Adiós a Epigmenio Rodríguez Mancebo: una amistad sin prisa

El escritor y director de cine leonés, autor de obras como 'Media hora (y un epílogo)' o 'Las becicletas' ha fallecido este domingo a los 70 años

24/12/2023
 Actualizado a 24/12/2023
Epigmenio Rodríguez Mancebo. | AGUSTÍN BERRUETA
Epigmenio Rodríguez Mancebo. | AGUSTÍN BERRUETA

Si la personalidad de un artista se puede concluir a partir de sus obras, si una persona se mide por la calidad de sus amigos, ¿qué se podría decir de un artista que en sus obras no sólo exhibía su particular forma de entender y expresar el mundo sino que, además, era capaz de reunir a tantos amigos que querían ser parte de sus libros o de sus películas?

Era el caso de Epigmenio Rodríguez Mancebo, fallecido este domingo a los 70 años, leonés de Taranilla, en una época casi inglés, ciudadano del mundo, pero siempre muy de Taranilla, fiel a sus costumbres, las que no se olvidan porque se aprenden cogiendo hierba antes de la fiesta de Santiago, cuidando de las vacas en el Valle del Hambre, eterno montañés con pose de luchador de pesados, manos enormes, rostro siempre como recién afeitado, sano, deportista, mirada inteligente, voz casi radiofónica y una generosidad que se le salía del pecho.

Sus amigos queríamos imitarle, intentar devolverle, aunque supiéramos que fuera imposible, parte de sus afectos, siempre tan atento, siempre tan preocupado por los demás, tanto conseguía disimular al artista que llevaba dentro. Por eso, cada vez que publicaba el guión de su siguiente película, comenzábamos a pedirnos papeles, que ya los escribía él con muchos secundarios para que pudiésemos participar todos sus amigos. Te daba el guión y te decía: «Zapicón ya se ha pedido a..., Eloísa va a ser..., Vicente hará de... ¿Tú qué quieres, David? ¿Prefieres de cura o de guardia civil? Decídete pronto, amigo, que se me agota el reparto». 

Así se explica que su última película, ‘Media hora (y un epílogo)’, sea algo así como un paseo por la cultura leonesa contemporánea, un retablo por el que van apareciendo infinidad de personajes que son habituales de los conciertos de música, las presentaciones de libros, los recitales de poesía o de tomar vinos por los bares de siempre, clientes residuos de una ciudad que, al amanecer el día de Nochebuena, perdió a uno de sus grandes valores, uno de sus personajes más cultos y generosos.

Sus películas tenían un fondo, el lenguaje de un gran amante del cine, pero sobre todo tenían muchos talentos haciendo fuerza en la misma dirección, porque las convertía en una reunión de amigos, no sólo durante el rodaje, haciendo que Acisa de las Arrimadas retrocediera medio siglo en el tiempo para las ‘Las becicletas’ o que Veguellina se vistiera de gran ciudad para que la poblaran mendigos y nazis paletos (válgame la redundancia) en ‘Media hora (y un epílogo)’, sino también en las numerosas proyecciones que después organizaba incansablemente por toda la provincia, desde la alfombra roja que él mismo se inventó en el festival de cine de la Sobarriba a la semana cultural de donde fuera y cuando fuera si así se lo pedían. 

Nunca dejó de ser maestro, de comportarse como tal, por más que la jubilación y la enfermedad le hubiesen alejado hace tiempo de las aulas. Había perdido la audición de uno de sus oídos y, en cambio, se esforzaba más que nadie en escucharte. Dejó una novela que resulta fundamental para entender esta provincia, ‘El color de las hayas (hacia la mitad del otoño’, la historia de una familia que a cualquiera le da el perfecto derecho de considerar que la suya es la más normal, o por lo menos la más afortunada, y otra ambientada en paisajes demasiado alejados de Taranilla: ‘El sol entre los rascacielos’. Especialmente recomendables resultan hoy los dos volúmenes de su libro de viajes por esta provincia, ‘León sin prisa’, un recorrido por una provincia fascinante contando por un apasionado de su tierra, por un personaje culto como pocos que se esforzaba en dar a conocer lo mejor de lo suyo, lo mejor de los suyos, viajero empedernido como buen Mancebo que aprende lejos de su tierra a enfocar la mirada sobre aquello que tiene más cerca. 

Por eso este domingo fuimos tantos los que, con la noticia de su muerte, nos quedamos sin ganas de celebrar la puta Nochebuena y nos gustaría, por un rato, por unas páginas, convertirnos en Fran, ese amigo que Epi se inventó (tenía tantos que no querría quedarse solo con uno) para que le acompañase en sus viajes por ‘León sin prisa’, al que le contaba los secretos de esta provincia, la riqueza pasada, las oportunidades perdidas, la desolación presente, el incierto futuro, la inquietante personalidad de sus habitantes, y de paso disfrutar aunque solo fuera un poco más de lo que él también entendía, siempre, en todos los casos, en todas las partes, como una amistad sin prisa.

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