Se nos ha ido Epi, como es costumbre entre los mejores, con la discreción de un susurro, como una ráfaga de viento haciendo bailar las hojas de un árbol en un silbo imperceptible, apenas una caricia aérea que no acabamos de sentir hasta que canta a lo lejos su melodía entre los ganchos más altos de un chopo. No descarto que esta huida en Nochebuena enmascare una ironía postrera, tan british, de un gentleman que no quisiera molestar con esas menudencias del morirse. Pero este mutis tan silencioso deja una ruidosa herida entre quienes fuimos sus amigos, entre quienes disfrutamos de su bondad, de su generosidad, de su coherencia y compromiso con la justicia.
Queda un vacío colosal que ya no llenará su risa fraternal, su ironía, su bonhomía. No es fácil conformarse con el recuerdo de tanta fortuna. Duele como una amputación esta pérdida que deja una sensación de orfandad entre tantos que fuimos convocados por la amistad, por tu amor a la literatura, al cine, a la tierra, a esta tierra, que descifraste con la precisión de un maestro geógrafo.
Es difícil medir el dolor de esa familia, de la madre, los hermanos, de sus hijos, porque el desamparo es siempre una magnitud subjetiva, pero conociendo la capacidad de Epi para poner argamasa, sumar voluntades y levantar esperanzas, podemos calcular el tamaño de la sima que deja su marcha.
Entre mil gracias, Epi era, sobre todo, un campeón de la voluntad. No he conocido en mi vida a nadie capaz de mover montañas con la facilidad con que lo hacía el mago de Taranilla. Daba igual si se trataba de hacer una película, de mapear la provincia o de escribir una trilogía novelesca que fotografiara con precisión el universo de su infancia. Lo imposible era solo una cuestión de tiempo en las manos del brujo. Nada se oponía a su empresa. Nadie faltaba a la llamada cuando Epi convocaba el concejo. Así fue siempre.
Incluso en los últimos tiempos, cuando la Parca rondaba la casa y la epifanía del desastre era una canción suspendida en el aire , el amigo nunca dejó de encender la vela de la esperanza y de la verdad. Su preocupación siempre eran los otros, los que quedan. Y mientras quedara un gramo de aire en los pulmones, su voluntad de luchar, de enfrentarse a la muerte con la dignidad de un caballero insobornable y sabio, con los brazos de quien está dispuesto a morir, pero nunca a rendirse.
La única duda que nos queda, hermano, , es saber a quién pagaremos ahora la deuda contraída y eterna, el regalo impagable de tu amistad, aunque no descarto que encontremos la respuesta en el color de las hayas, de tus hayas.