Los tiempos del motete

Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
31/01/2024
 Actualizado a 31/01/2024
| MAURICIO PEÑA
| MAURICIO PEÑA

Para las generaciones que el Conservatorio era una excentricidad y la música que estudiamos era la que ponían en los coches de choque por las fiestas, ver en estos tiempos a los chavales por la calle con la funda de la trompeta o el chelo o a una niña con un instrumento más grande que ella nos produce una emoción que si no lo has vivido no solo no lo entiendes sino que piensas que el Barrio Húmedo me está empezando a pasar factura.

Con decirte que envidiábamos a los seminaristas porque sabían leer un pentragrama o a los colegas que estudiaban en los Dominicos porque tenían en su claustro frailes músicos, coros de calidad y otros mundos que a los demás se nos escapaban de las manos y, sobre todo, a los planes de estudio.

Llamaba el profesor, compositor y organista Adolfo Gutiérrez Viejo, un grande de nuestra música nacido en Lugán, al León de aquellos años, en lo referente al ambiente musical, «la ciudad del motete» y contaba que cuando se embarcó en tareas como dirigir la Capilla Clásica o fundar el Festival Internacional de Órgano (q.e.p.d.) que su pretensión era «superar los tiempos del motete». 

Y los que nos habíamos quedado en los coches de choque con Palito Ortega y Manolo Escobar o los Fórmula V pensábamos, «¡quién pillara el motete!», que nos parecía un nombre con prosapia y cuando iba una orquesta a las patronales con músicos que llevaban partituras aquello ya era un símbolo externo de calidad incuestionable. Aunque las colocaran en el atril al revés. «Eso son menudencias», decíamos emocionados al ver a aquellos trompetistas que tocaban siguiendo unas partituras que les iban a reventar los mofletes.

Y ya no te cuento como acaben el Conservatorio.

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