casa Consistorial de esta villa», todo conforme al Código Penal que regía en aquel entonces y en cuyo artículo 603 contempla una pena de arresto de entre 5 y 15 días para aquellos "maridos que maltraten a sus mujeres, aún cuando no causaren lesiones de las comprendidas en el párrafo anterior". La pena fue mínima conforme a lo dispuesto por la ley y pese a que el dictamen del fiscal pedía para el condenado una pena de "arresto de doce días y reprensión".

Santiago negó ante el juez la certeza de los hechos aunque sí confesó que "por cuestiones familiares" anduvieron "agarrados el día que se dice y que en el caso de haber salido lesionada, que esas se las habían hecho sus hijos". Pero hubo testigos que apoyaron lo que dijo Antonia y que reconocieron que "el Santiago dio un bofetón a su mujer bañándole la cara en sangre y tirándole con el golpe en tierra", lo cual también estuvo probado por un facultativo que prestó asistencia durante cuatro días a la valiente protagonista, según recoge la documentación del juicio de faltas.

En el fallo del juicio, recogido en un documento de cuatro páginas con la pulcra caligrafía de Pascual Chamorro, recogen además que si Santiago reincidiera en los mismos hechos "será tratado con el rigor de la ley, condenándole además en todas las costas y gastos de este juicio". Y desde entonces nada más se supo de Antonia. Ni los archivos municipales hablan de ella, ni tampoco entre la familia se difundió nunca cuál había su destino tras la salida de su marido del arresto.

Piensa Julen que si pudo acabar en Toral de los Guzmanes por miedo a la salida de Santiago del encarcelamiento de doce días, siendo así cobijada por un hermano que vivía en esta localidad. Pero en los archivos municipales de Toral tampoco no hay ni rastro de ella, no habiéndose localizado por el momento ni su defunción. Tampoco se sabe si tuvo en realidad el apoyo de su familia o si por el contrario no vio respaldada su decisión por quienes más cerca tenía.

"Yo solo sé que Antonia fue una mujer de armas tomar y que estoy muy orgulloso de tenerla en mi familia", dice Julen L. Ugidos mientras esboza una gran sonrisa y tras elucubrar qué pudo ser de esta mujer. "También sé que ella era una mujer de mucho carácter y muy trabajadora, pero nada más", lamenta Julen, que se entusiasma al hablar de esta historia y del potencial que tienen los archivos municipales históricos del Ayuntamiento de Villademor de la Vega. Aunque probablemente sea difícil encontrar entre ellos una historia igual a la de Antonia, una vida cuyo final es imposible de escribir en estas líneas, de momento, porque nunca más se supo de ella. Ojalá para su final la justicia que tanto anheló.
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