Pocas imágenes pueden ilustrar mejor, con más verdad, el dolor y la rabia bañados en silencio, tal vez ninguna, que el rostro roto de Toñi (Toñina como le llama Moure) sentada, con un pañuelo entre las manos con el que se seca las lágrimas, mirando al vacío, escuchando de fondo a Manuel Moure hablando por la radio, denunciando la injusticia, anunciando que seguirá peleando... Con la voz ronca, potente, irreductible de Manuel de banda sonora Toñi musita y recuerda: “Él había ido al dentista y no estaba en casa cuando llamaron para decirnos que ya había salido la sentencia… desde ese momento sólo pensaba en cómo se lo diría cuando viniera, tenía miedo a que enloqueciera. Cuando llegó le dije: ‘Tengo malas noticias”. Y no eran malas, eran las peores.
El único momento distendido de la mañana posterior a la sentencia de ‘los seis (muertos) de la Vasco’ que “absuelve hasta al perro de don Antonio”, es cuando Toñi dice que “tendrán que darme el título de abogada de la cantidad de cosas que escuché en estos trece años”. Y se hace preguntas sin parar, y sin respuesta. “¿todos inocentes?, ¿qué no hay ninguna prueba?, ¿ni siquiera condenan a los seguros o a la empresa, que ya no existe, que sería como condenar a nadie…?”.
Y en cada pregunta se va apagando su voz hasta el silencio, convertido en dolor cuando escucha las palabras de Santocildes hablando de una presunción de inocencia y un proceso "ajustado a derecho" o algo así, que se le clava como puñalada trapera.
Nueva llamada, “tal vez el fiscal recurra pues él había pedido penas, es decir había visto pruebas de culpabilidad que ahora desautoriza la juez”. Es otro rayo de esperanza al que Toñi ya no se quiere abrazar. Después de 13 años.
“Ayer estuvo Alfredo, que era como su hermano… lloramos, ¿qué íbamos a hacer?”… Y la mujer va a otro cuarto y regresa con una foto “para que veas lo bueno que era Manolín, además del más familiar”. Y cuenta la historia de la foto, en la que Alfredo y Manolín aparecen con una familia de Nicaragua, un matrimonio y dos niños. “Tenían a los niños apadrinados y fueron a llevarles cosas, unas mochilas enormes con todo: Cuadernos, libros, rotuladores, ropa, comida, todo lo que pudieron. Anduvieron mucho hasta llegar donde vivían, en la selva, y allí les compraron más cosas. Cuando volvió tenía la cuenta en números rojos… Se lo dije, porque me mandaba a mí ponerla al día y no se preocupó lo más mínimo, estaba feliz. No te preocupes mamá, que de dónde gané lo que había en la cuenta, hay más… y le costó la vida, no es porque fuera mi hijo, pero más bueno no se puede ser”.
Hablar de Manolín Moure, el mejor hijo del mundo, es lo único que pone un poco de paz en su cara atormentada.
Para Moure padre no hay consuelo. “Marcho a caminar a ver si despejo. Me estalla la cabeza”. Y se va. Toñi aventura: “Hoy va más allá del final de faedo, no sabe qué hacer”.
- ¿Y cuando llegó Moure y se los dijiste?
- No te puedo contar lo que salió por aquella boca, el primer impulso… ¿Qué más nos pueden hacer ya?, se pregunta Toña, la Toñina de Moure, la madre del mejor hijo del mundo, “que nos lo mataron”.